La debacle anti-austeridad de Paul Krugman
Como no podía ser de otra forma, el ínclito Paul Krugman vuelve a la carga contra la (impostada) austeridad de los gobiernos europeos, que estaría estrangulando las economías occidentales.
Juan Ramón Rallo Julián es Director del Observatorio de Coyuntura Económica del Instituto Juan de Mariana (España).
Un gol por toda la escuadra, ése de la falsificada austeridad, que la muy efectista propaganda estatista ha conseguido meternos a todos los liberales, incluso a aquellos que tenemos por costumbre mirar los datos y que somos conscientes de que nos encontramos ante una de las mayores operaciones de manipulación del último lustro.
Porque, al cabo, lo que importa en política no es la verdad, sino la percepción social de esa verdad. Y, por desgracia, la mayoría de los ciudadanos se ha tragado el anzuelo de que la recesión es fruto de que los gobiernos están siendo extremadamente austeros, por lo que tenemos que volver a endeudarnos a ritmos insostenibles. ¿Pero acaso hemos dejado de endeudarnos a ritmos insostenibles un solo mes, una sola semana, un solo día?
Tomemos el ejemplo que inspira su artículo a Krugman: el caso del Reino Unido de David Cameron. Según el Nobel, tras los recortes aplicados por el premier y su canciller del Exchequer, George Osborne, la economía está creciendo a un ritmo inferior al registrado... ¡durante la Gran Depresión de los años 30!, cuando imperaba el sensato pensamiento keynesiano y se aplicaron planes de estímulo de la demanda mucho más contundentes que los actuales. Basta echar una ojeada a este gráfico, elaborado por un think tank inglés, para comprobarlo.
Lo mismo parece estar viviéndose en España o Italia, donde los recortes habrían colocado la economía contra las cuerdas. Ni España ni Italia han cumplido sus objetivos de déficit para 2011, pero ¿acaso nos habremos pasado de austeros?, ¿acaso los tijeretazos no pueden deprimir en exceso unas economías que dependen del crecimiento para generar empleo?
De hecho, como el propio Krugman expuso en otro artículo hace unas semanas, no convendría obsesionarse con el repago de las deudas. ¡Las deudas, en realidad, no se pagan! Las de la II Guerra Mundial nunca se amortizaron, simplemente dejaron de ser relevantes ante una economía, la estadounidense, que se expandía a velocidad de crucero... gracias a esas mismas deudas. Lo lógico sería, pues, despreocuparse por el apalancamiento de nuestras sociedades y centrarse en endeudarse más y más, para, al final, poner el piloto automático del crecimiento en marcha y que lo que hoy nos parecen gigantescas e impagables deudas mañana sean asumible calderilla. El eslogan del Nobel, comprado por buena parte del socialdemócrata Occidente, es bastante claro: "No seamos estúpidos: las deudas nunca se pagan y la austeridad mata".
Bueno, de entrada, pongamos ciertos datos en cuarentena. Es verdad que el ritmo de recuperación del Reino Unido está siendo más lento que en la Gran Depresión si lo medimos en términos reales (descontando la inflación), pero no si lo medimos en términos nominales. Personalmente, claro, prefiero no confundir el envilecimiento de la moneda con la creación de riqueza, de modo que optaría por la variable real, pero algunos keynesianos y bastantes monetaristas prefieren la trampa inflacionista, de modo que para ellos el Reino Unido estaría recuperándose más rápido que hace 80 años.
En cualquier caso, admitamos el estancamiento de la economía británica. ¿Cabe atribuirlo a los recortes de Osborne, como predica Krugman? En absoluto. Mucho se ha hablado de que aquél aprobó recortes del gasto por valor de 81.000 millones de libras; nada mal, si tenemos en cuenta que el presupuesto de 2009 tenía una dotación de 671.000 millones de libras. ¿Cuál es el problema? Que no se trataba de un recorte con respecto al presupuesto de 2009, sino con respecto a lo que habría aumentado el gasto a lo largo del próximo lustro en caso de que no se hubiese aprobado el recorte. Resultado: el gasto público en 2010 fue de 697.000 millones de libras y en 2011, año de extrema y depresiva austeridad según Krugman, de 710.000 millones de euros (si descontamos los gastos financieros, el gasto habría pasado de 641.000 millones en 2009 a 660.000 millones en 2011). La tímida minoración del déficit que se ha vivido desde 2009 (que ha pasado de unos 150.000 millones de libras a 130.000 millones, es decir, desde el 11% del PIB al 9%) no se ha debido a caídas netas en los gastos, sino a aumentos de la recaudación. ¿Austeridad pública? ¿Dónde?
Claro que los keynesianos podrían aducir que, efectivamente, el déficit total del gobierno británico en relación con el resto de la economía se ha reducido ligeramente —si aumenta la recaudación, el Ejecutivo debería haber incrementado todavía más el gasto para mantener su ritmo de endeudamiento en relación al PIB—, lo que, a diferencia de lo que sucedió en los keynesianos años 30, estaría lastrando el crecimiento económico. ¿Seguro? Miremos los datos: la economía inglesa aumentó ininterrumpidamente su PIB real un 42% entre 1931 y 1940. Un gran éxito de las políticas keynesianas de estímulo de la demanda, ¿no? Pues no. ¿Saben cuál fue el déficit público máximo a lo largo de toda la década? El 5% (en 1933). De hecho, en cinco de esos diez años el Tesoro británico registró superávit o un déficit inferior al 0,5%, lo que permitió que la deuda pública empezara 1931 en 7.460 millones de libras y terminara 1940 con 7.900 (el gasto público, por ejemplo, se congeló de facto hasta iniciada la guerra, en 1939). Resultados no demasiado distintos, por cierto, a los que arroja un somero análisis de la década de los 30 en EE.UU., ésa en la que el portentoso New Deal keynesiano habría impedido la caída en el abismo. El déficit más elevado que jamás aprobó Roosevelt en esa época fue del 4,76%, en 1936. El resto de años, el déficit se situó en el entorno o por debajo del 3%; vamos, que Roosevelt habría pasado el pacto de estabilidad y crecimiento de la Unión Europea.
