'Las guerras comerciales son buenas y fáciles de ganar', declaró recientemente el presidente estadounidense Donald Trump. Las declaraciones del mandatario ya no tienen el mismo peso de antes, pero esta sí hizo temblar a los mercados. Si en algo Trump ha sido coherente a lo largo de los años, ha sido en su credo proteccionista. Y, ahora, ha decidido pasar de las palabras a los hechos.
Si bien Trump arribó al poder habiendo prometido el mayor giro proteccionista en la política de Estados Unidos en noventa años, hasta hace poco, sus peores amenazas no se habían materializado –más allá del retiro del Acuerdo Transpacífico y la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte–. Sin embargo, la introducción de aranceles al acero y al aluminio, así como la imposición de gravámenes similares a US$50 mil millones en importaciones chinas por supuestas prácticas desleales, consignan una peligrosa escalada en su agenda comercial.
La visión de Trump se basa en
dos conceptos erróneos. Primero, él percibe a las relaciones comerciales como un
juego de suma cero, donde las
exportaciones son
buenas y las
importaciones, malas. De ahí que el déficit comercial de Estados Unidos se acerque hoy a los US$568 mil millones –dos terceras partes del cual es con China– y se haya convertido en su
'ballena blanca'. Segundo, Trump cree que las naciones son las que comercian cuando, en rigor, son los individuos y empresas los que intercambian bienes y servicios.
Por tal razón, él considera que Estados Unidos –al ser la mayor economía mundial– está mejor posicionada para ganar una guerra comercial.
Lo absurdo de este enfoque es ilustrado por el impacto que tendrían los aranceles sobre el acero y el aluminio en Estados Unidos. De acuerdo a un análisis de la consultora Trade Partnership, en el corto plazo, la medida podría generar 33 mil empleos metalúrgicos, pero también destruiría 179 mil trabajos en industrias que dependen de esos bienes como insumos. A lo cual correspondería sumarle la pérdida de bienestar que representaría para los consumidores estadounidenses el tener que pagar más por productos hechos a base de esos metales. De tal suerte que los afectados por los aranceles no son solo los exportadores de otros países, sino también los trabajadores y consumidores estadounidenses.
Adicionalmente, la parte agraviada tomará represalias. En réplica a los gravámenes sobre el acero y el aluminio, China ya ha anunciado aranceles sobre 128 productos estadounidenses, los cuales fueron seleccionados para castigar mayormente a productores de estados que votaron por Trump. Es muy probable que la medida se amplíe una vez que se hagan efectivos los aranceles que Washington recién anunció sobre bienes chinos por supuesta competencia desleal.
Esta guerra comercial dejará víctimas, más allá de Estados Unidos y China. Gracias a las cadenas de producción transnacionales, los insumos no chinos (trabajo, investigación y desarrollo, materias primas) representan como un todo casi el 50% del valor de las importaciones chinas en Estados Unidos. Es decir, los nuevos aranceles de Trump también impactarán a empresas y trabajadores en otras naciones que comercian con China, incluyendo algunas en América Latina.
El mayor riesgo radica en cómo afectaría esta beligerancia comercial las relaciones entre ambos países. Mucho se ha comentado sobre la llamada 'trampa de Tucídides', que describe a la alta probabilidad histórica de que una potencia en ascenso rete militarmente a una potencia establecida. Dicho escenario ha sido impensable hasta el momento, en virtud del enorme beneficio que ha derivado China de su interacción comercial con Estados Unidos y el resto del mundo.
Todo esto podría cambiar conforme se empiezan a levantar barreras comerciales. Ya lo había advertido hace muchos años el pensador francés Frédéric Bastiat: 'Si los bienes no cruzan las fronteras, los soldados lo harán'.