Reculando en chancletas
“Nunca se miente tanto como antes de las elecciones, durante la guerra y después de la cacería” (Otto von Bismark)
El gobierno, como he aplaudido en la nota anterior, ha recurrido a la frondosa imaginación de la cohorte de geniales comunicadores que la Casa Rosada tiene a su alrededor para encontrar palabras que, al menos lo pretenden, nos hagan saber que nada ha cambiado: “reacomodamiento”, “tensiones”, “sensaciones”, y tantos otros circunloquios que los aleje de la realidad, tan temida y escondida.
Pero basta ver qué prometieron hacer los Kirchner y qué está ahora haciendo la viuda del fundador del “modelo” desde que el 54% de los votos la confirmara en el uso –y el abuso- del sillón de Rivadavia por cuatro años más.
En 2006, por ejemplo, don Néstor (q.e.p.d.) prohibió estúpidamente las exportaciones de carne, “para garantizar la mesa de los argentinos”. Lo califico de ese modo porque, al dictar esa medida, ignoraba que los cortes que se exportan no son los que se consumen en el país. Sin embargo, y como predije entonces (ver http://tinyurl.com/7weeevx), la prueba del disparate colosal cometido implicó la liquidación de millones de cabezas de ganado, la pérdida de más de cincuenta mercados conseguidos con esfuerzos y muchas dificultades, la crisis en la industria frigorífica, la desnacionalización de esa industria y, sobre todo, un alza desmedida en los precios de la carne, que redujo enormemente su consumo per cápita.
En 2003, cuando realizó su vuelo triunfal desde Río Gallegos a Buenos Aires, Kirchner se encontró con un país netamente exportador de energía; inclusive, se habían construido líneas de alta tensión para venderla a Brasil y a Uruguay y gasoductos para exportar gas a Chile; hoy, el sentido del tráfico de esos ductos se ha invertido.
Argentina disponía de reservas comprobadas para treinta y cinco años. Hoy, después de tan ¿exitoso? “modelo”, debemos importar combustibles de todo tipo –de menor calidad y mayor precio que los que exportamos- y para atender la demanda interna de gas no alcanza el que compramos a Bolivia (pagando a sus productores allí tres veces más de lo que les pagamos –son los mismos- en el país) y debemos importarlo bajo la forma líquida, a un precio seis veces mayor que el nacional.
La inefable señora Presidente ha suscripto un contrato con Qatar para la provisión de gas licuado por veinte años, que nos ha endeudado en US$ 50.000 millones, obviamente sin dar detalles ni llamar a licitación. Y nos hemos consumido todas las reservas; según Alieto Guadagni, reponerlas nos costaría ¡US$ 300.000 millones!
La sinrazón de esta política, o su verdadera locura, hizo que los precios a los productores se mantuvieran congelados desde hace nueve años, que éstos dejaran obviamente de invertir en prospección de nuevos yacimientos (de allí la caída de las reservas) y en producción, obligando al Gobierno a importar cantidades crecientes de combustibles a precios cada vez más caros. Para dar una idea de qué estoy hablando, las importaciones crecieron hasta alcanzar, en la proyección para 2011, a US$ 8.000 millones y, para 2012, a ¡US$ 12.000 millones!
Ello nos lleva, naturalmente, al tema de los subsidios, ahora retirados o en vías de serlo. Los brillantes y sonrientes ministros de Economía y de Planificación dijeron la verdad al anunciar estas medidas: las tarifas no subirán al consumidor. Digo que es cierto porque, al menos hasta ahora, no está previsto el reconocimiento de aumento alguno a las compañías productoras, transportadoras y distribuidoras, con lo cual el problema del déficit energético tenderá a empeorar.
Lo que no dijeron con claridad es que, al retirar los subsidios y obligar al consumidor a que pague la diferencia crearon un nuevo cargo –un impuesto- que, ingresando a la caja del Estado, permitirá que doña Cristina siga gastando a su antojo. Sin embargo, existe un grave problema legal que, dudo, ni siquiera esta genuflexa Corte Suprema esté dispuesta a sortear y eludir: en la medida en que se trata de un nuevo tributo, el Poder Ejecutivo no tiene facultades para imponerlo; es más, lo tiene expresamente prohibido por la Carta Magna.
Otro “detalle” es que, en la medida en que total debido será mucho mayor, también se incrementará el monto que, en concepto de IVA, el consumidor deberá pagar a fin de mes. Quien tenga alguna duda al respecto, puede consultar su última factura.
Don Néstor (q.e.p.d.) había prometido -y estaba totalmente convencido de lo esencial de su cumplimiento- garantizar el superávit fiscal. Su viuda y sucesora lo ha hecho polvo, y la Casa Rosada se ha visto obligada a firmar cada vez más vales –verdaderos papelitos sin valor-, que reemplazan al dinero que retira diariamente de las cajas del Banco Central, de la Anses, del Banco de la Nación, etc., a pesar del saqueo a las AFJPs.
Don Néstor (q.e.p.d.) había prometido –aunque dudo que lo dijera en serio, dada su esencial necesidad política- que su “modelo de inclusión social” terminaría con la pobreza en la Argentina. Sin embargo, según se supo la semana pasada por las informaciones brindadas por la Pastoral Social de la Iglesia y por el Observatorio Social de la Universidad Católica, hay ahora casi más pobres que al final de los malhadados 90’s, y eso que la medición se realizó después de casi nueve años de crecimiento a “tasas chinas”.
