POLITICA ARGENTINA: SERGIO JULIO NERGUIZIAN

Argentina y la Paradoja FMI: un acuerdo tan imprescindible como inútil

En 2005, la deuda externa argentina sumaba U$S 154.270 millones. En el Trimestre II 2021...

28 de Diciembre de 2021

 

'Si un Ministro de Economía argentino va pedirle algo al Fondo Monetario Internacional, su primera puerta es el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos de América'.


Juan Vital Sourrouille, ex ministro de Economía durante la presidencia Raúl Alfonsín

* * *
 
En 2005, la deuda externa argentina sumaba U$S 154.270 millones. En el Trimestre II 2021, ya había alcanzado los US$ 343.524 millones. Es decir que, en apenas seis años, ese pasivo se incrementó en US$ 189.254 millones. Para exasperar aún más al lector desprevenido, hemos de consignar que, en 2.190 días -incluídos feriados y fiestas de guardar-, la deuda ha crecido a un ritmo de US$ 86 millones diarios.

Fondo Monetario Internacional, FMI, Martín Guzmán, Corrupción en el FMIAhora, se reitera el minué ritual que reconoce penosos antecedentes: una comitiva se presenta ante el FMI y pide un plan para regularizar una deuda de menos de U$S 50 mil millones, cifra que representa apenas, y aproximadamente, el 14% de la deuda total.

El guión consagrado por la crítica y el público distribuye letra, más o menos de la siguiente manera:

a) El gobierno que hoy encara la negociación responsabiliza al anterior por ese proceso de endeudamiento, al que califica de fraudulento en aras de las siguientes -y probables- razones: 1) Se contrajo deuda, a sabiendas de que se dilapidaría el crédito en la forma de una colosal fuga de capitales, con beneficio prevalente para los amigos del Poder de otrora; 2) El Fondo actuó irresponsablemente, tras desatender al contenido de papers internos confidenciales en los que se aconsejaba negar el auxilio, o bien se dejó presionar por el Departamento de Estado, que no quería quebrar la línea geopolítica Bolsonaro-Macri;

b) El gobierno anterior declama que sólo se limitó a pedir al Fondo Monetario en su caráter de prestamista de última instancia, a efectos de cubrir compromisos adquiridos por los distintos kirchnerismos, por lo que no debe caber duda de que la deuda tuvo por objeto el impedir la ocurrencia de un cataclismo mayor;

c) La izquierda política interpela el particular, denunciado el vaciamiento del país, ya que el hecho de pagar una deuda de raíz ilícita atará a la nación a los programas de ajuste del que siempre resultan víctimas la clase obrera y los sectores más vulnerables de la sociedad;

d) La derecha libertaria entiende que debe pagarse al FMI, pero que el organismo habrá de exigir a la actual gestión un plan de austeridad cuyo eje principal pase por la voladura del Banco Central, a criterio de terminar -de una vez y para siempre- con la emisión de dinero espurio, responsable de la inflación (o impuesto inflacionario) y madre de todos los desaguisados de la economía argentina, desde hace ya ochenta años;

d) La Iglesia Católica, fiel a la tradición de la mejor literatura de la diplomacia vaticana, subraya con énfasis que el país debe honrar sus compromisos, en razón de que una inobservancia comportaría males aún mayores para nuestro sufrido pueblo, en particular a la creciente masa de pobres; en simultáneo, afirma que los términos del acuerdo habrán de contemplar la no exacerbación de las penurias del pueblo argentino, situado hoy en los límites mismos de la tolerancia;

e) La CGT guarda inteligente silencio de radio: si aprueba el pago, aún con condiciones, correría el riesgo de ser tildada de herramienta del cipayismo al servicio del capital usurario representado por los organismo internacionales de crédito; en contrapartida, si lo rechazare explícitamente, restaría al gobierno capacidad de negociación, con lo que la columna vertebral del movimiento obrero terminaría trabajando para consolidar el debilitamiento de la Administración Fernández.
 
Desde hace y décadas, la tarea de acumulación de Poder, su defensa y eventual expansión sobre el sistema de libertades públicas, ha requerido de estrategias habitualmente denominadas 'populistas', consistentes en términos generales en adelantar a la mayoría de la población el uso y goce de bienes y servicios previo a generar los recursos genuinos con que aquéllos habrían de ser solventados. Agotados, pues, los mecanismos de endeudamiento externo e interno, la emisión de dinero espurio (por encima del crecimiento del PBI) resulta el medio al que se apela con frecuencia, al punto en que la explosión del sistema amenaza con arrastrar en su onda expansiva al mismo, llevándose puestos también a los personajes usufructuarios del artefacto.

