Ajuste, sí. Pero, ¿también saquear?
“Tacto es la habilidad de hacer que el otro vea la luz sin hacerlo sentir el rayo” Henry Kissinger
La semana pasada, esta columna tuvo un título bastante parecido, ya que planteaba entre qué posibilidades debería optar el Gobierno en un muy breve plazo. Como todos sabemos, inició el camino que lo llevará a una mayor racionalidad económica, sobre todo en tiempos de crisis internacional y de complicaciones en el panorama interno. Falta saber, aún, si también recurrirá a la otra opción, como ha hecho con los ahorros privados en las AFJP’s, con las reservas del Banco Central, con el fondo de sustentabilidad de la ANSES, con las carteras del Banco Nación y hasta con la caja del PAMI.
Sin embargo, los anuncios que, con sonrisas y con circunloquios con los que evitaron la palabra “ajuste”, formularon don De Vido y don Boudou pusieron sobre el tapete una de las caras más oscuras de las demenciales políticas llevadas adelante en los ocho años y medio del reinado kirchner-cristinista. En efecto, al informar a la ciudadanía a quiénes se suprimían los subsidios a los consumos de luz, agua y gas se confirmó que, sacrificando a los más pobres (por ejemplo, a los que no tienen acceso al gas por cañería y deben pagar el precio de las garrafas) el “modelo” regaló dinero, a manos llenas, a casinos, hipódromos, bingos y bancos.
Lo que hace parecer absurdos esos anuncios oficiales es la cifra de ahorro que representan -$ 600 millones de pesos- sobre un total que el propio Presupuesto 2012 estima en más de $ 75.000 millones. Parece un poco magro el resultado, ¿no es cierto? Sobre todo, si pensamos que una suma mayor se destina a financiar el “Fútbol para todos” o a Aerolíneas Argentinas o a cualquiera de los distintos emprendimientos populistas que tan de moda están.
Tanto los ex secretarios de Energía como muchos otros analistas, incluyendo a quien esto escribe, hace años que nos desgañitamos pidiendo racionalidad en la política de subsidios, ya que el objetivo buscado se cumpliría mucho mejor si, en lugar de compensar a las empresas por el congelamiento de tarifas, se impusiera el cobro diferencial, favoreciendo a quienes menos tienen y liberándolas a quienes pueden pagarlas.
Siendo un absoluto lego en la materia, me pregunto: dado el enorme crecimiento de la recaudación por el IVA –obviamente, debido a la inexistente inflación-, ¿no sería mejor, en lugar de implementar controles de precios, que siempre fracasan, quitar ese impuesto a los productos de una canasta básica familiar? Esa simple medida implicaría un aumento directo en el poder de compra de los más humildes –que destinan la casi totalidad de sus ingresos a la comida- equivalente al 21%.
Los ministros dijeron que la medida adoptada no implicará modificaciones en las tarifas. Claro, resulta casi perogrullesco decir que, como éstas no cambiarán, el porcentaje que cubrían los quitados subsidios deberán ser absorbidos por el consumidor. Cuando la supresión de esos favores se generalice, ¿qué pasará con la inflación, que está entre las cuatro más altas del mundo?
Desde el 14 de agosto, y más desde el 23 de octubre, la economía argentina está sumida en la incertidumbre por la falta de precisiones de la Presidente y, como siempre lo han hecho nuestros ciudadanos, el precio de esa duda acerca del futuro es la fuga de capitales y el crecimiento sostenido del mercado negro. Porque todos nos preguntamos cómo pueden sostener férreamente el timón, en medio de una tempestad como la que azota al mundo, siete -¡siete!- pseudo-ministros de Economía (Boudou, Marcó del Pont, Felletti, Moreno, Lorenzino, De Giorgi y Echegaray) que, en forma permanente, se contradicen en sus recomendaciones a la Presidente.
Resulta hasta redundante decir que, en los ocho años de gobierno de la familia patagónica se ha desperdiciado la mejor oportunidad que tuvo la Argentina desde los lejanos días de la primera mitad del siglo XX, y se ha dilapidado una fortuna que, por el brutal aumento de precio de nuestras exportaciones, hubiera permitido mejorar sensiblemente la pirámide social que, hoy, presenta los mismos porcentajes de pobreza e indigencia que existían en los denostados 90’s. No hay que olvidar que, con estos precios internacionales, Alfonsín, Menem, De la Rúa o Duhalde se hubieran transformado en estadistas y, probablemente, seguirían en la Casa Rosada.
