Alan Gross, dos años como rehén en Cuba
El 3 de diciembre de 2009, Alan Gross, ciudadano americano de Maryland y subcontratista de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), fue arrestado cuando intentaba salir del aeropuerto de La Habana. Acababa de terminar la entrega de equipos de internet a las aisladas comunidades judías del este de Cuba.
En marzo de 2011, una corte cubana declaró a Gross culpable del absurdo cargo de “actos contra la independencia o la integridad territorial del estado” de Cuba y lo condenaron a 15 años de prisión. Gross no fue ni es espía o agente de subversión. El propósito de tan cruel sentencia punitiva fue enviar un mensaje claro del régimen de Castro a los que sueñan con verdadera libertad en la isla.
El mensaje podría formularse así: ¡No se atrevan a esperanzarse con un cambio! Nuestro régimen sigue siendo todopoderoso. Uds. no tienen ni influencia ni derechos y nunca deben cuestionar la autoridad, el poder ni los privilegios del régimen. Castigaremos, cuando querramos, a los que decidamos que han cruzado nuestro invisible umbral de tolerancia.
Hay varias lecciones que se deben aprender de la actual farsa cubana de justicia. Aquí hay cuatro:
1. Las acciones de Gross en Cuba fueron congruentes con las normas internacionales, por lo tanto, difícilmente se puede catalogar de crimen. Basta con mirar en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, la cual establece claramente en el Artículo XIX que: “Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas por cualquier medio y sin limitación de fronteras” (énfasis añadido). El Artículo IV de la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre, aprobada en 1948 y con la adhesión de Cuba, afirma: “Toda persona tiene derecho a la libertad de investigación, de opinión y de expresión y difusión del pensamiento por cualquier medio “(énfasis añadido).
2. A pesar de los cosméticos cambios económicos, el sistema político de Cuba sigue siendo antidemocrático y totalitario en esencia. Después de más de 50 años, el régimen cubano aún cree que las palabras de los hermanos Castro son infalibles, que el Partido Comunista de Cuba es lo principal y que el Estado tiene el derecho a ejercer un monolítico control sobre la vida y las actividades de todos los cubanos. Este poder reside en una capacidad ilimitada para tipificar como delito lo que las sociedades libres dan por sentado: el acceso a la información, al debate y a las expresiones improvisadas de ciudadanos individuales.
3. Cuba comparte una parentesco vivo con otras tiranías modernas que van desde China e Irán hasta Corea del Norte y Siria. Aunque las tácticas de represión en Cuba pueden cambiar, el fin –la preservación del poder absoluto– no cambia. Mientras tanto, gran parte del mal que ocurre en Cuba es ignorado por los medios de comunicación y el mundo.
4. Tres años de iniciativas por parte de la administración Obama para mejorar las relaciones con Cuba mediante el silencio y las concesiones, con la esperanza de abrir las puertas al diálogo político, al pluralismo y a una democracia real, han sido lamentablemente en vano.
Los americanos están furiosos, y con razón, al ver la suerte del encarcelado Gross. El apoyo bipartito para su liberación es sólido y sigue creciendo.
El senador Benjamin Cardin (D-MD) señaló: “Durante casi dos años, el gobierno cubano ha mantenido a Alan Gross bajo términos y condiciones horribles, violando sus derechos humanos y tergiversando el imperio de la ley para satisfacer sus propias necesidades. Gross debería ser liberado inmediatamente y sin condiciones para que pueda regresar a casa”.
El congresista Chris Van Hollen (D-MD) también ha dicho: “No queda otra más que intensificar la presión. La pregunta para el gobierno cubano es si quiere mejorar las relaciones con Estados Unidos. Mientras Alan Gross siga estando encarcelado en ese país, esa puerta estará cerrada”.
Ahora más que nunca es el momento de mantener el poderoso centro de atención de la opinión pública concentrado en la injusticia del caso de Gross y en los innumerables actos de represión cometidos por el régimen de Castro.
La versión en inglés de este artículo se publicó en Heritage.org.
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