Otra vez, Ron Paul en la mira
Debido a su envergadura moral, su notable trayectoria en el Congreso nacional de EE.UU. y sus conocimientos de economía, derecho y filosofía, Ron Paul claramente sobresale entre los políticos de la era moderna...
Alberto Benegas Lynch (h) es académico asociado del Cato Institute y Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Argentina.
Debido a su envergadura moral, su notable trayectoria en el Congreso nacional de EE.UU. y sus conocimientos de economía, derecho y filosofía, Ron Paul claramente sobresale entre los políticos de la era moderna. Su último libro Liberty Defined está dedicado a sus extraordinarios maestros Ludwig von Mises, Friedrich Hayek, Murray Rothbard, Leonard Read y Hans Sennholz (que han sido también los míos) y el contenido de la obra constituye un ejemplo de solidez y consistencia de la sociedad abierta.
Ya en otras oportunidades he escrito columnas sobre Ron Paul, de modo que no repetiré lo dicho, ahora destaco la excelente organización que demuestra en la competencia interna por la presidencia del Partido Republicano, los apoyos especialmente de gente joven (indignados pero que en lugar de pedir más de lo mismo como los otros, apuntan en las direcciones correctas), la notable financiación permanente, lo cual incluye la de miembros de la fuerzas armadas estadounidenses que lo hacen en montos que duplican el volumen que reciben todos los otros candidatos juntos.
Respecto a esto último, en otras de mis notas periodísticas he citado las opiniones de varios de los Padres Fundadores en el sentido de que EE.UU. debiera dar el ejemplo de libertad y respeto recíproco y no intervenir en guerras y trifulcas en otros países, no solo por las vidas perdidas y las familias arruinadas, sino por el gasto, la deuda y las amenazas a las libertades individuales en nombre de la seguridad y las restricciones a la prensa debido a los llamados “secretos de Estado” y las “traiciones y delitos contra la patria”. También —más contemporáneas— he citado las sesudas reflexiones del presidente John Quincy Adams en esa misma dirección que resumen magníficamente los peligros de involucrarse en luchas armadas en otros lares (para no decir nada de “invasiones preventivas” y guerras sin la autorización del Congreso).
Ahora reproduzco las consideraciones del senador y secretario de estado, el decimonónico Henry Clay: “Por seguir la política a la que hemos adherido desde los días de Washington hemos tenido un progreso sin precedentes; hemos hecho más por la causa de la libertad en el mundo que lo que las armas pudieron hacer, hemos mostrado a otras naciones el camino de la grandeza y la felicidad. Pero si nos hubiéramos visto envueltos en guerras […] ¿dónde, entonces, estaría la última esperanza de los amigos de la libertad en el mundo? […] Deberíamos mantener nuestra propia antorcha brillando en las costas occidentales, como una luz para todas las naciones”.
En esta materia, Ron Paul ha hecho referencia a las sabias declaraciones del general Dwight Eisenhower que en su discurso de despedida como presidente, en 1961, advirtió de “los enormes peligros del complejo militar-industrial” de EE.UU., paradójicamente, peligros “para la seguridad y las libertades” de los estadounidenses.
Es rayano en lo ridículo que se tilde de “peligroso” a un candidato como el Dr. Paul que sugiere no bombardear otros países y reforzar las defensas locales (los peligrosos son en verdad esos críticos-beligerantes) y es del todo contradictorio que se lo tache de “aislacionista” cuando son los guerreros los que aíslan a EE.UU. ya que, con un argumento u otro, casi todos se oponen a la política exterior estadounidense. Es también insólito que se diga que este candidato presidencial es “extremista” porque defiende la Constitución de su país en el contexto de la limitación al Leviatán (cuando los verdaderos extremistas están radicados en la Casa Blanca desde hace décadas).
Esta persona de gran coraje y claridad opera entre dos fuegos: lo ignoran los medios periodísticos en manos de las izquierdas y está sometido a críticas despiadadas por parte de los llamados neoconservadores, patrioteros nacionalistas éstos, incapaces de comprender los preceptos básicos constitucionales de su propia nación, a lo cual aludí en detalle en mi libro Estados Unidos contra Estados Unidos publicado por el Fondo de Cultura Económica.
