POLITICA: PABLO PORTALUPPI

El hambre y las ganas de comer

Trabajosa tarea la de la sociedad argentina que, sin terminar de acomodarse a una novedad, rápidamente debe desayunarse con otra, más contundente.

05 de Diciembre de 2013
Poco envidiable tarea la de la sociedad argentina que, sin terminar de acomodarse a una novedad, rápidamente debe desayunarse con otra, más contundente. Mientras todavía digeríamos el "nuevo" Gabinete y la reconfiguración del "dólar turista", estalló Córdoba. Titulares que sobrevinieron apenas cuarenta días después de las elecciones legislativas, en las que casi el 70% de los votos fueron a parar a los múltiples disfraces de la oposición.
 
El arribo de Jorge Milton Capitanich a la Jefatura de Gabinete de Ministros había despertado tibias esperanzas entre algunos analistas políticos, y acaso en algunas porciones de la opinión pública. Conforme ya expusimos que "Coqui" parece ser más de lo mismo, quedó en evidencia que el espectro opositor en su conjunto fue tomado por sorpresa por esta jugada de la Presidente, oscilando aquél entre el silencio y el apoyo. Esto es, todo lo contrario a lo que se espera de una oposición: apoyar, nunca; callar, mucho menos. Pero, entonces, ¿por qué se procedió conforme a este libreto? Seguramente, por varias razones, aunque muchas confluyan en lo mismo: carencia de un planes creíbles, corporativismo, declarada funcionalidad de cara al sistema prebendario ingeniado por el oficialismo. En una palabra: politiquería.
 
En la Argentina, nadie llama a las cosas por su nombre. Resulta cuanto menos notable asistir al modo en que economistas ligados a los "presidenciables"(Ricardo Delgado, Javier González Fraga, Federico Sturzenegger, Carlos Melconian, Martín Redrado, Miguel Peirano, entre otros) cultivan un optimismo por momentos desmedido, al asegurar que, desde el planteo de dos o tres medidas, el país podría relocalizarse a la vera del paraíso. Es imposible predecir las crisis pero, lo que es seguro, es que salir del cepo cambiario, frenar la caída de las reservas, dejar de importar energía, bajar la inflación, eliminar o reducir subsidios, unificar los multiples tipos de cambio, no será tarea sencilla. Existe consenso: nadie se regocijaría con otro estallido al estilo 2001-2002, pero todos -absolutamente todos- son ahora presa de un temor y una timidez que estremece hasta al analista mejor entrenado. En tanto nuestros dirigentes no asuman que las fórmulas mágicas pertenecen a los libros de cuentos, nuestra pobre Argentina continuará siendo lo que es: una nación cortoplacista y mediocre. Una nación que, que cada diez o quince años, se encamina a padecer cimbronazos de grueso calibre, producto de pequeños desbarajustes y distorsiones acumulados a lo largo del tiempo. Sucedió con el "Rodrigazo" de 1975, con el proceso hiperinflacionario de 1989, con el estallido social de 2001 y -pocas dudas quedan- estos eventos están llamados a repetirse. 
 
La oposición política lleva a cabo, en tiempos de campaña, incesantes desfiles en los medios masivos de comunicación; solo para prometer el "oro y el moro". Finiquitados los comicios, parecen desaparecer de la faz de la tierra. ¿Dónde se encuentra hoy Sergio Massa? Algunos dicen que ha viajado a España, haciendo vaya uno a saber qué cosa. ¿Dónde está Mauricio Macri? Las primeras planas lo mostraron, hace cuestión de horas, en un encuentro privado con Capitanich. Acaso para llevarse promesas que incluso él mismo sabe de antemano el Gobierno Nacional no cumplirá. Y, para qué hablar de Hermes Binner, Ricardo Alfonsín, Margarita Stolbizer o Julio Cobos. La tierra parece haberlos engullido también. 

