SOCIEDAD: MATIAS E. RUIZ

La historia y el 'arte' de los robos en los Museos Nacionales

Circunstancias y peripecias dignas de guión cinematográfico -o perfectamente asimilables al script de series eventualmente exitosas en canales de streaming. 'Lo Principal y lo Accesorio'.

18 de Diciembre de 2023

 

Quizás por obra de la providencia, las crisis políticas y económicas, las catástrofes naturales y no naturales; la archiconocida mediocridad de la clase dirigente; los niveles de marginalidad, pobreza e inseguridad; y el remarcable retroceso del nivel educativo de la República Argentina, convergen en episodios alejados de la mirada atenta del gran público.
 
Sable corvo del General Don José de San Martín
Toda vez que la decadencia se esmera en amplificar sus perniciosos efectos hacia todos los ámbitos, la agenda de los medios de comunicación invita a concentrarse en lo que se presume ‘principal’, haciendo a un lado lo ‘accesorio’. No obstante, es menester tener presente que un árbol envenenado difícilmente da frutos ‘malos’ o ‘buenos’: antes, bien; el producto siempre se rige por la implacable lógica del veneno.
 
Así, pues, será preciso denunciar las fragilidades y carencias del agenda setting vigente, poniendo el foco en las actividades de pillaje que se han cobrado una curiosamente taciturna víctima: los principales museos nacionales.
 
En su presentación aislada, los titulares que versan sobre el particular suelen compartir pocos elementos de juicio -con la excepción de alguna cobertura, más o menos espectacular.
 
En tal sentido, el presente trabajo centrará su empeño en la necesaria compilación de reseñas replicadas obtenidas de portales informativos online -para los interesados en rasgar más allá de la superficie- con el fin de, en el quebranto, esbozar un proyecto de pesquisa que sirva de incentivo a investigadores de mentalidad suspicaz. Su eventual área de cobertura los llevará a evaluar a consciencia la comisión de delitos de acción pública (aunque el eje temático también podrá nutrir el interés de inquisidores que transitan el dominio privado.
 
La referencia a dos casos de naturaleza resonante es ineludible:
 
Sable Corvo del General Don José de San Martín: sustraído ilegalmente en dos oportunidades del Museo Histórico Nacional (en 1963 y 1965). Sería recuperado dos veces, y dispuesto bajo la custodia del Regimiento de Granaderos a Caballo desde 1967 hasta 2015, instancia en la que Cristina Fernández de Kirchner firmara un DNU a efectos de retornarlo al museo de referencia.
 
Servirá repasar:
 
 
Reloj de Oro de Manuel Belgrano
El Botín de los Veinte Millones de Dólares. Durante las celebraciones navideñas del año 1980, el patrimonio del Museo Nacional de Bellas Artes acusó un aborrecible golpe. Se trató del robo de siete objetos de porcelana y jade, y de dieciséis pinturas impresionistas: El Abanico, un dibujo a lápiz de Henri Matisse; Retrato de Mujer, Gabrielle et Coco, y Coco Dibujando (todos de Auguste Renoir); Recodo de un Camino y Duraznos Sobre un Plato, de Paul Cézanne; El Llamado, de Paul Gauguin; Ruta por la Nieve al Puerto de Chateau, de Charles Lebourg; El Vendedor de Diarios, de Thibon de Libian; Fiebre Amarilla, de Juan Blanes; Feydeau y su Hijo Jorge, de Honoré Daumier; dos dibujos de Edouard Degas; dos desnudos en acuarela de Auguste Rodin; y un óleo de Eugene Boudin.
 
El 23 de noviembre de 2005, tres de las obras que habían sido sustraídas (Retrato de Mujer, de Renoir; El Llamado, de Gaugin, y Recodo del Camino, de Cézanne) fueron halladas en París y repatriadas por Interpol en un vuelo en el que se trasladó el magistrado federal Norberto Oyarbide, por entonces a cargo de la causa.
 
Probablemente, los episodios mencionados sean los robos más notorios a museos argentinos de que se tenga registro. Infortunadamente, esta clase de titulares sólo circulan en el reducido núcleo de comanditarios de cierto Círculo Rojo Cultural -alejado su tratamiento de las primeras planas, y aún del jactancioso y discrecional interés general.
 
De tanto en tanto, nuevos casos saldrán a la luz; mientras que otros sólo serán objeto de análisis circunstancialmente reservados al ‘ámbito de la Administración’, vórtice en el que los museos ya citados volverán a adjudicarse el dudoso privilegio de ser protagonistas.
 
Museo Nacional de Bellas Artes. Entre 1995 y 2003: robo de dibujos de Toulousse Lautrec, y de una escultura de Rodin.
 
Museo Histórico Nacional. Años 2000, 2007 y 2020: al transcurrir tres gestiones diferentes, fueron sustraídas: una tabaquera del General San Martín (2000); el reloj de oro que el rey inglés Jorge III le obsequiara a Manuel Belgrano durante su misión diplomática al Viejo Continente, a efectos de que las principales potencias europeas reconocieran la Independencia de las Provincias Unidas el Río de la Plata (2007); y la colección de monedas del gabinete numismático, sito en la caja fuerte de este museo (2020). La misma se exhibe como el blanco dilecto dueños de lo ajeno de origen desconocido, y quizás pueda sugerirse prestar la debida atención a los empleados.
 