No creo que sea proclamado candidato por el Partido Republicano aunque influirá en algo con sus delegados a la respectiva convención, pero desde este rincón lo vuelvo a saludar a Ron Paul —con quien he intercambiado en lo personal un par de correos electrónicos— y subrayo la importancia de su campaña electoral al efecto de dejar valiosos testimonios y para correr el eje del debate tal como efectivamente ha hecho en varios de los temas cruciales (por lo menos para modificar ciertos tramos en los discursos de sus competidores). Se mantiene firme entre los presidenciables que quedan en la contienda y, hasta el momento, sus resultados electorales más descollantes en la carrera de las primarias han sido en el estado de Maine donde obtuvo el segundo puesto (36%) detrás de Romney (39%) y con enormes diferencias respecto a los otros postulantes que quedaron mucho más rezagados. Faltan trece instancias antes de llegar a la convención de Tampa del 27 al 30 de agosto donde se sopesarán los delegados en el contexto de la proclamación del candidato que se enfrentará con Obama en noviembre.
Resulta de gran relevancia el permanente alegato de Paul para eliminar sectores enteros de la administración federal como las secretarías de educación (nada menos que para el control gubernamental de las estructuras curriculares), de comercio (nada menos que para el control gubernamental de las transacciones libres) y la banca central (nada menos que para deteriorar el signo monetario) siempre acompañadas de las rigurosos fundamentaciones del caso. Elabora también sobre la necesidad de ponerle coto a la deuda pública (recordemos que cuando Jefferson, siendo embajador en Paris, leyó la nueva Constitución manifestó que si pudiera agregarle un artículo consignaría la prohibición de emitir deuda por parte del gobierno puesto que es incompatible con la democracia al comprometer patrimonios de futuras generaciones que no participaron en la elección del gobernante que contrajo la deuda).
Es muy atractivo y ciertamente decisiva su prédica para eliminar la llamada “ayuda externa” a través de burocracias internacionales que significan un monumental drenaje de recursos a los contribuyentes para financiar políticas absurdas en el contexto de alarmantes corrupciones.
Este es un candidato que opera a contracorriente del statu quo, sea del establishment republicano o del demócrata y que no apunta simplemente a administrar la crisis y adoptar políticas repletas de componendas y cesiones a los principios y valores básicos de una República. Es por ello que cuenta con la simpatía de una gran parte de los votantes independientes.
Objeta con firmeza los “salvatajes” a empresarios ineptos e irresponsables realizados con el fruto del trabajo ajeno para atender los requerimientos de los amigos del poder con suficiente fuerza de lobby. Esta fenomenal hemorragia de recursos es una de las razones clave del golpe tan fuerte a los bolsillos de los antes mencionados “indignados” que no parecen saber cuales son los motivos de sus males ni como corregirlos.
Prácticamente toda la corporación política está en contra de Ron Paul precisamente porque sus propuestas y programas se dirigen a abolir los privilegios y prebendas de esta casta que se ha desviado por completo de los preceptos establecidos oportunamente con gran precisión por los Padres Fundadores. Pareciera que hay buena dosis de masoquismo en las políticas estadounidenses…o tal vez sadismo (aunque el asunto no está para chanzas, esto me recuerda una definición de Arthur Koestler: “el sádico es aquel que saluda amablemente al masoquista”).
Termino esta nota un tanto a vuelapluma, con una cita del antedicho libro del Dr. Paul: “La historia de América [Norteamérica] y su ethos político es sobre la libertad […] La libertad significa el ejercicio de los derechos en la manera que las personas decidan, siempre que no interfieran en el ejercicio de los derechos de otros […] Y, sin embargo, la amenaza del gobierno hoy, en todo el mundo, presenta un riesgo que bien puede considerarse el mayor de cuanto ha ocurrido en el siglo veinte. Estamos bajo control en todos lados que vamos: en el trabajo, en las compras, en nuestra casa y en las iglesias. Nada es privado: ni la propiedad, ni la familia […] Lo que está en juego es el mismísimo sueño americano […] Esta crisis demanda una revolución intelectual”.