El papel moneda destruye la división internacional del trabajo
Los defectos del dinero fiduciario frente al patrón oro son numerosos, pero podríamos resumirlos en dos: es un pésimo depósito de valor y un mal medio internacional de cambio. Lo primero se observa en su secular inflación, lo segundo en las notables fluctuaciones de los tipos de cambio.
Han sido muchos los economistas que, sin embargo, han considerado que precisamente por estos dos defectos el dinero fiduciario resultaba preferible al oro. A saber: el mejor dinero es el peor dinero. Elemental ataque a la lógica que justificaban diciendo que el mal dinero es más manipulable a la hora de implementar políticas monetarias y cambiarias que permitan estabilizar la demanda interna y externa.
No es lugar aquí para insistir en todos los problemas que rodean a estas ideas. Tan sólo me gustaría insistir en cómo el fenómeno del dinero caliente echa por tierra tan ingenieriles conclusiones.
¿Qué es el dinero caliente? El capital que huye de un país y se refugia en otro por temor a ser expropiado, ya sea mediante altas inflaciones, devaluaciones, quitas bancarias y de deuda pública, etc. Estas fugas masivas de capitales por asuntos monetarios o crediticios —este asilo económico— carecían de sentido bajo el patrón oro. Si se temía inflación, devaluación o quitas, lo que hacían los agentes económicos era simple y llanamente sacar su oro del banco y atesorarlo hasta que la situación se estabilizara (consumadas o despejadas las amenazas).
El capital no salía del país por el simple motivo de que el oro era la reserva de valor última fuera del alcance de los políticos. Precisamente porque el metal amarillo era un buen depósito de valor, los agentes lo utilizaban para desempeñar este papel en tiempos de incertidumbre dentro de sus sociedades.
Con el dinero fiduciario, la única manera de proteger el patrimonio frente a perturbaciones monetarias y crediticias es sacando el dinero del país para convertirlo en activos extranjeros, incluyendo el dinero fiduciario de mejor calidad de otros bancos centrales. Como consecuencia de esta fuga de capitales, el papel moneda nacional se deprecia abruptamente y el papel moneda extranjero se aprecia de manera exagerada.
Esta apreciación del dinero fiduciario foráneo provoca serias dificultades para la economía receptora de capitales, pues la apreciación del valor de su divisa mata a su industria exportadora (en especial, a aquella que utiliza factores internos) y, a su vez, perjudica a las industrias nacionales que dependieran de la importación de bienes extranjero. Dicho de otro modo, la entrada masiva de capitales da lugar a un reajuste extraordinario de la división internacional del trabajo.
El país con moneda fuerte puede intentar estabilizar el tipo de cambio o bien imponiendo un control de capitales (lo que equivale a controlar los flujos comerciales) o monetizando a un tipo fijo toda la divisa extranjera que se le venda al banco central nacional. Justamente eso es lo que aprobó hace unas semanas el Banco Nacional Suizo (SNB) con respecto al euro: el banco central se comprometió a entregar 1,2 francos suizos por cada euro que se le vendiera.
De este modo, el SNB ha conseguido frenar la escala alcista de su moneda, pero a un elevadísimo coste: de facto, su divisa se ha eurizado o, al menos, lo hará si esa barra libre de francos suizos se mantiene durante mucho tiempo. Fijémonos: el dinero caliente procedente de la zona del euro habrá conseguido, al final, trasladar su crisis monetaria interna a un país que gozaba de una buena salud monetaria. Es la metástasis del papel moneda que eventualmente podría terminar afectando al mismo dólar (si Mr. Bernanke resuelve, ante un agravamiento de la crisis monetaria del euro, monetizar activos basura europeos a cambio de dólares para los bancos de la Eurozona).
En última instancia, pues, comprobamos que ante una crisis monetaria en el extranjero, el dinero fiduciario nacional no puede ser a la vez un buen depósito de valor y un buen medio internacional de cambio. Existe una disyuntiva insuperable entre ambas funciones: si se mantiene como un buen depósito de valor (papel moneda responsablemente gestionado) será masivamente comprado y atesorado por las sociedades que padecen la crisis monetaria, lo que generará una apreciación del tipo de cambio y convertirá su divisa en un mal medio internacional de cambio para las industrias exportadoras (a menos que se instaure un control de capitales, lo que lo convertiría igualmente en un mal medio internacional de cambio). Si, por otro lado, se desea mantener el papel moneda como un buen medio internacional de cambio estabilizando su valor contra las divisas en crisis, será necesario socavar sus cualidades como depósito de valor, depreciando deliberadamente la moneda y sometiéndola a las fluctuaciones del deficiente sistema bancario extranjero.
El dinero fiduciario, en definitiva, es inherentemente inestable y ante una crisis monetaria externa tiende a extender las pérdidas incluso a aquellos países que están obrando de manera diligente: o bien pierden los exportadores nacionales (si se aprecia el tipo de cambio) o bien los tenedores de la divisa o de renta fija (si se esterilizan las entradas de capitales).
Ninguna de estas negativas consecuencias acaecería en un sistema de patrón oro: si un país sufre una crisis bancaria, sus ciudadanos atesoran oro y fuerzan un reajuste interno en su estructura productiva sin ocasionar ni una fuga de capitales hacia el extranjero ni una apreciación de esas divisas foráneas. Es cierto que los efectos de una crisis nacional pueden extenderse al extranjero (por merma de la demanda importadora), pero no se extenderán por motivos exclusivamente monetarios: a saber, a la necesidad de un reajuste internacional por distorsiones reales no se le sobrepondrá otro reajuste por distorsiones monetarias.
La grandeza del patrón oro para la economía era colocar rápidamente el foco en aquellas industrias que requerían de una reconversión. La grandeza del dinero fiduciario para la política es la de permitirle apartar el foco concentrado de luz, extenderlo difusamente sobre toda la economía y redistribuir las pérdidas y los reajustes. No lo olvidemos: a largo plazo, el papel moneda es un muy mal medio internacional de cambio y un pésimo depósito de valor; un adictivo juguete en manos de nuestros gobernantes que sólo tiende a destruir la división internacional del trabajo.
* El autor es Director del Observatorio de Coyuntura Económica del Instituto Juan de Mariana (España).