¿Son eternos los diamantes?
“La desgracia ofrece al alma luces que la prosperidad no muestra” (Jean Baptiste Lacordaire)
Relatan las malas lenguas, de esas que dicen haberlo conocido mucho y exhiben ciertas pruebas de ello, que don Néstor (q.e.p.d.) padecía una enfermedad que lo obligaba a contar y recontar, infinitas veces, el dinero que caía, en billetes de euros, en sus manos para terminar en las bóvedas que, explican, hay en los sótanos de la casa de los Kirchner en Calafate. Agregan que ese tráfico de efectivo hacía, por ejemplo, que don Ricardo Jaime fuera el único funcionario que no golpeaba la puerta para entrar al despacho presidencial, pues siempre traía las manos ocupadas en portar pesadas valijas.
Si esto fuera verdad, entonces la señora Presidente y sus hijos tendrían un grave problema a corto futuro. Hoy, debido a los controles que el mercado financiero internacional ha impuesto para evitar el lavado de dinero proveniente del narcotráfico y de la corrupción, resulta imposible depositar efectivo en las cuentas bancarias sin explicar, muy clara y documentadamente, de dónde ha salido.
Siempre tomando como ciertas las versiones en cuestión, el viaje a Angola recientemente realizado con tanto éxito, sobre todo desde el punto de vista del ridículo, adquiriría una nueva dimensión. Porque, estando la extracción y la comercialización de diamantes –después de Rusia, la segunda- en manos del tirano Dos Santos y de sus hijas, resulta obvio que en ese país se podrían cambiar, sin despertar sospecha alguna, billetes por piedras. Un gran volumen de papel se convertiría, de ese modo, en una pequeña bolsa llena de pequeños y brillantes pedruscos, susceptibles de ser vendidos, de a poco, en cualquier plaza del mundo. No tengo elemento alguno para confirmar que todo sucedió de ese modo; sin embargo, dado el notorio fracaso comercial de la misión emprendida, que regresó sin convenio comercial alguno, la explicación se torna más plausible.
El viernes 25, antes de que doña Cristina nos enseñara desde Bariloche su versión de la historia argentina que, como todos sabemos, comenzó el 25 de mayo de 2003, cuando don Néstor (q.e.p.d.) ocupó la Casa Rosada, nos explicara cuánto tuvo que ver Angola en la independencia nacional -por el exclusivo aporte de sangre negra a los regimientos patrios-, y defendiera la razonabilidad de su candombero baile (omitió referirse, gracias a Dios, al aleteo de los pollos y al ordeñe de las vacas) en tierras africanas, el Cardenal Bergoglio hizo un fuerte reproche a los gobiernos y a los ciudadanos, imputándoles no hacerse cargo de la corrupción y de los crímenes que de ella se derivan.
Razón tuvo, una vez más, la Presidente en trasladar el Te Deum a geografías más amables, ya que hubiera sentido ese reproche dirigido, en forma especial, a su persona.
Los familiares de los 51 muertos y los 700 heridos en Once, ¿no saben que el hecho se produjo porque funcionarios y empresarios se robaron el dinero destinado al mantenimiento del ferrocarril? Los deudos de los accidentados, muertos y heridos, en las rutas argentinas, ¿no saben que están destruidas y siguen siendo de un solo carril porque se robaron la plata que debía usarse para repararlas y ensancharlas? Las familias del norte argentino, que ven diariamente a sus hijos morir de hambre y desnutrición, ¿ignoran que no pueden verlos crecer porque algunos vivos se llevan los fondos que debían reparar esas injusticias?
¿Cómo no relacionan directamente esos crímenes de los que son víctimas con el desparpajo con que los Kirchner, el Vicepresidente, ministros y secretarios compran pisos en Puerto Madero, hoteles, casas, campos, yates y aviones? ¿De dónde creen que los funcionarios, don Néstor (q.e.p.d.) y doña Cristina incluidos, sacaron la plata para hacer tales inversiones? ¿Cómo no vinculan sus terribles males con el crecimiento exponencial de las fortunas que ostentan y exhiben con impudicia quienes sólo han ejercido cargos públicos?
