¿Descomposición organizada?
¿Qué sociedad podrá resolver el inescrupuloso galimatías que nos propone, como certeza, todo el arco político? Los ensoberbecidos oficialistas por un lado y la amorfa oposición por el otro. Ambos se explayan en un mar de connivencias solo alterado por conveniencias económicas que no siempre responden a las necesidades de sus representados, es ciertamente una feria de maquillados “escruchantes”. «A través de las roturas de tu vestido descubro tu vanidad»
Seguramente la que podría desarticular tamaña puesta en escena sería una sociedad que no haga de la hipocresía una herramienta que convalide, por ejemplo; un delito menor tomando como punto de partida un delito mayor o que entienda que lo falso ni siquiera es similar a lo verdadero. Se trata de no relativizar con subterfugios lo que está mal. Quien lo dice?, lo dice la norma. Una sociedad sin respeto por sus normas es una sociedad caótica, algún sofista contemporáneo buscará confundirnos deliberadamente llamándola ‘dinámica’. Nada se organiza en medio del caos.
Justificar, mediante la distracción o la complicidad, la degradación de los valores esenciales es autodestruir nuestro derecho a no ser cómplices del mundo de lo ya “estipulado” que devalúa con su liviandad nuestra pretendida investidura de ciudadanos. Una sociedad que pretenda desarrollarse sólo le dará un sentido cierto a la participación si es parte de la decisión, sin coerciones ni manipulaciones.
Toda actividad contra natura es un disvalor que contribuye perniciosamente al futuro del hombre, llevándolo, sin más remedio, al despojo de sus valores esenciales para la cohabitación hasta lograr su desaparición como ser trascendente.
La “progresía”, abanderada indiscutible del displicente “está todo bien”, es la que más ha hecho por la ‘descomposición organizada’ de sociedades endebles en sus bases de formación valorativas; emplean herramientas de destrucción de baja intensidad, casi indetectables, facilitando el abordaje de cuanto virus disgregativo pretenda influenciarnos, según a sus intereses convenga. Esta ‘progresía’ es el rostro remozado que utiliza el poder para convalidar sus más deleznables intensiones.
No hay punto de coincidencia entre lo bueno y lo malo. La mirada relativa nos coloca en un estado de zozobra permanente que genera dudas y desconcierto, así es como los ciudadanos construyen una sociedad plagada de ambigüedades, temores e inconsistencias; ya en estado inerme nos inoculan todo tipo de hábitos y malformaciones que solo buscan, disfrazados de placeres aparentes, el desmembramiento de nuestra comunidad.
Si el relativismo impera todo está en duda; reina la anomia y en ella descansa el caos y la desintegración del entramado social. Así es como una nación empieza a convertirse en un monumento cadavérico que se expone indefenso al ‘rapiñaje’.
¿Es esto lo qué le debemos a la ‘corporación Política’ argentina?, será que nuestra responsabilidad como ciudadanos es volver al seno en donde fue concebida la política: el bien común?. Observando la soberbia oficialistas y a la anémica oposición nos damos cuenta que los intereses “particularísimos” se han fagocitado las convicciones. Ambos solo traducen egoísmo y promueven al “hombre como lobo del hombre”. Ser ciudadano es una obligación, pero claro, antes debemos saber que significa serlo. “No hay decreto que defina al ciudadano”.
“Es ciudadano el individuo que puede tener en la asamblea pública y en el tribunal voz deliberante”.
“Ciudadano es el hombre virtuoso, tal denominación pertenece al hombre político que puede ser dueño de ocuparse, personal o colectivamente de los intereses comunes”.
¿También son ciudadanos los que omiten a sabiendas lo inicuo de la corrupción y basan su no neutralidad en pos de sus “intereses particularísimos”?
Hay alguna categoría distintiva para los ciudadanos que permiten, haciéndose los distraídos, que el estado, junto a los depredadores financieros, se apropien del excedente de la renta de los trabajadores -con la venia de CFK-, que fomenta el gasto en bienes y servicios superfluos. Cuando efectuamos un gasto efímero no hacemos más que descuidar el ahorro, herramienta vital para lograr una autonomía genuina en las decisiones: familiares, sociales y nacionales en cuanto al uso responsable del dinero.
El papel de observadores inmóviles nos transforma en gentiles garantes de quienes esquilman de manera vil a los trabajadores aplicándoles cargas impositivas –directas e indirectas-, más relacionadas con el neoliberalismo que con un gobierno ‘nac&pop’ (¿?) mediante el impuesto a las ganancias -“impuesto al trabajo”-. ¿Puede tomarse lo obtenido mediante el esfuerzo diario como una “ganancia”?. Otra ‘buena manera’ de impedir que los trabajadores ahorren.
Nos preguntamos, por ejemplo, si los europeos cuando terminó la segunda guerra mundial y una vez que accedieron al plan Marshall salieron presurosos a comprar espejos de colores o a dar vueltas en patineta por Latinoamérica?. No, primero aseguraron su estado de bienestar; basado en el trabajo, el ahorro y la educación, así comenzaron a resolver problemas estructurales; la vivienda por ejemplo, vital en cualquier país del mundo que pretenda resguardar a la familia, “unidad básica” de cualquier sociedad.
En la Argentina nos dicen que crecemos al 7% y por otro lado nos declaran en emergencia económica (¿?). Entre tanta contrariedad maliciosa, los trabajadores son sometidos a una ‘floreciente’ inflación que, conjugada con la corrupción, se transforma en la portadora de las mayores inequidades por el deterioro que provoca en sus salarios. El 21% del IVA también contribuye a la corrosión del salario, pues cuanto más aumentan los precios de los productos que los trabajadores consumen más aportan mediante este impuesto a las arcas del Estado.
La realidad ya nos toca el hombro, ojalá los argentinos podamos superar los espejismos que representan las tentaciones globales.
Por Alfredo Brandon / Presidente de la asociación civil "Cooperación Ciudadana"
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