Seguramente, estos y otros dirigentes pululan por allí, debatiéndose entre las propias miserias y ambiciones, sin saber cómo posicionarse ante una Administración que siempre se les anticipa, echando mano de un manual básico de la política de espectáculo y de rigor cortoplacista. Los únicos dos dirigentes que osaron criticar a Capitanich fueron, al menos hasta el momento -y con cierta consistencia- el sindicalista Hugo Moyano y la chaqueña Elisa Carrió. El resto hace cálculos para informarse sobre cómo llegar a 2015; quizás preguntándose si conviene que Cristina Kirchner complete o no su mandato, o evaluando en qué estado llegará a esa instancia. ¿El país? Muy bien; gracias. De alguna manera, la totalidad del espectro parece comportarse de manera francamente funcional al poder. Comportamiento que parece repetirse. Repasemos, en este sentido, las lecciones de la historia reciente: Domingo Cavallo, en su rol de Ministro de Economia durante el menemismo, llevó la alícuota del IVA del 18 al 21%. Luego de su gestión, nadie osó bajar siquiera en unos modestos puntos el alcance de este tributo, considerado por muchos como uno de los más distorsivos del sistema. Lo propio ha sucedido con el impuesto al cheque, también implementado por Cavallo en la cúspide de la crisis de 2001 aunque, en aquella oportunidad, desempeñándose como funcionario de la olvidable Alianza. Transcurrieron trece años y cuatro Administraciones desde entonces; ninguna de ellas se decidió a reducir esa vetusta contribución. Y mucho más podría apuntarse -bajo idéntico razonamiento- con la perpetuidad de la Ley de Emergencia Económica.
 
Por estas horas, el país sufre una presión impositiva récord en su historia -algunos la situan en el orden del 35%. Sobra decir que muy pocos ciudadanos estiman que algún dirigente de oposición, ni bien llegado al poder, se propondrán aliviar esa presión. La razón es que se trata de una suculenta caja, siempre indispensable al momento de hacer política barata y dar inicio a nuevos procesos de acumulación de poder. La Argentina se caracteriza por una abundancia de abogados y contadores orientados a impuestos pero, irónicamente, pocos de ellos se ocupan de certificar el carácter ilegal de esos tributos.
 
Mientras la ciudad de Córdoba estallaba a raíz del autoacuartelamiento policial -y debido, también, a otros aspectos bastante más oscuros-, la dirigencia y el empresariado nacionales no ocultaban su simpatía por el ajuste sobre el dólar turista; el Jefe de Gabinete exhibía su faceta más cuestionable, dándole a entender a los cordobeses que debían arreglarse solos -acaso siguiendo órdenes de la Presidente-; Massa reclamaba al periodista Marcelo Longobardi salir al aire para reclamar por el envío de Gendarmería Nacional, y el resto de los referentes opositores juraba en el Congreso. Como si la Provincia de Córdoba -nada menos que Córdoba, caja de resonancia de la nación y distrito que supo anticipar hechos a la postre destructivos para el resto de la República (Cordobazo, Reforma Universitaria, Navarrazo, Viborazo, creación de Montoneros, ola de secuestros previos al golpe de 1976), no fuera parte del territorio nacional. Y, vaya casualidad: el díscolo José Manuel De la Sota se encontraba de viaje al momento de estallar el conflicto y ni bien numerosas bandas de saqueadores sospechosamente bien organizados se floreaban. Elementos de Gendarmería, localizados apenas a 50 kilómetros de la capital mediterránea, jamás recibieron la orden de movilizarse.

La sociedad veía por televisión aquellas imágenes, en mucho calcadas del cine catastrofista. Que malvivientes tomen las calles para hacer de las suyas es, de por sí, perturbador. Y es probable que el periodismo y la opinión pública se desentiendan, pero resulta bastante más macabro que sean los dirigentes quienes expolien a su pueblo con rigor diario, y que ello se perciba como una circunstancia normal. O que éstos celebren que una provincia o una ciudad en toda su extensión queden "a la buena de Dios", solo por persistir una guerra de baja intensidad -de claro tinte político- entre el Gobierno Nacional y uno provincial. Realidad inadmisible, por donde se mire.
 
Alguna vez, cierto capocómico uruguayo acuñó la sentencia "Ya vendrán tiempos peores". Quizás, de nosotros dependa hacerle ver que estaba equivocado. Porque aún nos toca abandonar la pasividad y dejar de hacernos los distraídos: nuestros dirigentes somos nosotros mismos.  
 

* Foto de portada: Diario La Voz del Interior (Ciudad de Córdoba) | http://www.LaVoz.com.ar/
 
 
Sobre Pablo Portaluppi

Es Analista en Medios de Comunicación Social y Licenciado en Periodismo. Columnista político en El Ojo Digital, reside en la ciudad de Mar del Plata (Provincia de Buenos Aires, Argentina). Su correo electrónico: pabloportaluppi01@gmail.com. Todos los artículos del autor, agrupados en éste link.