En ese instante, se toman desde la Administración dos medidas: una operativa, y la otra, sobre el sistema de ideas dominantes y contradictorias en que se debate una  sociedad que hoy comienza a olfatear lo peor. La primera consiste en apelar el prestamista de última insatancia, aquel que, a sabiendas de que la Argentina es un defaulteador serial, se dispone al auxilio requerido. La otra medida consiste en instalar una falacia central: la emisión, aún por encima de lo consentido por la teoría económica, no es responsable de la inflación -argucia que oculta una finalidad determinada. En efecto, dado que -entre nosotros- el Poder tiende al programa populista y que éste, a su vez, se sostiene con la emisión irresponsable, negar que la impresión de dinero espurio genere inflación equivale a eximir a la herramienta favorita del Poder de toda responsabilidad criminal en el aumento definitivo de la pobreza, corolario insoslayable de los experimentos monetarios argentinos.



Qué puede, o qué debe hacer el Fondo
 
El Fondo lo sabe todo. Escucha al Ministro Martín Guzmán con su voz atercipelada y su discurso oscilante entre un neomarxismo a lo Joseph Stiglitz y la arenga cristinista ensayada bajo amenaza de despido, y no les cree. Y no tiene necesidad de creerle, porque lo que el Fondo decida poco o nada tiene que ver con los argumentos del angelado funcionario. El Fondo es hoy Joe Biden y, con él, lo que se estudia frente al pedido argentino son tres cuestiones elementales, entre muchas otras que fungen concomitantes:
 
1) Habrá acuerdo y reprogramación. La otra opción es abandonar a la Argentina a su suerte, y permitir que una crisis estructural obligue a barajar y dar de nuevo. Tampoco le corresponde al Fondo preocuparse porque la eclosión sea de tal magnitud que diciembre de 2001 quede reducido por comparación con la bulla de un recreo escolar. En rigor, el Departamento de Estado no desea un desorden institucional catastrófico en un país del maldito patio trasero, en un momento en que el triángulo Bolivia-Perú y el flamante Chile puedan preparar el desembarco (para muchos analistas, un proscenio inevitable a la presente altura de la tensión planetaria) de chinos y de rusos;
 
2) El acuerdo sera inútil. El Fondo prepara una negociación más o menos flexible, consciente de que cualesquiera sean los términos finales de la reprogramación, no existe chance alguna de que sea cumplida. A criterio de honrar este nuevo contrato, la casta política argentina debe renunciar, al menos perentoriamente, al empleo de su tradicional caja de herramientas con miras a acopiar y generar poder, agenda en la que la emisión errática e irresponsable es su principal instrumento. Aún en la hipótesis improbable de que la dirigencia acepte un plan de severa austeridad en la administración de los bienes del erario público y haga fe pública de  su renuncia a la tentación inflacionaria, se encontrará con la resistencia de una clase obrera, dotada de un nivel de consciencia de sus derechos que permiten la comparación sólo con un puñado de países. El cuadro se agrava por la ausencia de jefaturas genuinas en la dirección de masas que convenzan a las mayorías empobrecidas de que, esta vez también, el sacrificio tendrá su recompensa. Cuando se cita la necesidad de un clon nacional del español Acuerdo de la Moncloa, se elude que un perdido artículo del mismo, refrendado por el entonces influyente Partido Comunista, determinaba que los salarios quedaban congelados en los valores vigentes en el día de la firma, y que su ajuste se haría un año después -cuando se dispusiera de los indicadores de aumento de costo de vida. Entre nosotros, esta cláusula es hoy inviable, precisamente por la falta de autoridad moral de la clase dirigente sumergida en un mar de denuncias de corrupción, y en virtud de la segura negativa, por parte de la dirección obrera, de convalidar una decisión que implicaría la implosión del sistema que usufructúa;
 
3) Argentina debe seguir siendo Argentina. En el mediano plazo al menos, la fuente de ingreso de divisas del país seguirá siendo la producción agropecuaria y las industrias de procesamiento de la misma. La brecha tecnológica con las naciones que exportan tecnologías e industrias de la información seguirá ahondándose, hasta que un cambio sustancial de la economía mundial empuje una alteración del criterio vigente de división internacional del trabajo. El Fondo trabajará para que la Argentina no deje se ser lo que es: un deudor eterno y atormentado que, en el largo plazo y vía refinanciamientos, termina pagando varias veces el dinero que no tuvo que haber pedido. La opinión del Fondo condiciona las decisiones de todos los otros organismos multilaterales de crédito: esta circunstancia y la mítica espada de Damocles tienen su parecido.

El caro lector habrá de tener presentes estas modestas reflexiones. Que, si acaso ha tardado siete minutos en leerlas, ello consignará un incremento de la deuda externa en U$S 420 mil.

 
Sobre Sergio Julio Nerguizian

De profesión Abogado, Sergio Julio Nerguizian oficia de colaborador en El Ojo Digital (Argentina) y otros medios del país. En su rol de columnista en la sección Política, explora la historia de las ideologías en la Argentina y el eventual fracaso de éstas. Sus columnas pueden accederse en éste link.