La coyuntura y sus consecuencias
"El concepto del dinero como una criatura de la ley y del Estado es claramente insostenible. No se justifica por un fenómeno único en el mercado. Atribuir al Estado el poder de dictar las leyes del intercambio es hacer caso omiso de los principios fundamentales del dinero con la sociedad" (Ludwig von Mises)
La película que estamos viendo es la que hemos visto en otras oportunidades, pero esta vez asombra por lo brutal e impune del accionar de los personeros del gobierno: sus funcionarios (que no tendrán más remedio que obedecer o irse) y los legisladores –nuestros “representantes”–, que nunca tienen que pagar el costo de sus acciones y que de “levantar la mano” depende el futuro de su carrera política.
En ambos casos, lo que además sorprende es la ligereza con que los unos salen con discursos de tan poco sustento como una frase lanzada al voleo por Twitter, mientras otros se deshacen en discursos pretendidamente medulosos, que los presenta responsables de sus decisiones, aunque solo sean de coyuntura y dictadas desde el Ejecutivo –sin análisis crítico alguno– de las que dependen consecuencias que solo verán desde otro lugar, en el largo plazo y de las que jamás se harán responsables.
Desde los tiempos de "El", los funcionarios mantienen adecuado silencio, solo obedecen y cultivan un estudiado bajo perfil (salvo cuando son “enviados” a confrontar en avance de primera línea con espasmódicos y ocasionales exabruptos), lo que aparenta reportarles mejores beneficios que presentarse ante micrófonos frente a los que exponen lastimosamente. Hoy, ese modelo de “obedientes y espadas” se ha profundizado, aunque circunstancialmente replegados por algunos moderados reveses.
Mientras, la Señora Presidente -con estudiada estrategia- puede, de igual forma, esfumarse en su refugio sureño o abrumarnos con teatralizados discursos, frases hechas, agresiones y descalificaciones diversas, que no resisten el menor análisis y, detrás de una máscara cuasi maternal –como provenientes de quien está más allá del bien y del mal y solo aconseja– revisten una escondida violencia. Como, por ejemplo, cuando en su discurso de ayer comparó a un periodista de La Nación, con un nazi (Josef Menghele) porque, como adjetivo, se refirió a la “genética”[2] de los maravillosos militantes del los setenta, con los ideologizados y fanáticos mercenarios de la Cámpora.
Y no trepida en apabullar con cifras que en los hechos resultan tan desopilantes y contradictorias, que me he preguntado si se las acercan sus colaboradores o sus adversarios políticos, porque pretende hacernos creer que la Argentina nació con los K, que supieron afrontar “la herencia recibida”, que pusieron de pié el país que heredaron. Mientras los adulones de turno se complacen entre risas y aplausos.
Todo el relato se basó en un supuesto modelo que no es más que la continuidad (por otros medios) de un perverso populismo, ya habitual por estos lares y que parece beneficiar a los unos y a los otros: nada más fácil que administrar a favor de algunos los dineros que son de todos, con el beneficio de ser el intermediario.
Pero esta política que no conoce de horizontes, porque en su soberbia supone sortear las consecuencias, encontrando en este supuesto, otras medidas de coyuntura o algún culpable egoísta, irreverente o desestabilizador, aunque intuye que tiene sus límites: porque las consecuencias son imprevisibles.
Es la misma película con distintos actores: la generación de un Estado omnipresente y todopoderoso, que se encargan de administrar sin importar el gasto que ello genere –ellos cumplen la función de “agente”– y el “principal” solo quiere más, sin saber que las demandas pueden ser infinitas, pero los recursos son siempre escasos, y deben alimentar a los dos: al gobernante y al gobernado.
Esta ecuación nunca devuelve un final feliz. Los gobernantes, para dar satisfacción a todo lo que discrecionalmente deciden o les reclaman las demandas, optan por el camino más fácil, aunque el más dañino: convierten al Estado en el gran depredador.
Pero nunca nada es suficiente. Y es así que asistimos, ya casi sin inmutarnos, a la exacción constante y ahora diversificada que se implementa con la impunidad que otorgan la ignorancia y el amateurismo del cuerpo legislativo, abocado ahora a la reforma de la Carta Orgánica del Banco Central.
El gobierno vulnera, así, para sostener su discrecionalidad en la asignación y cantidad del gasto público, aunque se sospeche que gran parte de ello se encuentra teñido de corrupción, en la restricción de libertades y derechos de los ciudadanos que es a quienes pertenecen los recursos.