Repaso obligado:
 
 
Hacia 2007, cobró notoriedad la que fuera bautizada como ‘Banda de los Museos’, que diseñara la ejecución (o bien la proyección) de robos variopintos. Los desarrollos tuvieron lugar en medio de un estrafalario concierto de obscuridad, contradicciones y versiones de todo color; material que supo constituír la comidilla del mundo endogámico circunscripto al exclusivísimo Microuniverso Cultural.
 
A la postre, la compilación informativa ofrece margen para avizorar que la sustracción de bienes culturales, más allá de su aparente vinculación con un pequeño ‘Círculo Rojo’, en rigor expone los alcances de un negocio millonario -dirimido dentro de los límites fronterizos de un grisáceo conglomerado, con incidencias que nada tienen que envidiar a los guiones de viejas series de la década de 1960.
 
A la sazón, la mente del observador más agitado se concentrará en la detección de caracteres comunes. A saber, que la redundancia certificada en modus operandi y protocolos operativos habilita a sospechar de la existencia de un patrón de saqueo del patrimonio cultural de décadas, ideológicamente prescindente y desatento a modalidades de ‘gestión’. Al final del camino -y ello no consignaría un accidente-, resultará evidente la ausencia de genuino interés en cualquier esbozo de investigación.
 
 
En el desenlace, formularse una serie de preguntas deviene en imperativo. Aún cuando las mismas puedan teñirse de retórica, bien podrían fungir como disparadoras de alguna investigación provisional:
 
1) Los robos mencionados, ¿podrían ser caracterizados como ‘de iniciativa propia’, o acaso podría caberles la solapada etiqueta del ‘encargo’?
 
2) Las acciones, ¿fueron ejecutadas por actores externos -es decir, por activos que ingresaron a los museos y vieron la oportunidad de alzarse con el botín-? O, por el contrario: ¿podría considerarse el accionar cómplice de elementos internos?
 
3) ¿Cuáles eran las firmas de seguridad privada al momento de registrarse estos incidentes? La vigilancia, ¿era la suficiente? ¿Se procedió a investigar en profundidad a algún empleado de la nómina de esas empresas?
 
4) ¿Podría hablarse de móvil político en la comisión de estos delitos? En algunos eventos, sabido es que sí; como en el caso del robo del sable del General San Martín, tal como lo confesara uno de sus prominentes autores.
 
5) ¿Se conoció de alguna obscura trama relacionada con un pago por contrabando de armamento en el robo al Museo Nacional de Bellas Artes de 1980? ¿Podría ser certera la sospecha que versa que un bien identificado referente de los servicios de información de otrora contaba con un plano del Museo que habría facilitado la faena de los maleantes, consumados expertos en la sustracción de obras artísticas?
 
6) ¿Sería posible que el móvil para alguno de los robos no haya sido estrictamente económico, sino que coincidiera con un especial interés en preservar objetos que luego serían empleados en la ejecución de ritualismos logistas de ‘transmisión energética’? La referencia remite al activo energético residual de los objetos -conforme lo difundiera un periodista/investigador recientemente fallecido, mismo que echó un ojo a los episodios de la tabaquera de San Martín y el reloj de Manuel Belgrano, y relacionó la vidriosa coyuntura con partidarios de la denominada Logia Anael.
 
7) ¿Hasta dónde avanzaron -o bien, pudieron avanzar, o simularon avanzar- los funcionarios de las áreas culturales y judiciales en la investigación de estos robos?
 
8) En relación de los faltantes, ¿cuántos casos no han trascendido? ¿Pudiera ser cierto que los directores de museos asumen en sus respectivas funciones sin exigir jamás la confección previa de un inventario? Si faltaren piezas, ¿ello se debe a que ‘se extraviaron’, o porque fueron sustraídas? De ser éste el caso, ¿cuándo se desvanecieron? ¿Sería posible que hubiese directores y empleados que pusieron de suyo para ‘tapar’ los faltantes? Hicieron esto, ¿con o sin la anuencia de sus superiores jerárquicos?
 
9) ¿Podría argumentarse sobre la supervivencia de una brumosa nomenklatura dedicada a tirar de los hilos del microuniverso cultural y cuya finalidad es mantenerse allí intocable, cualquiera sea el precio, sin importar el color político de cada administración? ¿Sería cierto que los empleados que pusieron voz de alarma para arrojar luz sobre estos episodios fueron ingeniosamente desplazados bajo amenaza?
 
10) ¿Estará dispuesta la flamante Administración del Presidente Javier Gerardo Milei a llevar adelante una abarcativa investigación en cada uno de los museos nacionales para dar con lo acontecido, a criterio de que las instituciones brinden sus estados patrimoniales, aporten un extensivo registro de faltantes y, así, dar con eventuales personas responsables?


 
Sobre Matias E. Ruiz

Es Analista en Medios de Comunicación Social y Licenciado en Publicidad. Es Editor y Director de El Ojo Digital desde 2005.