¡Chapeau, Cristina!
"En el fondo, tener sentido del humor es ser consciente de la relatividad de las cosas" (Antonio de Senillosa)
Ayer por la tarde, compartiendo las expectativas de muchos habitantes del planeta, en su enorme mayoría mujeres, me dispuse a ver y escuchar a la señora Presidente en su esperada reaparición ante las cámaras y micrófonos, después de su ablación de la glándula tiroides.
Después de la hora y media en que el servicio oficial de propaganda nos permitió disfrutar de su renovada presencia, no puedo menos que aplaudirlo y, sobre todo, felicitarla.
Más allá del natural y casi obligado despeje de dudas acerca de las reales motivaciones de la cirugía, que realizó, con su gracia natural, mostrando su cicatriz en el cuello y la ausencia de justificadas plásticas, su manejo de la escena resultó perfecto.
El análisis, o la exégesis, de su alocución, que hice lápiz en mano mientras la escuchaba, me llenó de la más loca admiración.
No cualquiera puede sostener, sin que se le mueva una extensión, que la falta de combustibles que sufre la Argentina, que la obliga a importarlos por US$ 9.000 millones anuales, se debe a la desaprensión de las empresas productoras de gas y petróleo.
Ese pasaje me retrotrajo al año 2006, cuando su fallecido marido, en nombre de la “mesa de los argentinos”, prohibió las exportaciones de carnes. Después del desastre que eso produjo en la ganadería argentina, con doce millones de cabezas menos, y en la penetración internacional de nuestro más afamado producto, con cincuenta y ocho mercados menos y con pérdida de negocios tales como la cuota Hilton, ahora el Gobierno ha puesto marcha atrás y, de la mano de Guillermo Patotín Moreno, intenta colocar nuestros excedentes –fruto de la caída en el consumo interno por los altos precios que la escasa oferta genera- en ¡Angola!. Una vez más, la tragedia se repite, ahora como farsa.
Porque lo real, por mucho que le pese a la señora Presidente, es que la gravísima escasez de combustibles que padecemos se debe, exclusivamente, a la política energética que don Néstor (q.e.p.d.) y don Julio de Vido llevaron adelante desde 2003.
Aún para los más neófitos en el tema debe resultar clarísimo que, si se le paga a las empresas productores de gas US$ 2,5 en la Argentina y, a esas mismas empresas, US$ 7,5 por lo que producen en Bolivia, naturalmente éstas explorarán y producirán allí y no aquí. El tema ha sido objeto de concienzudo estudio por parte de ocho ex secretarios de Energía de la Nación, que han publicado sus trabajos a pesar de la censura oficial. ¿Ignora la señora Presidente que las compañías sólo invierten cuando la seguridad jurídica es un valor respetado por la sociedad y por su gobierno?
¿No sabe doña Cristina que, sólo para recuperar las reservas de petróleo que Argentina poseía en 2003 y que, gracias a su fallecido marido y a ella misma, casi han desaparecido, se requeriría una monstruosa inversión de trescientos mil millones de dólares?
Lo que sí resulta curioso es el giro copernicano realizado por doña Cristina en la relación del poder con la familia Ezkenazi, dueña –por obra y gracia de don Néstor (q.e.p.d.)- del 15% de YPF, pero administradora del total. Su fallecido marido no solamente hizo posible esa rara operación de compraventa sino que festejó la forma de pago del crédito que los dueños del Banco de Santa Cruz obtuvieron de Repsol –dueña del 85% restante- para adquirir ese paquete accionario: con dividendos de la propia empresa. Así, desde entonces, YPF no solamente dejó de invertir en exploración y en producción sino que repartió todos los dichosos dividendos, a contramano de lo que hace la industria petrolera en todo el mundo.
Si quien esto escribe fuera malpensado, diría que no hubo acuerdo post mortem de “Él” respecto al papel de los testaferros y a los porcentajes en que la propiedad de la empresa pertenece a cada uno; gracias a Dios, no lo soy, pero la definición de los Ezkenazi como nuevos enemigos del “modelo” no deja de llamar la atención.
