Once: lesa humanidad
Consideraciones sobre el saldo tenebroso que arrojara el reciente accidente ferroviario del Sarmiento. El desmadre comunicacional del oficialismo de cara al hecho y la desprolija huída de la Presidente de la Nación.
Los malintencionados podrían sugerir que Cristina Fernández Wilhelm no atraviesa su mejor momento, en lo que hace a la percepción que la ciudadanía tiene sobre su gestión. Pero no sería justo culpar a la mala suerte. La sobrevaloración propagandística de la Variable Malvinas se estrelló de frente contra una realidad mal computada por los personeros de Balcarce 50, y ello condujo a la cobarde represión de los otrora movilizados soldados continentales en la Avenida 9 de Julio, en la Capital Federal. La Ministro de Seguridad, Nilda Garré, puso de suyo para empatar las torpezas operativas del Vicepresidente Amado Boudou quien, por esas horas, se encontraba muy ocupado incinerándose en medio del affaire Ciccone Calcográfica. Por momentos, pareciera ser que los funcionarios del Gobierno Nacional se pelearan por escribir los titulares en las primeras planas de los diarios, a grandes letras... pero a cualquier precio. Resultado: adiós a la explotación politiquera de la remalvinización. Peor aún; ahora, la Rosada deberá olvidarse de aquella gran convocatoria que planeaba en Plaza de Mayo para el próximo 2 de abril. El futuro ya no es lo que era.
Surgió, a posteriori, una nueva chance para sacarle lustre a la maquinaria comunicativa del oficialismo: el calendario de los carnavales. Pero el festín -que finalmente perdió fuerza de promoción mucho antes de surgir- ya llegaba empañado por las desprolijidades originadas en lo que se diera en llamar "Proyecto X". Nuevo tropiezo sobre el que -otra vez- Garré deberá rendir suculentas explicaciones. Muchas más de las que ofreciera (en rol de víctima), pocos días atrás. A la postre, el "carnaval federal y latinoamericano", terminaría yendo a parar al olvido. En breve, sería masacrado por la noticia del obsceno accidente ferroviario en el ramal Sarmiento que, por el momento, arroja un saldo de 51 muertos y casi ochocientos heridos.
La tragedia de Once se deconstruye a partir de un tejido saturado de elementos de pesadilla, que el cristinismo jamás hubiera deseado ver convertido en realidad. El escabroso reporte impacta, principalmente, en la sociedad, en virtud de la abultada cifra devuelta por el conteo de heridos y fallecidos. Por si ello fuera poco, este negro capítulo en la historia del transporte en el país le asesta un durísimo golpe a la línea de flotación del Gobierno Nacional, hipótesis fácilmente explicable por sus múltiples ramificaciones. Se trata, en rigor, de una maloliente madeja que han contribuído a hilar, con la prolijidad de la indolencia, el kirchnerismo y el menemismo por igual. Perturbador espectro protagonizado luego por Ricardo Jaime, Julio De Vido, el grupo Cirigliano, Juan Pablo Schiavi... y la propia Presidente de la Nación, entre bambalinas. Por acción, omisión -y hasta por una imposible combinación de ambas-, Cristina Fernández no puede ya escapar a las implicancias de lo sucedido, sean estas políticas o sociales. Acaso dándole la razón a quienes construyen esta sospecha, la primera mandataria protagonizó una comentada fuga hacia El Calafate. Y -conviene no negar la realidad- la opinión pública así lo ha percibido: como un escape.
