Cataclismos inocuos
"La libertad se pierde cuando se empieza a temer" (Felipe González)
El domingo pasado, en “Hora Clave”, el ecuatoriano Durán Barba relató que, cuando estalló el escándalo Schoklender-Bonafini, sus mediciones permanentes para el PRO denotaban que doña Cristina no había perdido un solo voto por ello.
Muchas veces me he preguntado a qué se debe que la sociedad no reaccione frente a los gigantescos episodios de corrupción pública que este Gobierno va dejando en su estela, mientras continúa su navegación sin problemas de imagen en el horizonte. Cómo esas revelaciones, que en cualquier país “en serio” serían verdaderos cataclismos, en la Argentina se transforman en meras brisas que no consiguen alterar el derrotero del “cristinismo” hacia el triunfo de octubre.
Obviamente, las respuestas pueden ser muchas pero, a mi entender, la que más se acerca a la verdad es que, tratándose la nuestra de una sociedad tan cotidianamente corrupta –los ejemplos abundan, y van desde la falta de respeto a todas las normas de tránsito, a la basura que arrojamos a la calle, a la falta de cuidado del espacio público, a las coimas a policías para evitar multas o a boleteros para obtener mejores ubicaciones, a la extorsión de los “trapitos”, a los acampes y piquetes- toleramos la corrupción de nuestros gobernantes porque justifica la nuestra. Recordemos que los pueblos no tienen el gobierno que se merecen sino el gobierno que se les parece; si los argentinos nos parecemos a nuestros gobernantes, ¡qué mal estamos como sociedad!
De todos modos, no deja de ser curioso –o tristísimo- cómo nos comportamos (en realidad, cómo dejamos de hacerlo) frente a hechos tales como las valijas de Antonini Wilson, los aviones y yates de Ricardo Jaime, los departamentos y motos de Boudou y Bossio, el incremento fenomenal e inexplicable de la fortuna “blanca” de los Kirchner y muchos de sus cómplices y parientes, la compra por bicocas de terrenos fiscales en el Calafate, la mafia de los medicamentos, la apropiación de los ahorros privados en las AFJPs, la notoria “bastardización” del tema de los derechos humanos, la droga en los aviones de Southern Winds, la “embajada paralela” en Venezuela, el emporio de las facturas “truchas” de Skanska, el exponencial crecimiento de la inseguridad en razón del tráfico de drogas, la bolsa en el baño de Felisa Miceli, etc.
Don Sergio Shoklender otorgó a la revista “Noticias” de este sábado una prolongada entrevista, en la que desarrolló su propio “relato” que, sin creérnoslo demasiado, nos permite avisorar otra muestra de la forma en que el Gobierno maneja los dineros públicos que, reciclados, vuelven a los bolsillos de la “corona” como privados, y permiten comprar bienes suntuarios o pagar campañas políticas. Más que una acabada confesión de delitos varios, la nota periodística asume las características claras de una advertencia: “no dejaré que llegue octubre para que, después del triunfo, el Gobierno me mande preso a mí solo; o me exculpan o imputan también a doña Hebe, don López, don Fatala y a los jefes de éstos”. ¿Qué dirá Shoklender cuando vaya, si lo hace, esta semana al Congreso?
Porque, como es obvio, el parricida no ha usado toda la munición de la que dispone para atacar al poder; si lo hubiera hecho, no tendría más armas en sus arsenales para continuar el combate, y habría perdido su última batalla. Además, la entrevista le sirve como garantía personal porque, a partir de ella, desde Olivos deben estar rezando para que ni siquiera se resfríe, ya que la autoría de cualquier daño que pudiera sufrir, parcial o total, les sería automáticamente endilgada.
El inefable don Oyarbide, a su vez, ha debido sacrificar su sábado bucólico para, después de meses de hacer la plancha, realizar allanamientos diversos pero, no por ello, llamar a indagatoria a nadie ni retirar a la Fundación Madres de Plaza de Mayo el papel de querellante, tan sospechosamente concedido. En realidad, lo que hizo fue detonar fuegos artificiales que le permitan sortear, con tranquilidad, el lapso que media hasta octubre o, mejor aún, hasta su jubilación.
El nuevo impulso que la verborrágica reaparición de don Sergio ha dado al maloliente escándalo ha permitido, también, tapar con centímetros y segundos el horroroso crimen de Candela. O, mejor, el otro escándalo que el asesinato desnudó.
