INTERNACIONALES: POR GENE HEALY

J. Edgar: de cómo el hambre de poder corrompe

¿Cansado de la típica película de Hollywood acerca de un superhéroe? Sería aconsejable que vea J. Edgar, la nueva película biográfica de Clint Eastwood acerca del legendario director del FBI, quien sirvió para ocho presidentes estadounidenses a lo largo de casi cinco décadas.

05 de Diciembre de 2011

“Sirvió” no es una descripción adecuada —Hoover principalmente se sirvió a sí mismo y los expedientes acerca de importantes figuras políticas que compiló gracias al espionaje de su agencia hizo que los presidentes temieran reemplazarlo, no fuera que, como dijo Richard Nixon, Hoover “bajara el telón” en retaliación.

Si, como me sucede a mi,  Leonardo DiCaprio no lo ha convencido cuando pasó de romper los corazones de adolecentes a ser héroe de acción, se podría sorprender con su buena actuación en esta película, en la cual interpreta un envejecido y rígido burócrata, determinado a eliminar todos los obstáculos a su poder.

Leonardo Di Caprio - Foto: CaughtOnSet.comLo mejor de la película es que es una aleccionadora historia acerca de los peligros del espionaje estatal.

En mi opinión, sin embargo, dedica demasiado tiempo a la relación de Hoover son su principal asesor y compañero de toda la vida Clyde Tolson —un romance no consumado, según la interpretación de Eastwood. La implicación —de que la (supuesta) represión de Hoover condujo a la opresión por parte del FBI— confunde un mensaje importante con el drama freudiano.

Muchos agentes del FBI con familias convencionales participaron con entusiasmo en COINTELPRO, el programa de espionaje doméstico de la agencia. Presidentes como Jack Kennedy y Lyndon Johnson, quienes —digámoslo abiertamente— difícilmente eran sexualmente reprimidos, también fueron entusiastas cuando se trataba de grabar conversaciones telefónicas.

Cuando la industria de acero elevó los precios en 1962, JFK y RFK ordenaron plantar micrófonos en los teléfonos de los ejecutivos de las empresas y enviaron a los agentes del FBI a ejecutar redadas de sus hogares en la madrugada.

El juez federal Laurence Silberman, cuando fue asistente del fiscal general y se le encargó revisar los archivos secretos del difunto Hoover, descubrió en 1974 que “Lyndon Johnson fue el más exigente” cuando se trataba de requerir inteligencia política del FBI. A pedido de Johnson, el FBI incluso colocó micrófonos dentro del  avión de campaña del candidato presidencial Barry Goldwater.

Las obsesiones de Hoover, sin importar cuáles hayan sido, no eran el problema. El problema era que, como concluyó un Comité Selecto del Senado investigando los abusos de inteligencia en 1976, las “actividades de inteligencia eran esencialmente excluidas del sistema normal de pesos y contrapesos… tal poder Ejecutivo, no basado en la ley o supervisado por el Congreso o las cortes, contenía las semillas del abuso y su crecimiento era de esperarse”.

En una investigación de dos años, el Comité Church descubrió qué tan profundo llegaba la putrefacción en el FBI. El programa COINTELPRO iba mucho más allá del simple espionaje,  agentes que robaron hogares y plantaron “evidencias” diseñadas para desacreditar grupos “subversivos” (en el sentido más amplio).

En una ocasión, agentes del FBI secuestraron a un activista anti-guerra para intimidarlo y provocar su silencio. En otra ocasión, los agentes colocaron micrófonos en las habitaciones de hotel donde se hospedaba Martin Luther King Jr. y le enviaron grabaciones que contenían evidencia de sus aventuras extramatrimoniales.

Con las grabaciones llegó una carta que decía: “King, solo te queda una cosa por hacer. Tu sabes cual es” —esto es, suicídate.

Como muestra la película, en los días de Hoover, el espionaje doméstico era un asunto de relativamente poca tecnología, consistía de fichas de índice y de colocar micrófonos en teléfonos del sitio espíado. Hoy, la tecnología moderna para procesar y filtrar datos ha mejorado dramáticamente la capacidad federal de espionaje y las restricciones post-Hoover se han ido debilitando de manera continua desde el 9/11.

El último reporte del Departamento de Justicia al Congreso muestra que los registros de las actividades financieras, telefónicas y en línea de 14.212 ciudadanos estadounidenses y residentes permanentes habían sido obtenidos por el FBI el año pasado mediante las extrajudiciales Cartas de Seguridad Nacional. 

No quiero sugerir que la agencia actualmente está involucrada en una criminalidad similar a la de la era de Hoover. Pero vale la pena considerar que, como señala mi colega Julian Sanchez “la existencia de bases de datos así de grandes en sí aumenta el riesgo de abusos”.

“La información es poder”, dice Hoover en una de las líneas claves de la película— y la historia nos advierte que el poder sin límites se convierte en un poder abusado.

Este artículo fue publicado originalmente en The DC Examiner (Ecuador) el 22 de noviembre de 2011.

Por Gene Healy - Vicepresidente de The Cato Institute