Adivinanzas en Cristilandia
“En los momentos de crisis, sólo la imaginación es más importante que el conocimiento” (Albert Einstein)
Desde el mismo lunes 24 de octubre, cuando la señora Presidente percibió que el humor económico de la ciudadanía tenía poco que ver con su talante político, que le había concedido el 54% de los votos positivos, y pese a que las propias espadas del oficialismo establecen en el 7% la incidencia de las compras minoristas en la fuga de capitales, el Gobierno desató una verdadera guerra, con tropas y armas de todo tipo, contra quienes pretenden comprar unos pocos dólares en la Argentina.
Entonces, si es tan bajo el factor “chiquitaje” en la compra de dólares, ¿por qué desatar el pánico que, como siempre, se transformó en un tsunami en el mercado? ¿Por qué reaccionar de ese modo, si la fuga lleva nada menos que cincuenta y dos meses consecutivos? Adivinemos: ¿estará preocupado el Gobierno Nacional porque las reservas que dice tener no son tales y, consecuentemente, no podrían responder ante una dolarización más fuerte?
Porque, debemos recordar, la única “moneda” debería ser, en la Argentina, el peso. Lo demás, dólar incluido, son “cosas”, cuyos precios dependen de la oferta y la demanda. Si hay tanta demanda como para preocupar a la Casa Rosada, resulta que la oferta no debe ser tan suficiente como debiera, y esa exacerbación de la demanda sólo puede deberse, mal que nos pese a todos, a la enorme desconfianza que despierta la falta de una verdadera política económica y a la incógnita acerca de hacia dónde se dirigirá doña Cristina en su nuevo mandato, generada por la duda acera de la identidad de su Ministro de Economía.
Las mismas fuentes oficiales, en especial la inefable doña Merceditas Marcó del Pont, Presidente del Banco Central, nos ha hecho saber que la enorme mayoría de las compras de dólares se debe a las remesas de utilidades de las empresas a sus casas matrices en el exterior. Y lo explican, de cara al público, por la crisis internacional, que golpea a esas mismas compañías en sus países de origen, todos ellos situados en el Primer Mundo.
Ahora bien, adivinemos otra vez: ¿cuál será la empresa que, en proporción a sus ganancias, más divisas remitió a su empresa-madre? Supongo que acertó: YPF, que envió a los españoles de Repsol, dueña del 85% de su capital, nada menos que 144% de lo que ganó. Sí, aunque lo sorprenda, la familia Eskenazi que, por una enorme generosidad de los dueños, se quedó con el 15% de la compañía y con su administración sin poner prácticamente un centavo, mandó a España US$ 144 por cada US$ 100 que ganó.
Claro que nuestros distinguidos y exitosos compatriotas estaban obligados a hacerlo, toda vez que el contrato por el cual “compraron” el 15% de YPF establece que deben devolver el préstamo que obtuvieron para pagarlo -¡que le dieron los propios accionistas de Repsol!- con los dividendos que le corresponden por el porcentaje adquirido.
En una palabra, y por si usted no estuviera versado en estos temas, el negocio se hizo así:
a) Repsol, a la que le habían congelado las tarifas y que no tenía diálogo real con el entonces Presidente Néstor Carlos Kirchner, tenía interés en “desinvertir” en la Argentina, o sea, salir y llevarse lo que pudiera;
b) alguien, muy atento por cierto, señaló como interesados en entrar en YPF a los Eskenazi quienes, curiosamente, nada tenían que ver hasta entonces con el negocio del petróleo y del gas; es más, su experiencia anterior consistía en haberse quedado con el Banco de Santa Cruz que, entre otras cosas, operó los famosos “fondos” sobre cuyo destino don Néstor (q.e.p.d.) nada explicó;
c) como los Eskenazi no tenían dinero para comprar tamaña proporción de la empresa, los propios españoles se lo prestaron, con la notable excusa de la experiencia de los compradores en “actuar en mercados regulados” (sic), además de entregarles la administración del total de YPF;
d) los nuevos gerentes (recuerde, los Eskenazi) distribuyeron, como dividendos, muchísimo más que lo que YPF ganó; con su 15% fueron pagando a los españoles quienes, a su vez, retiraron el 85% de esos dividendos, con lo cual cumplían el objetivo descripto en el punto a).
Hasta allí, y en la medida en que no había nada probadamente ilegal en la operación, no habría nada que objetar.
La cosa es diferente cuando se descubre, como explicó Alieto Guadagni en el maldito Clarín.com del 7 de noviembre, que ninguna compañía petrolera del mundo se comporta de ese modo. Así, Petrobrás distribuyó el 30% de sus ganancias, Exxon el 25%, British Petroleum el 44%, y Total el 40%, y todas reinvirtieron la diferencia en exploración. YPF, obviamente, no sólo no pudo hacerlo sino que “desinvirtió” fuertemente.
