En preparación para una Siria post Assad
El 10 de enero, el presidente sirio Bashar al-Assad amenazó, de forma desafiante con aplastar con “puño de hierro” el levantamiento popular contra su brutal dictadura. Siria ha estado inmersa en una intensificación de la violencia política que se ha cobrado la vida de más de 5,000 personas, la mayoría de ellos manifestantes no violentos que exigían derechos humanos básicos.
Casi diez meses después de que manifestantes de la “Primavera Árabe” inundaran por primera vez las calles de Siria, los ataques sistemáticos del régimen contra las manifestaciones pacíficas han provocado una rebelión armada que pronto podría degenerar en una sectaria guerra civil.
Mientras Siria continúa en ebullición, la mejor forma en la que Estados Unidos puede aliviar el sufrimiento de los sirios es ayudar a acelerar la caída del régimen de Assad, que desde hace tiempo ha rechazado rotundamente reformas políticas o alcanzar un compromiso político con la oposición. Washington debería trabajar con sus aliados europeos, Turquía y los estados árabes dispuestos a intensificar las sanciones contra el régimen de Damasco, prestar ayuda humanitaria a los refugiados de Siria y proporcionar apoyo diplomático y económico a la oposición siria. Pero Washington debería abstenerse de una intervención militar directa que probablemente crearía más problemas que soluciones.
Detener la máquina de matar de al-Assad
El régimen de Assad ha matado a más gente de su propio pueblo que cualquier otro gobierno de Medio Oriente, exceptuando a Irán y Libia, pero no ha podido sofocar la creciente rebelión en su contra. “La Primavera Árabe” de Siria no será una repetición de la experiencia de Libia. Assad cuenta con más apoyo en el exterior del que tuvo el aislado Muamar Gadafi sumado a que puede contar con el veto de Rusia para bloquear una intervención respaldada por la ONU. Pero Gadafi tenía la ventaja de unos enormes fondos para la guerra robados a la enorme riqueza petrolífera de Libia. El régimen de Assad tiene muchos menos recursos financieros, lo que lo hace más vulnerable a las sanciones económicas.
La desarticulada oposición de Siria está incluso más desorganizada que la caótica oposición rebelde libia. Poco a poco se ha ido improvisando una coalición ad hoc de grupos opositores, apoyándose en el complejo mosaico de minorías religiosas y étnicas de Siria, pero no han logrado obtener el reconocimiento de otros países, con la excepción de Libia. El Consejo Nacional Sirio, un amplio y multitudinario grupo, representa de forma nominal a un conjunto diverso de grupos rivales, unidos sólo por su oposición al régimen. El régimen dominado por los alauitas, acusa a la oposición de estar permeada por una agenda islamista sunita radical con el fin de avivar los temores de la minoría alauita y de las comunidades drusa y cristiana ante las perspectivas de una persecución religiosa y de represalias masivas.
Turquía ha dado refugio y apoyo limitado a la oposición siria después de volverse en contra de su antiguo aliado en Damasco. Ankara también ha impuesto un embargo de armas a Siria y presentó la idea de crear una zona de seguridad en territorio sirio para proporcionar un refugio seguro a los refugiados desplazados hacia el interior. Ankara ha creado vínculos con la oposición siria y desempeñará un papel fundamental en el futuro de Siria.
La política exterior de Estados Unidos va a la zaga
La administración Obama ha estado un paso por detrás a la hora de abordar la crisis siria. Obama asumió el cargo decidido a conectar con el hostil régimen de Assad y al principio moderó su crítica por la violenta represión del régimen. Pero la estrategia de compromiso diplomático de la administración fracasó estrepitosamente, ganándose sólo el desprecio del régimen tiránico de Siria, el cual ordenó a sus matones atentar contra la embajada de Estados Unidos en Damasco y amenazar al embajador americano que Washington ya retiró [1].
La administración impuso tres rondas de sanciones incrementándolas de forma escalonada antes de que el presidente Obama finalmente pidiera la dimisión de Assad en agosto. La administración se acercó a la oposición, pero fundamentó su apoyo en que la oposición fuera no violenta, a pesar de la intensificación de los atentados del ejército de Siria y de cuatro poderosas fuerzas de seguridad interna. Esta postura establecía una falsa equivalencia entre la violencia del régimen y los manifestantes defendiéndose a sí mismos.