El bueno de don Scioli, que no cesa de recitar su propio “relato” cada vez que le ponen una cámara delante, incluyendo la denodada lucha que, según él, lleva adelante contra el tráfico de drogas, con cifras crecientes de decomisos, parece ignorar que, con ello, está confesando que cada vez hay más droga circulando en la Argentina y, en particular, en el Conurbano.
La Policía reaccionó como sabe, “armando” la causa para dejar fuera a los verdaderos responsables del hecho, es decir, a los colegas y a los políticos que lucran con el tráfico, con la prostitución y con el juego. La Casa Rosada hizo lo mismo, o sea, un silencio de radio que, tantas veces en el pasado, le diera buenos réditos; basta recordar los “retiros espirituales” de los Kirchner en Calafate cada vez que se produjo un verdadero drama como, por ejemplo, Cromañón.
Doña Cristina, seguramente, hará pagar a alguien la responsabilidad por recibir a la madre de Candela, antes de conocer el terrible medio familiar en el que transcurrió la corta vida de la niña. Pero, como siempre, algunos “perejiles” serán imputados, luego liberados y el crimen –el verdadero, el profundo- quedará impune. ¿Es necesario recordar a Nora Dalmasso en este caso?
La Argentina está recorriendo un camino harto conocido, por el que ya pasaron Colombia, Brasil y México. Esa ruta ha sido mejorada, sin ninguna duda, por don Anímal Fernández y sus jefes, que se han negado a crear una barrera de radar en nuestras fronteras del norte y a enviar un proyecto para una “ley de derribo” como la que rige en Brasil y, ahora, por doña Garré, que ha retirado a los pocos gendarmes y prefectos que las custodiaban para transferirlos a un Conurbano que, pese a ello, cada vez sufre más la inseguridad cotidiana.
La imbécil –o provocada- carencia de una política migratoria en nuestro país, el único que conozco que ha derogado insensatamente todos los requisitos para el ingreso y la permanencia de extranjeros en su territorio, permite que la droga y la violencia se hayan radicado en las crecientes villas de emergencia, como ya sucedió en Rio de Janeiro. Allí, son nativos los traficantes mientras que, entre nosotros, parecen serlo los paraguayos y los peruanos indocumentados que, sin embargo, permiten ejercer el clientelismo, amén de pagar verdaderos peajes a la policía y a la política.
Me pregunto si la “confortable adiposidad” –como la definió Leopoldo Lugones- que hace que privilegiemos tanto el corto plazo, con el consumo desaforado que esta nueva convertibilidad de 4 x 1 nos permite, también hará que inmolemos el futuro de nuestro país. Porque los expertos dicen que, cuando el tráfico de droga y sus ganancias siderales se adueñan de un territorio, no solamente no lo abandonan más sino que, para conservar su poder, lo bañan en sangre si resulta necesario.
También me pregunto hasta cuándo estaremos a tolerar, sin inmutarnos siquiera, pagar estos impuestos que implican que de cada doce meses que trabamos, cuatro vayan a parar a las arcas de un Estado mafioso, capaz de matar a sus niños de hambre y desnutrición en el norte, de degradar a tal extremo la seguridad y el espacio público, en el cual carecemos de un sistema de salud digno y eficiente, de una educación pública que retrocede en calidad en todos sus niveles. Y que permite a sus funcionarios enriquecerse sin medida.
La respuesta no puede ser sólo la economía. Me niego a aceptarlo, porque tengo una mejor opinión de nuestra sociedad, porque no me resigno a perderla.
De nosotros solos depende el futuro. Un futuro complicado, a la luz de lo que ha sucedido en estos días y, sobre todo, en la “profundización del modelo” que se avecina.
De obtener el “cristinismo” el caudal de votos inéditos que las encuestas le auguran, dispondrá del control de ambas cámaras del Congreso –sea que se trate de legisladores propios o “adquiridos”- y, en la medida en que se han agotado las cajas a las cuales ha recurrido el Gobierno hasta el presente para financiar ese “modelo”, sólo cabe imaginar por cuáles irá ahora.
No debemos olvidar que don Néstor (q.e.p.d.) y doña Cristina han hecho trizas todas las instituciones, un trayecto que comenzaron haciéndole un verdadero golpe de estado a la Corte anterior, sin dejar ni un organismo de control en pie. Ahora, con todo el poder en sus manos, la propia República dejará de existir, si lo permitimos.