Y qué decir de los pobres tipos que, con enorme esfuerzo, pagan todos los días nuestros impuestos, o de los humildes que, con cada compra de alimentos, dejan un 21% en las arcas del Estado o, simplemente, de los trabajadores en relación de dependencia, que ven como el mismo Estado se queda con “las ganancias” sobre ¡el salario! ¿Ignoran, acaso, que esos impuestos van, en gran parte, a los bolsillos de los amigos del poder y de sus funcionarios cómplices, vía sobreprecios en las obras públicas, licitaciones amañadas, remedios y troqueles, o simplemente sobres o “banelcos”?
Si de transporte público se trata, cómo no preguntarse si los sufridos pasajeros de trenes, subterráneos y colectivos, que no tienen opción distinta para trasladarse, atribuyen sus problemas cotidianos a la rapacidad y a la impudicia con que concesionarios y funcionarios se llenan diariamente los bolsillos con dineros que deberían ir a obras y a mantenimiento. Si no lo hacen, ¿a qué creen que se deben esos serios inconvenientes y peligros que los acosan? ¿No los relacionan con la más inmunda corrupción?
Puede no llamarme la atención que, para el gran público, los enormes negociados realizados en estos años con el gasoil y con el gas licuado (causantes, en gran medida, de la escasez de dólares actual que, a su vez, ha impulsado las disparatas y caninas medidas de Patotín) puedan resultar verdaderos jeroglíficos imposibles de comprender pero, cuando ven que los ingresos familiares, tan duramente conseguidos, van a parar a bingos y casinos que pertenecen al poder y a sus amigos, ¿no establecen la relación directa que existe entre el desmedido afán de lucro de éstos y las penurias diarias que pasan en sus casas?
Los padres, familiares y compañeros que ven, todos los días, las vidas de sus parientes y amigos destruidas por el flagelo de la droga, ¿no atribuyen la culpa primaria a los funcionarios y legisladores que deberían fortalecer los controles en nuestras fronteras o a las fuerzas de seguridad que, por incapacidad, falta de medios o complicidad no cumplen la misión que les fuera encomendada por la ley? Quienes sufren, diariamente, por la inseguridad, que mata, que hiere, que viola y que roba, ¿cuánta responsabilidad directa endilgan a quienes, en lugar de dar trabajo digno, ofrecen subsidios para no trabajar y han educado generaciones enteras en la vagancia?
En fin, las preguntas podrían seguir hasta el infinito, dado que los tres problemas que más preocupan a los ciudadanos hoy son la inseguridad, la inflación y el empleo. Todos esos temas dejarían de serlo si no fuera por la inoperancia, la falta de conocimientos, la corrupción y la complicidad manifiesta de los funcionarios. Entonces, debemos formularnos una sola: ¿por qué votamos como lo hacemos? De cara al futuro, encarnado prioritariamente por las elecciones parlamentarias de 2013, deberíamos reflexionar mucho sobre esa pregunta y sus posibles respuestas.
Muy probablemente, el Gobierno decida adelantarlas, y mucho, dado que sabe que, en octubre del año próximo, el clima económico y político será muy distinto y, entonces, las posibilidades de llenar las cámaras de legisladores adictos que le garanticen los dos tercios necesarios para iniciar el trámite de la reforma constitucional desaparecerán. La Presidente, como tantos otros en el pasado, ha sido incapaz de permitir el surgimiento de un heredero –claro, si se exceptúa a su hijo Máximo, a quien apodan el Mudo, con escasísimas chances de contar con una imagen nacional- y, con esa ausencia, el “modelo” morirá por implosión y doña Cristina descubrirá que no, que los diamantes no son eternos.
Simplemente, espero que no se intente su supervivencia a través de la violencia, a pesar de que el autoritarismo y las crecientes limitaciones a las libertades civiles dejan pocas esperanzas. Debemos recordar la frase de Diderot: “No hay más que un paso del fanatismo a la barbarie”, ya que el cristinismo continúa dando sobradas muestras de ese fanatismo militante.
Abogado. Columnista de temas políticos de Argentina, y colaborador en otros medios nacionales. Sus artículos completos pueden repasarse en el blog del autor, o en el enlace http://www.elojodigital.com/categoria/tags/enrique-guillermo-avogadro.