Washington no debería sermonear para que no se defiendan a los líderes de la oposición siria que valientemente han tomado grandes riesgos personales para derrocar a Assad. Hay pocas posibilidades de un auténtico cambio en Siria a menos que las fuerzas de oposición se vuelvan lo suficientemente poderosas como para derrotar las tácticas de intimidación del régimen y poder alentar a más deserciones que lo socavarían. Estados Unidos no debería dejarse cautivar por ilusiones acerca de la negociación de un acuerdo político con un odiado régimen cuya autoridad se basa en la coerción.
Más allá del interés humanitario, Estados Unidos tiene un gran interés en la reducción de las amenazas terroristas contra los americanos y sus aliados en contener a Irán y afianzar la estabilidad regional. El régimen de Assad tiene un largo historial de apoyo a una amplia gama de grupos terroristas, sólo superado por su íntimo aliado, Irán. Teherán ha apuntalado a Assad mediante el despliegue de la Guardia Revolucionaria para asesorar y ayudar a las fuerzas de seguridad sirias. La caída de Assad no sólo debilitaría a Irán, Hizbolá y a otros grupos terroristas, sino que también eliminaría una amenaza mortal para Israel, el Líbano y Jordania.
Para ayudar a acelerar la caída del régimen, Estados Unidos debería trabajar con los aliados, especialmente con Turquía, para endurecer las sanciones contra Siria. La Unión Europea, que representa alrededor del 90% de las exportaciones de petróleo de Siria, prohibió las importaciones petroleras en noviembre. La escalada de sanciones podría agravar la situación económica de Siria y debilitaría el apoyo al régimen promoviendo la defección de la clase mercantil y urbana sunita que ha sido un importante pilar de apoyo a Assad.
La cooperación de seguridad entre Estados Unidos e Israel es ahora incluso más importante porque el régimen de Assad podría arremeter contra Israel y provocar un conflicto regional en un intento desesperado por distender la crisis interna de Siria. Al aumentar las tensiones sectarias, estas también podrían salpicar al Líbano e Irak, lo cual es una razón más para que las tropas de Estados Unidos se deberían haber quedado desplegadas en Irak más tiempo. Washington debería alentar al gobierno de Bagdad para que establezca vínculos con la oposición siria y para que ponga fin a su apoyo diplomático al régimen de Assad dentro de los debates de la Liga Árabe.
Washington también debería explorar si algunos grupos dentro de la coalición opositora pueden ser socios fiables y comprometidos para forjar una Siria libre en lugar de simplemente sustituir una dictadura por otra, en el caso de los extremistas islámicos. Si es así, Estados Unidos debería ampliar considerablemente su apoyo económico, diplomático y político hacia la coalición opositora o a distintas partes integrantes de la misma. Washington también debería exhortar a la oposición a buscar una mayor unidad y unirse en torno a un programa político no sectario y global, lo que podría ampliar su apoyo entre grupos minoritarios no suníes y promover así nuevas deserciones dentro del régimen.
Una intervención humanitaria patrocinada por la ONU es poco probable. Rusia ha apoyado firmemente a Assad, su aliado árabe más importante y ayer dejó claro que haría uso de su veto en el Consejo de Seguridad para bloquear el apoyo de la ONU a una intervención militar. El canciller francés Alain Juppé ha propuesto el despliegue de fuerzas militares para crear un “corredor humanitario” que haga llegar limentos, medicinas y ayuda a Siria. En las circunstancias actuales, no está entre los intereses nacionales básicos de Estados Unidos emplear sus fuerzas militares para hacerle frente al enemigo en esta iniciativa. Por otro lado, Estados Unidos debería solidarizarse con dichas iniciativas humanitarias realizadas individualmente por diversas naciones.
El próximo colapso
La administración Obama debería concentrarse en apurar la caída del régimen de Assad a través de medios no militares, y no conteniendo la capacidad de la oposición de defenderse contra un régimen depredador. La vacilante economía de Siria, debilitada aún más por las sanciones multilaterales, erosionará cada vez más la estrecha base de apoyo del régimen de Assad y socavará su capacidad para financiar la represión de su propio pueblo. Finalmente, el régimen implosionará si la coalición opositora puede tranquilizar a las nerviosas minorías alauitas, cristianas y drusas y a las élites comerciales suníes que estarían en una mejor situación con un gobierno representativo global que con el régimen actual.
La versión en inglés de este artículo está en Heritage.org.
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