Otra “curiosidad” de la presentación de doña Cristina fue el reproche a las organizaciones medioambientales y sociales por no haber formulado quejas respecto a las actividades de prospección que están realizando los ingleses –las compañías concesionarias- en la zona de Malvinas. Obviamente, se estaba refiriendo a las puebladas que se están registrando en todas las provincias mineras para impedir la minería a cielo abierto.
Después de ese comentario, del veto presidencial a Ley de Protección de Glaciares, aprobada por unanimidad por ambas cámaras del Congreso, y la manifiesta permisibilidad de los Kirchner –y sus gobernadores súbditos, como Gioja o el caradura de Beder Herrera- hacia las empresas mineras, cabe preguntarse qué tipo de relación los une, y por qué el Gobierno se ve obligado a defender lo indefendible, como prueban las explotaciones chilenas.
Uno de los muchos gags del discurso presidencial –uno, en especial, chabacano y de pésimo gusto- consistió en aplaudir la presencia de una bandera de La Cámpora en uno de los actos transmitidos por teleconferencia. Se felicitó por esa presencia, e instó a sus jóvenes integrantes a continuar con su curiosa militancia.
Esa organización, cuya jefatura se atribuye a don Máximo Kirchner, ejerce –entre muchos otros resortes del Estado- la Presidencia y la administración de Aerolíneas Argentinas, que registra el notable record de perder más de dos millones de dólares diarios. Si uno se entera que las tripulaciones, después de breves viajes, se quedan en destinos cercanos (Ushuaia, El Calafate, Rio de Janeiro, Asunción o Lima) varios días, en hoteles de lujo y en habitaciones individuales, y compara esos gastos con las necesidades en hospitales, escuelas, agua potable y cloacas, comienza a hervir de indignación.
La congratulación y la humorada referida a don Patotín indicó que doña Cristina y su mesa chica están dispuestos a “profundizar el modelo”, aumentando la intervención estatal en cada una de las actividades y controlando, con medidas policiales y arbitrarias, la relación comercial de la Argentina con el mundo. Más allá de confirmar la estupidez de los funcionarios, tal como la describió Albert Einstein –“hacer exactamente lo mismo y pretender resultados distintos es de tontos”- esa política y ese funcionario, por cierto nada más que una herramienta, han hecho engrosar rápidamente la lista de países descontentos con el nuestro.
Dilma Rousseff, que ha demostrado ser una verdadera “dama de hierro”, no dudará un segundo en implementar medidas contrapuestas, y la industria automotriz argentina –ya golpeada por la falta de insumos importados- pagará el pato; con ella, caerá uno de los dos grandes pilares, el otro es la soja, sobre los que se asienta el ya precario superávit comercial nacional.
Por omisión, también resultó notable la ausencia del tema agropecuario, es decir, la sequía, en el discurso presidencial. Con un Ministro de Agricultura que debe saber de pesca pero que no ha visto un campo en su vida, doña Cristina debe creer que las lluvias del martes habrían solucionado el problema, y que la emergencia terminó. Sin embargo, las informaciones de las que dispongo hablan ya de un daño irreversible, tanto en la cantidad de hectáreas cuanto en rendimiento; las estimaciones de las pérdidas oscilan entre los dos mil quinientos y los diez mil millones de dólares.
Evidentemente, la señora Presidente sigue siendo afecta al “relato”, intentando imponerlo a la economía real, ésa que llegará a partir de febrero a contar su verdad.
Moyano, con sus amenazas, Scioli, con sus pastillitas de independencia, los gremios, con sus naturales pretensiones de aumentos positivos, y las maniobras destinadas a enmascarar las medidas de ajuste que, al mejor estilo de Celestino Rodrigo, el Gobierno se verá obligado a continuar implementando, sin duda impondrán otro escenario y, sobre todo, harán que también se termine el viento de cola que sopló en agosto y en octubre.
Debo confesar, entonces, que quedé, una vez más, impresionado por las capacidades histriónicas de doña Cristina. Nos gobierna una de las mejores actrices que han pisado los escenarios, a punto tal de ameritar la creación de un grupo en las redes sociales para proponer su candidatura al Oscar, ya que no creo que pudiera prosperar otra para el Premio Nobel de la Paz.
Por el Dr. Enrique Guillermo Avogadro -Abogado-, para El Ojo Digital Política
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