Y es, precisamente, la huída, el aguijón que hoy penetra en las profundidades del corazón del poder. Con el correr de las horas, tornóse evidente que Fernández Wilhelm evitaría concurrir a la zona de desastre. Su propia, fláccida iniciativa y la consabida inoperancia (u obsecuencia) de sus asesores e íntimos simbiotizaron para que todo fuera peor: cualquier líder de un país democrático que elude el tratamiento de una tragedia histórica merece la peor de las condenas y el más virulento de los repudios. Se trata de un yerro de proporciones épicas que supera holgadamente a cualquier desbarajuste político. Y, vale destacar, en esta grosera trama de silencio también se anotó la totalidad del circuito oficialista (incluído el Gobernador de Buenos Aires, Daniel Osvaldo Scioli). Nota de color: Fernando Lugo, presidente de la vecina República del Paraguay, planeó un viaje al país para informarse sobre los conciudadanos que pudieren figurar en el listado oficial de víctimas. En el proceso, extendió un pésame a Cristina por lo ocurrido. Ese comunicado -correcto en sus formas y contenido- aportó a la percepción negativa que la ciudadanía argentina ya consolidaba sobre el escape de la viuda de Néstor Kirchner. Y fue la propia Cristina Fernández quien dejó abierto ese flanco. Apenas Florencio Randazzo (Interior) y Gabriela Cerruti expusieron su disidencia con la poco saludable decisión presidencial. La segunda optó por hacerlo público, vía Twitter. Sería por demás estúpido -cuando no demencial- que la Jefe de Estado o algún colaborador le reprocharan la actitud y el reclamo. Aunque no debería sorprender que el intimismo cristinista comience a dar forma a una caza de brujas interna, en tal sentido. Con todo, lo grave es que esas disidencias también se corporizaron en el sentimiento de la militancia cristinista con la cual todo medio que se precie de serlo observa algún contacto. Es que así opera el kirchnerismo/cristinismo: después de someter al opositor, procede destruyendo a su propio núcleo pensante. La faceta más combativa de la defensa presidencial recae luego en las manos del elemento más raso, aquél que carece de la menor racionalidad, quizás a partir de su carácter masificado. Así, se contabilizaron numerosos agravios de parte de cibermilitantes solo munidos de la herramienta del copy&paste. Sentencias tales como "54%, ¿te suena?" o "Los gorilas quieren aprovecharse de la tragedia para echar a Cristina" saturaron todo espacio. Algún despistado joven K llegó a sugerir limpiamente que la culpabilidad debía recaer sobre los mismos pasajeros, alegando su rigor costumbrista de viajar a diario en trenes que sabían no se hallaban en condiciones. La conducción remanente de la propaganda nac&pop aniquiló la discusión, implosionando hasta el más insignificante atisbo de reflexión humanitaria. Alejados del librito operacional de Carlos Zannini, los agresores olvidaron que, en el proceso, la emprendieron contra gente común y silvestre que solo reclamaba una aparición pública de la líder de la nación y las lógicas explicaciones del caso. La contracara se refleja en el espectro no menos importante de militantes del Frente Para la Victoria que se avergüenzan de sí mismos por haber sostenido la imagen de la Presidente contra viento y marea, y por tanto tiempo... para verla escapar, atemorizada, de los silbidos y el escarnio público. Un momento para la risa, si se compara con la experiencia de los sobrevivientes de Once, la mayoría de los cuales debieron abrirse camino entre cadáveres despedazados para acariciar la luz del rescate. Imágenes imborrables que los torturarán por el resto de sus vidas (y que podrían conducir a cualquier individuo sano hacia el suicidio).
Por estos momentos, la estrategia oficial para enfrentar el desmadre solo sirve para alimentar la propia pérdida de la brújula. La "conferencia de prensa sin preguntas" que ofreciera el funcionario Juan Schiavi, horas después de la catástrofe, será recordada como una de las más miserables desde 2003 -si no en la historia argentina toda-. Para colmo, el mencionado se sirvió de la provocación hasta lo intolerable, haciendo uso de potenciales dignos de cualquier universo paralelo del género Sci-fi, y rematando con aquella crítica sarcástica y burlona dedicada a los pasajeros que se agolpaban en los primeros vagones. Los que -para él- podrían ser declarados responsables de engrosar la mortandad. La provocativamente ingeniosa explicación del Secretario de Transporte alimentó el desparpajo de la maquinaria gubernamental: Canal Siete (Televisión "Pública") casi no hizo mención a los hechos del Sarmiento, mientras que la preocupación primaria de ciertos personeros del Estado se orientaba a averiguar por el estado de salud del maquinista. Para infortunio de Balcarce 50, el hombre sobrevivió, de tal suerte que nadie podrá cargarle las tintas post-mortem, como hubiese sido ideal para la nomenklatura. Exactamente como sucediera con LAPA.
Hacia el fin de semana -y cuando la noticia parecía perder energía en los medios-, aparecieron los restos del joven Lucas Menghini Rey. La prensa volvió a cargar duramente contra las autoridades (en particular contra la Policía Federal y Bomberos, regenteados por el Gobierno Nacional), en tanto que el oficialismo aprovechó la oportunidad para fustigar al SAME y a su director, Alberto Crescenti. Otra medida tan desesperada como tardía: el servicio dependiente del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires trabajó sin pausas y se destacó por una tarea loable, como lo certificarían incluso los familiares de las víctimas. Los ideólogos del ataque oficial olvidaron otro "detalle", a saber, que la localización de los cuerpos se hallaba a cargo de la PFA. Las más ácidas críticas recordaron que la Casa Rosada (por iniciativa de Guillermo Moreno) supo poner canes a disposición para evitar la fuga de dólares hacia el Uruguay, pero no los procuró para olfatear posibles restos humanos entre los hierros retorcidos de las formaciones accidentadas. Es decir, que el gobierno privilegió el uso de perros para una tarea en la que no observan efectividad (salvo, tal vez, para la propaganda central) y evitó hacerlo para cumplir un trabajo para el que sí hubieran servido.