Doña Cristina –y don Néstor (q.e.p.d.) entre bambalinas- había explicado que la política del Gobierno frente al campo tendía a evitar el monocultivo del “yuyito” y a obligar a la diversificación de los siembras. La realidad dice que la Argentina se ha “sojizado” al extremo y que la frontera agrícola de esa oleaginosa se ha extendido por el país a costa de bosques, tierras ganaderas y del trigo, el maíz y otros cereales. Claro que, sin la soja y los extraordinarios precios que ésta alcanzó recientemente –hasta que la suerte se le terminó a la Presidente-, no hubiera sido posible esta fiesta de despilfarro, populismo y corrupción, inherente al “modelo”.
La Presidente, al reinaugurar cien veces los mismos galpones y cabinas de señales, prometió reconvertir al país en ferroviario. Sin embargo, no solamente nada se hizo sino que los fabulosos subsidios pagados a las empresas concesionarias –que parcialmente terminaban transportados en valijas de efectivo por don Ricardito Avión Jaime, cada viernes, al despacho de don Néstor (Cirielli dixit)- no se transformaron en inversiones y, para empeorar el panorama, se cedió un sillón en el Directorio de Belgrano Cargas a Moyano, enemigo natural y esencial del transporte en tren.
La señora Presidente no parece haberse cansado aún de autoelogiarse con las mejoras concedidas, por su gracia, a los jubilados. Pese a ello, y con la necesidad imperiosa de destinar los fondos de garantía para los programas “Computadoras para Todos”, “Fútbol para Todos”, Asignación Universal por Hijo, etc., vetó la ley que imponía el pago del 82% móvil a los pasivos, y el 90% de éstos cobra la jubilación mínima que, a todas luces, es insuficiente para atender a la canasta básica.
Motivada, seguramente, en razones de alta política –nadie vaya a pensar que lo hizo por razones “crematísticas”- pero sin molestarse en contarnos cuáles eran, a contramano de todas las promesas y gestos realizados desde los lejanos días de los “hielos continentales”, doña Cristina también vetó la Ley de Protección de Glaciares, sancionada por unanimidad de ambas cámaras del Congreso, ordenando a su sumisa bancada propia no insistir con ella.
La señora de Kirchner, que se ha llenado la boca hablando de la libertad de empresas y gremios para fijar los salarios en paritarias, con el Estado como garantía, ha invertido literalmente el rol de éste y ha denegado la homologación del Ministerio de Trabajo al aumento obtenido por la Unión de Trabajadores Rurales, conducida por el “Momo” Venegas.
De don Néstor (q.e.p.d.) -que consideraba al movimiento obrero como una aliado indispensable y la piedra basal de su “modelo”- a doña Cristina que, ante la rebeldía contra un acto imperial, pide se quite la personería a un gremio, hay una enorme distancia. La misma que la lleva a devolver a la Fuerza Aérea, cuatro años después de habérselo quitado su marido, a los controladores del espacio aéreo.
Falta saber qué decidirá el plenario de la CGT, convocado por don Hugo Camión para esta tarde y con carácter de urgente, para saber cómo seguirá la lucha por la inflación, los salarios y la calle. ¡Menudas cuestiones!
La enumeración, claro, podría continuar hasta el infinito, hablando de temas tales como el “desendeudamiento” (¡Argentina pagó al FMI y se endeudó con Venezuela, a una tasa mayor!, pero el monto total de la deuda pública es igual que cuando Kirchner asumió), la caída feroz en las reservas monetarias, la decadencia de la educación, la rampante inflación, la falta de inversión en infraestructura, la inseguridad ciudadana, la fuga de capitales, etc. Sin embargo, voy a concluir con otro de los pilares del “modelo”, esto es, el consumo interno como motor único de la economía.
Doña Cristina contribuyó, en enorme medida, a que los argentinos entraran en una fiesta fantástica de compras, muchas por completo innecesarias, de automóviles, de plasmas, de electrodomésticos y, por triste que le resulte, hasta de dólares.
Esos compradores de clase media, tan incentivados y que han convertido a sus tarjetas de crédito en transparentes a fuerza de usarlas, hasta hace pocos días tenían previsto cómo pagar las cincuenta cuotas de cada una de esas compras, pero ahora deberán destinar una porción no menor y creciente de sus ingresos al pago de las elevadas facturas de luz, de agua, de gas, de medicina prepaga y de educación privada, sin hablar de los alimentos y la indumentaria.
Este verano promete ser más caliente de lo habitual pero, además, ese calor promete prolongarse, al menos hasta que todos esos aumentos de gastos sean mentalmente absorbidos por los ciudadanos, que enfrentan una presión tributaria con escasos parangones en el mundo y una prestación de servicios del Estado más que deficiente e insatisfactoria.
La gran incógnita es qué hará la ciudadanía cuando reciba el mortal golpe en sus bolsillos, cuando se vea obligada a incumplir sus compromisos, es decir, cuando todo explote por el aire. El mayor problema que aquejará a la señora Presidente es que, en la medida en que carece de ministros con personalidad propia, todas las decisiones, por pequeñas que sean, recaen en ella. Y de ella serán, entonces, todos los costos que la falta de tales fusibles hará que deba pagar personalmente.
Existe un dicho popular que dice que, cuando la situación se complica, se torna “más difícil que recular en chancletas”. Como es de público y notorio, hasta a los más acérrimos militantes del “modelo” se le está haciendo muy engorroso explicar que lo que vivimos los argentinos desde el 24 de octubre -¡hace poco más de un mes y parece que hubieran transcurrido años!- es lo mismo que hicieron don Néstor (q.e.p.d.) y doña Cristina desde los lejanos días de mayo de 2003 hasta entonces.