Sin embargo, el viento de cola que acompañó a los pingüinos desde su origen a nivel nacional no ha servido para transformar al país, para renovar su infraestructura, para convertirlo en una nación moderna, eficiente y competitiva. Carecemos de rutas y caminos, hemos perdido la autosuficiencia energética y todos los índices reales –no los dibujados- se han deteriorado, mientras los siderales ingresos se han malgastado en populismo y en clientelismo, cuando no han terminado en los bolsillos de los funcionarios y sus cómplices.
La apelación de la Presidente a terminar con el “anarco-capitalismo” fue un verdadero hallazgo; lo malo es que el criterio expuesto no se aplica en la Argentina en la que ella reina y gobierna. Aquí, la falta de seguridad jurídica, los controles policiales, los aprietes de don Moreno, el enriquecimiento geométrico de los amigos del Gobierno, la absurda protección a industriales prebendarios tienen muy poco que ver con la declamada postura de doña Cristina ante el mundo.
Adjudicar a la especulación todos los males y negarle todas las virtudes, amén de formar parte de un discurso infantil, retrógrado y absolutamente perimido, es desconocer que el ahorro público –destruido aquí por la fuga de capitales- y, sobre todo, la asunción de riesgos en la financiación son absolutamente esenciales para el desarrollo de los pueblos. ¡Hasta China lo ha comprendido!
Doña Cristina pronunció sus sabias palabras en Cannes, donde el viernes se reunió con el Presidente Obama. Qué se dijo, en verdad, en esa reunión todavía no lo sabe nadie más que sus protagonistas, pero pretender, como hizo la prensa del Gobierno y adicta, que la viuda de Kirchner sólo recibió halagos, parece un poco primitivo. Es más, esa entrevista no tuvo repercusión alguna en la prensa mundial; ningún diario, canal o radio extranjero la mencionó.
Obama tiene muy fresco el “grave” (según sus propias palabras) incidente protagonizado por Twitterman y sus tenazas sobre un avión norteamericano, a cuya tripulación se llegó a imputar un posible tráfico de drogas y del cual se retuvo información sumamente sensible por meses; tampoco el Departamento de Estado ha olvidado las acusaciones de integrar un complot formuladas cuando Antonini Wilson fue descubierto portando valijas chavistas ni el pesado agravio a la institución presidencial que constituyó la contra-cumbre de Mar del Plata (el sábado fue recordada por funcionarios y militantes en un acto en esa ciudad).
Después de la creciente rispidez entre Israel e Irán, el Presidente norteamericano tampoco está dispuesto a aceptar una mayor presencia de esta república islámica –hoy el mayor enemigo de los EEUU- en América Latina. Hay personal militar iraní en Venezuela y Bolivia, y tiene sumo interés en los yacimientos de uranio, indispensable para su desarrollo nuclear. El reciente giro en la posición argentina, en un sentido favorable a Adjmenijhad, tal vez motivado por la necesidad del “modelo” de encontrar reemplazo a la antigua generosidad de Chávez, debe necesariamente haber formado parte de la agenda bilateral e incluido en las condiciones impuestas a nuestro país para intentar su reenganche al mundo.
La semana que comenzará mañana nos dirá mucho acerca de la forma en que doña Cristina piensa encarar su segundo mandato. Ahora se verá si sostiene la falacia del Indec, el rechazo a las auditorías del FMI, la negación de la inflación, el atraso cambiario, la persecución a la prensa disidente, las medidas policiales sobre el mercado, la arbitraria suspensión de importaciones, etc., o si, por el contrario, continúa en la senda virtuosa que, por cierto muy tímidamente, parece haber iniciado con el recorte de subsidios a las actividades más sorprendentes.
Debo confesar que, dada la naturaleza de escorpión que el kirchner-cristinismo lleva en sus entrañas, no tengo demasiadas esperanzas.