El verdadero drama radica en que, entre otras razones vinculadas al congelamiento de tarifas a toda la industria, tal como continuó explicando Guadagni (http://tinyurl.com/6mamfmv), para cubrir las obligaciones de los Eskenazi frente a los españoles de Repsol, la Argentina dejó de explorar, descubrir nuevas reservas y hasta producir. Por primera vez, en más de un siglo, el kirchnerismo logró que la producción petrolera y gasífera cayeran.
Las reservas han disminuído, desde 2003, tan fuertemente que recuperarlas nos costará una inversión fantástica e inalcanzable, al menos para el ahorro local: ¡US$ 300.000 millones!
La Argentina es, sólo después de Rusia, la nación más dependiente del gas del mundo. Como producimos menos, y el consumo es cada vez mayor, debemos importar más, a precios internacionales crecientes. Como esos precios son en dólares, el gobierno debe afrontarlos con lo que puede: los ingresos en divisas por las exportaciones, las reservas del Banco Central, las tenencias de la Anses, el Pami, etc. Este año, hemos pagado US$ 3.000 millones por los combustibles que importamos; en 2012, esa suma trepará a US$ 7.500 millones y, en 2013, a escalofriantes US$ 12.000 millones.
El mismo día en que el artículo citado fue publicado, YPF desplegó una fantástica cortina de humo para evitar que la opinión pública tomara conciencia de la magnitud del drama descripto. Informó que, en Loma de la Lata, había descubierto un yacimiento de petróleo no convencional que triplica sus reservas. El éxito de la maniobra se confirmó, al día siguiente, con un alza del 10% en el precio de las acciones de la petrolera en la Bolsa porteña.
Sin embargo, resulta menester explicar algunos detalles del rimbombante anuncio. Primero, se trata de petróleo “no convencional”; es decir, no se encuentra en estado líquido sino empapado en arenas. Segundo, se ignora, en realidad, la magnitud del yacimiento y, en especial, no se sabe si el costo de extraerlo justificaría hacerlo en algún momento. En resumen, al menos un apresurado y aventurado anuncio, que no podrá reflejarse por mucho tiempo en los balances de la empresa.
Para continuar, otra de las adivinanzas. El martes, el nuevo Secretario de Transportes, sucesor de don Ricardo Avión Jaime, protestó con indignación por manifestaciones de los dueños de colectivos que informaron que, si se quitaban los subsidios, el boleto pasaría a costar la bonita suma de $ 4,50; dijo don Schiavi que no se haría.
El subsidio al transporte representa la gran mayoría del monto total que se reparte con ese fin que, este año, ya ha llegado a los $ 75.000 millones. Dijo el funcionario, además, que “no es un tema prioritario”, pero que se “está trabajando a full en su estudio”; notable contradicción, ¿no es cierto?
Entonces, ¿quién pagará la diferencia entre el precio real y el subsidiado, cuando dejen de hacerlo? Lo mismo ocurre con el gas, la luz y el agua; cuando dicen don De Vido y don Boudou que no subirán las tarifas, ¿quiénes se harán cargo de la diferencia?
Aclaro, a priori, que estoy de acuerdo con que resulta indispensable subsidiar a los más necesitados, pero no a las empresas prestadoras. Resulta muy fácil, en la era de la computación, hacerlo; sin embargo, desde 2002, las tarifas generales no aumentan, y se ha dado el curioso caso de “redistribución e inclusión” en que los más pobres y el interior del país están pagando más para que los porteños más ricos paguen menos. ¡Notable!
Finalmente, la última adivinanza. Dada la necesidad del gobierno de tapar algunos de los muchos agujeros por los cuales se dilapidan los ingresos argentinos, ¿cómo repercutirán esas medidas, cuando pronto se generalicen, sobre una de las inflaciones más altas del mundo? ¿Se podrá esperar hasta que ingresen los soja-dólares para actuar sobre el gasto público?
Ayer mismo, con un golpe al mejor estilo de don Guillermo Moreno, su par de la AFIP, don Ricardo Echegaray, paralizó todas las importaciones de la Argentina. Una oportuna y masiva queja de los afectados obligó al organismo a volver sobre sus pasos, pero nadie sabe hasta cuándo. Obviamente, de implementarse una medida de ese tipo, las represalias comerciales de nuestros compradores extranjeros no se harán esperar.
Cuando tanto me equivoqué al pronosticar que doña Cristina no se presentaría a la reelección, entre otras cosas, lo hice pensando en que se abstendría para no tener que pagar la cuenta de la fiesta, precisamente lo que ya está ocurriendo. Si hubiera seguido el implícito consejo, hoy estaría disfrutando de la paz y de los beneficios de El Calafate y de otras ciudades que, en el mundo, tanto le gustan aunque, a veces, terminen tratándola tan mal -el “orgullito” que dijo haber sentido la Presidente en la reunión del G-20 tuvo menos de cuarenta y ocho horas de vida- como Cannes.