En el epílogo (y aunque los medios tradicionales aún no lo citen), prestigiosos juristas nucleados en ONGs ya se encuentran repasando los detalles de la tragedia para argumentar un caso, desde la óptica del estrago doloso y la lesa humanidad. Ello, en virtud de que la desidia, la corruptela y la omisión resultaron ser personajes centrales en una obscura obra de teatro cuyas páginas se han venido escribiendo desde hace ya mucho tiempo. Para refrendarlo, ahí están las denuncias que oportunamente hicieran públicas los sindicalistas Rubén "Pollo" Sobrero y Horacio Caminos, y que jamás ningún fiscal de la Nación se atrevió a recoger de oficio. Pero también "esquivaron el bulto" la Auditoría General de la Nación (destacan por su destiempo las apariciones mediáticas de Leandro Despouy) y las dependencias dedicadas al contralor (Comisión Nacional Reguladora del Transporte, CNRT). Todas las pistas del conglomerado de la desaprensión deberán rastrearse hacia los desatinos de Ricardo Jaime y Julio De Vido, en su hiperbolizada sociedad comercial con los Cirigliano. A tal efecto, el periodista Jorge Lanata se ha ocupado de explorar esta relación de los hermanos con el Estado Nacional -desde los tiempos de Carlos Menem- en su nota "El espejo de los culpables", publicada recientemente en Perfil.com (http://www.perfil.com/ediciones/2012/2/edicion_653/contenidos/noticia_0007.html). Pero el irreverente Lanata no se referirá en detalle a los procedimientos non sanctos que los mencionados ejecutaron para quedarse, en los inicios, con el "piso", o licencia para explotar el recorrido de líneas de colectivos. Otros, por su parte, intentarán olvidar cómo operativos de cierto organismo estatal procedieron en su momento a incendiar vagones para, de súbito, ocupar los que se habían comprado a precios sobredimensionados en el exterior y que dormitaban felizmente en depósitos de la Aduana Argentina. Y todo porque alguien comenzaba a investigar esas adquisiciones. Procedimiento estándar o rigorismo de manual: si un grupo de revoltosos se dirige a una estación de tren, bidones de combustible en mano, culpe a la izquierda extrema o al trotskismo. No falla.
Volviendo a Once, lo cierto es que el carácter de lesa humanidad es fácilmente atribuíble a cualquier causa futura y, aunque suene polémico, es menester apuntar que el debido proceso no puede languidecer y morir en las presentaciones judiciales que puedan objetivar -como seguramente lo harán- los familiares de los fallecidos y de los heridos/amputados (incluídos los padres de Lucas Menghini). Este final es, precisamente, el más deseable para el Gobierno Nacional, que pondría a disposición los números de compensación en base a muerte, daño físico y moral, síndromes de estrés postraumático, y derivados, si con eso puede ponerle punto final a una historia tan incómoda como inconveniente. Antes bien, corresponde explorar a consciencia la totalidad de los alcances que hacen al transporte público en la República Argentina, la corrupción inherente al sistema y el accionar, apropiadamente desmenuzado y clasificado, de los funcionarios nombrados por cada Administración. Por sobre todo, cualquier investigación seria deberá involucrar el estudio pormenorizado del nivel de conocimiento de los presidentes que incurrieron en los nombramientos de los funcionarios cuestionados. En tal caso, la Presidente de la Nación, Cristina Elisabet Fernández Wilhelm, no debería verse beneficiada por el olvido, en esta búsqueda de verdad y justicia.
Conclusión ineludible: del transporte público (tanto en su versión terrestre como aérea) dependen las vidas de millones de argentinos. ¿Existe una sociedad político-comercial que especula con la muerte con tal de justificar sus millonarios negociados? Si la más vil y pútrida corrupción -ejecutada por personeros de uno o varios gobiernos- ha llevado la situación al extremo de poner esas vidas en juego (como ya se ha visto en Once), más le vale a la Justicia poner manos a la obra. Apuntes que haría bien en considerar el magistrado del orden federal Claudio Bonadío, que entiende hoy en una causa que se ha robado la atención del país. Y no es para menos.
Por Matías E. Ruiz, Editor.
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