Once: las tragedias y las sombras
Las tragedias acaban con la muerte física, espiritual, económica o la destrucción de seres humanos, a quienes se les impone una condición grave e indeseada.
Las tragedias griegas observaban un prólogo, un episodio y un éxodo.
Esta semana, tuvo lugar un episodio trágico: se trata del saldo de cincuenta muertos y de 703 heridos que arrojó un incomprensible accidente ferroviario en la estación terminal de Once.
Las primeras voces intentaron atribuirlo al "error humano". Otros prefirieron callar, o ensayar cualquier explicación de momento, certera o no, pero que no nos acerca al prólogo: explicar cómo y porqué el episodio pudo ocurrir.
TBA, como otros muchos, ha sido un grupo que se ha mantenido siempre al calor del poder político, por medio del cual han podido pasar de solo administrar dos líneas de colectivos en 1993 a concentrar el manejo de innumerables empresas de transporte, informáticas, constructoras de carrocerías, agencias de viajes y de publicidad, fabricación de conversores para la TV abierta digital, etc.
Siempre es de esperar y deseable que nuestros empresarios sean competitivos, emprendedores y descubran las oportunidades del mercado, mejorando tanto la calidad como los precios de sus productos o servicios, para su propio beneficio y el de los consumidores.
Pero no es eso lo que vemos en esta y muchas firmas que recorren exactamente el camino opuesto: su pretensión es ser subsidiadas o protegidas por el Estado (o gobierno de turno), y esto es lo que nuestras Administraciones han hecho: proteger con barreras arancelarias (bajo el falaz argumento de defender las fuentes de trabajo nacionales) y subsidiar en forma directa con dineros del erario público.
Dos medidas –como tantas otras– que terminan perjudicando a los ciudadanos.
Los trenes recibieron más de $ 15.000 millones durante los últimos cinco años, y la empresa TBA resultó una de las más favorecidas, sin que sus servicios mejoraran, en tanto que miles de usuarios deben trasladarse en ellos en condiciones de hacinamiento.
La empresa descubrió los negocios con el Estado durante la década del noventa -por la vía de los subsidios-, que le evitaban hacer inversiones con recursos propios, aunque tampoco los hicieron con los ajenos. Con el tiempo, nutrieron conexiones con el poder político y se transformaron en empresarios “K”. La interminable cadena de retornos llegaba hasta el vértice del poder y algunos acusados por dádivas, como el ex secretario Ricardo Jaime.
A pesar de ello, el Ministro Julio de Vido le adjudicó a una de las subsidiarias de TBA la comercialización de conversores para la TV abierta; en 2010, esos beneficios se multiplicaron y, hace dos meses, la Presidente de la Nación hizo partícipe a la empresa -en forma directa- de una operación con Qatar para comprar a ese emirato gas natural licuado por valor de u$s 80.000 millones. En efecto, fueron parte de esa transacción los representantes de... una empresa de colectivos.
Sus negocios continuaron con los transportes por encargo y otras múltiples sociedades que mantuvieron un ramal (mejor que el ferroviario) de conexiones con los funcionarios de hoy recibiendo, en el 2011, más de $150 millones.
El Estado debiera ser solo un buen administrador. Papel que no cumple cuando dispone discrecionalmente de los recursos de todos para subsidios que se encuentra atados a favores de grupos privilegiados, o a la compra de voluntades. Se supone, erróneamente, que el gobernante “benevolente” protege sus bolsillos.
La red de complicidades involucra la incompetencia para hacer cumplir los contratos, que se suponen en beneficio de terceros. Muchos de los cuales han sido grandes víctimas hoy y son pequeñas víctimas diarias.
La Auditoría General de la Nación (AGN), en su actuación Nº 17, ya había advertido la situación, y el hecho de que ni la empresa ni la Secretaría de Transporte habían mejorado las fallas observadas en el servicio.
Lo más lamentable es que funcionarios de primera línea –vía redes sociales– hayan tratado de deslindar las responsabilidades del gobierno. ¿Quiénes sino han sido cómplices de la ineficiencia, de la perpetua desidia y de la negligencia de estos pseudoempresarios? ¿Quiénes y cómo repararán las pérdidas, las vidas, las secuelas, y todo tipo de consecuencias inmediatas o alejadas? La negligencia conspiró para dar lugar a este triste episodio.
Los argentinos estamos perdiendo los prólogos; sufrimos los episodios pero no podemos distinguir la acción ni la inacción del gobierno y sus asociados, y la trama que nos condece a ellos. Nos referimos a la operación interesada de quienes perpetúan contratos con quienes no invierten, no mejoran sus servicios, no prevén los “riesgos” y, para peor, los minimizan. Porque tienen cautivos a sus usuarios y su rentabilidad, asegurada.
¿No fue Néstor Carlos Kirchner quien nos convenció de que desarrollaría y multiplicaría nuestras vías férreas? ¿No se esforzaron en discursos y proyectos para el denominado "Tren Bala"? ¿Cuántas son las preguntas que quedan, ahora, sin respuesta? ¿Cuántos son los discursos demagógicos? ¿Acaso alguien del espectro decisor de la dirigencia evalúa el perjuicio al que someten a la sociedad? Y, en definitiva, ¿cuánto es el daño por el que nadie responde?
Lo mismo sucede en otras áreas en las que interviene el gobierno, ya se trate de salud o de educación, o de fuentes energéticas, u otros servicios... Los incentivos marchan siempre a contramano de los intereses de los ciudadanos, que se malacostumbran a ello.
Se piensa que los hechos se dan de este modo porque no pueden ser de otra manera, o porque eso es lo que necesitan, o lo que merecen: el gobernante “benevolente” ha posibilitado que viajen, que se asistan, que sus hijos estudien... No se percibe el creciente deterioro, en particular el que hace a nuestra devaluada democracia.
El prólogo siempre ilustra sobre la irresponsabilidad, la complicidad y la ausencia. El episodio es lo que todos sentimos por las pérdidas de hoy –que llamamos tragedia, aunque es solo una inaceptable consecuencia de complicidades– y las continuas pérdidas de todos los días que son las “no sentidas” tragedias cotidianas.
¿Qué le importa de esto al poder político? Solo el silencio y un simbólico decreto de 48 horas de duelo. De cualquier manera, aún les restan dos años para que, como sociedad, olvidemos. Tienen dos largos años para seguir intentando convencernos de que nuestras dolencias son su preocupación, que su proyecto es superador. Podría decirse que aún tienen tiempo para ganarse nuestro voto y confianza.
Pero, a fin de cuentas, las tragedias griegas tenían un éxodo. En nuestro caso -y de continuar por el mismo camino-, se tratará de un destino lleno de sombras.