¿En qué sentido puede atribuirse, pues, el relativo éxito inglés (o estadounidense) a las políticas keynesianas, cuando el déficit máximo que experimentaron fue prácticamente la mitad del de 2011, año en el que según Krugman se produjeron salvajes recortes contractivos? ¿Cómo decir que el Reino Unido incurrió en fuertes déficits públicos que asentaron la recuperación, cuando éstos fueron decreciendo aceleradamente desde 1933, hasta el punto de que en 1935 y 1936 Londres tuvo superávit presupuestario?
La doblez y la hipocresía de Krugman no conocen límites. Si hay un país europeo que esté aplicando a pies juntillas el ideario keynesiano es, sin duda, el Reino Unido: déficits públicos elevadísimos y sostenidos durante varios ejercicios, monetización masiva de deuda pública por parte del Banco de Inglaterra, altas tasas de inflación (desde comienzos de 2009, los precios han crecido más de un 10%) y sustancial depreciación de la divisa (desde finales de 2007, la libra ha perdido el 20% de su valor frente al dólar y al euro). Y cuando todos esos despropósitos fallan estrepitosamente, ¿de quién es la culpa? ¡De las políticas de austeridad dirigidas no a recortar el gasto, sino a evitar que crezca tan rápido como se había proyectado!
Tres cuartos de lo mismo acaece con los enormes pasivos que asumió EE.UU. durante la II Guerra Mundial, esa deuda que por lo visto no hizo falta pagar, según el estadounidense. La verdad es que me gustaría saber qué entiende Krugman por no pagar, pues no me consta que EE.UU. haya repudiado alguna vez formalmente su deuda (en realidad, sí lo hizo con la deuda nominada en oro tras la ruptura de Bretton Woods, pero esa es otra historia). Si a lo que se refiere Krugman es a que, a partir de 1945, el gobierno estadounidense pudo seguir endeudándose sin problema alguno a ritmos elevadísimos gracias a que el nuevo crecimiento servía para cubrir y garantizar sobradamente las nuevas emisiones de deuda, pues no. Acabada la guerra, EE.UU. redujo en dos años su déficit público desde niveles cercanos al 25% del PIB hasta... un superávit del 1,32% en 1947 y del 4,3% en 1948. Muchos keynesianos pronosticaron entonces una debacle, un retorno a la Gran Depresión, que, obviamente, jamás tuvo lugar, pese a que el país no volvió a presentar un déficit superior al 2% durante los siguientes 25 años, siendo habitual que su déficit se ubicara en el 0,5% y fuera compensado con superávits superiores al 1% en varios ejercicios.
De hecho, descontando los efectos de la inflación, el nivel —que no el peso sobre el PIB, sino el nivel— total de deuda pública estadounidense era en 1975 inferior al de 1946, pese a que el PIB se había multiplicado en términos reales casi por tres (en términos nominales creció un 165%, pese a que la economía lo hizo un 640%). ¿Acaso eso —congelar tu ritmo de endeudamiento mientras estás creando muchísima más riqueza que antes— no es una forma de ir pagando con holgura tu deuda? Amortizar la deuda no significa reducirla a cero (ninguna gran empresa hace eso), sino estar en posición de atender tus pagos presentes y futuros con puntualidad.
Por supuesto, Krugman nos dirá que, en cualquier caso, la reducción de la deuda luego de la II Guerra Mundial no fue condición para volver a crecer, que la prosperidad llegó pese a la montaña de deuda que acumulaba la economía estadounidense. Y eso es cierto, tan cierto como que el crecimiento fue acompañado y afianzado por una reducción del déficit público en dos años del 25% del PIB, que hizo creíble que el gobierno pudiese amortizar toda la deuda que había acumulado previamente. Tampoco nadie pide hoy a España o al Reino Unido que reduzcan su deuda pública a la mitad, sino que pongan fin a la sangría de su déficit y demuestren que pueden amortizar su deuda a largo plazo. Lo que es absurdo es sostener que un minirrecorte de dos puntos sobre el PIB del déficit —derivado además del aumento de la recaudación— es lo que ha hundido al Reino Unido.
No, a otro perro con ese hueso: el Reino Unido, como el resto de Europa, tiene un problema de exceso de deuda... y de falta de confianza de los mercados en su disposición a reducirla. Los bancos europeos siguen insuficientemente capitalizados, los hiperregulados mercados mercados no terminan de reorganizarse y los gobiernos europeos acumulan déficits públicos estructurales que absorben los escasos ahorros que generan los sectores privados de sus respectivos países para financiar la recuperación de sus economías. En consecuencia, el euro amenaza desde hace un par de años con romperse en cualquier momento, lo que se llevaría por delante no sólo las economías continentales, también la británica. ¿A alguien le extraña el marasmo inversor? A mí, no; pero pensar, en contra de la evidencia teórica y empírica, que para salir de ésta basta con redoblar el ritmo de endeudamiento de nuestros Estados no sólo es manifiestamente irresponsable, sino extremadamente peligroso.