La moneda de un país es el medio por el cual se realizan los intercambios y resguardar su valor debería ser un objetivo a prever de indeseables consecuencias futuras por los gobernantes.
Pero nos están demostrando –como en las películas precedentes– que esto no es así: la inflación, aunque se la disfrace (hoy el 25% anual), no es el incremento de los precios de las mercaderías: es la pérdida del valor de la moneda, entre cuyas causas se reconoce el incremento constante e irrestricto del gasto público, que en términos del PBI representaba en el año 2002 el 28%, pasando en el 2011 al 45%. [3]
Al gobierno, para mantener su “proyecto nacional y popular”, se le acaban aceleradamente los recursos y sabe que la única forma de mantener la hegemonía es la que les enseñó “El”: la acumulación de reservas y el manejo de la “la caja”.
La coyuntura obliga. Ya vimos la película titulada “El default de la deuda pública”, como “La pesificación asimétrica”, como “La apropiación de las AFJP”, como “Corralito y Corralón”, o “La nacionalización de AA”, o “ANSES: el gran financiador”, o “El Banco Central desinteresado prestamista”, o la “Afortunada 125”, que se parecen mucho a otras que vivimos en un pasado no muy lejano.
Y en todos los casos hemos asistido –y aplaudido– decisiones que fueron explicadas, apelando a nuestro fervor nacionalista, con total indiferencia por las previsibles consecuencias futuras.
Las consecuencias de esas películas son las condiciones de hoy, que nos obligan a nuevas decisiones, que en realidad son intervenciones del Estado en la economía, como si los agentes se comportaran a su solicitud, aún en contra de sus intereses.
Nuestros gobernantes parecen ignorar lo que es obvio: los excesos en algún momento se pagan. Y otorgarse impunemente potestad sobre el Banco Central para poder acceder a más recursos para mantener un gasto público ineficiente, en un futuro no muy lejano lo pagaremos entre todos.
El gobierno busca apurar la aprobación de la Ley que le permitirá acceder hasta el 20% de la base monetaria (algo más de $ 140.000 millones) y disponer de la emisión lo que incrementará la esa base, porque tiene un plan económico inflacionario que consiste en gastar más de lo que recauda y financiarse emitiendo dinero sin respaldo. El Banco Central debe actuar en concordancia con el poder político pero no subordinarse a él, porque no debe ser sometido a la voluntad discrecional de los gobernantes para financiar cualquier gasto público que se les ocurra.
Otorgarle esta potestad sin más discusión ni evaluación de las consecuencias es una grave inconsciencia de los legisladores. Algunos, porque en su entramado político prefieren mantener su obsecuencia: aprobar sin siquiera dudarlo. Y la oposición, aún fragmentada y a sabiendas de su escaso peso relativo en los votos, puede disfrutar al suponer que con esta medida el gobierno, se pone al descubierto y salva la coyuntura. Pero espera que el gobierno pagará las consecuencias (esperanza de alto riesgo).
De lo que todos parecen olvidarse es de la gente, a la que hace pocos meses todos prometieron deberse por su confianza y su voto, aunque ahora parecen ignorar.
Podrá sentarse Marcó del Pont a hablar sobre el dólar, podrán reducir y poner límites a las compras de divisas y ahora hasta vulnerar inalienables derechos impidiendo que se conviertan recursos propios desde cajeros en el exterior. Podrá Moreno alterar las cifras del INDEC, o imponer precios máximos, o decir que se importa y que no, podrán intervenir en todo lo que la coyuntura les indique, pero no podrán alterar cuestiones tan simples como esta: la gente sufrirá porque le harán pagar un alto precio, pero siempre buscará en la medida de sus posibilidades maximizar sus utilidades.
Algunos podrán hacerlo antes, otros tardarán un poco más, algunos quedarán en el camino y engrosarán esa enorme legión de pobres (hoy mayor al 30% en un modelo que se reza “inclusivo”) pero, finalmente, de forma en que cada uno sea capaz encontrará la rendija que le permita escaparse o apenas sobrevivir a una clase política que les da la espalda.
Como casi todos los gobiernos del mundo “el modelo” aunque se declame distinto, es el mismo, (cuestión de mirar a algunos países de Europa no más), gastar, prometer y dar más allá de las posibilidades. La finalidad es permanecer en el poder.
Pero el modelo nos aleja cada vez más del mundo. La brecha es cada vez mayor.
Si en la década del ´50 podía pensarse en que podíamos “vivir con lo nuestro” (o Plan Prebich-Singer: “Sustitución de importaciones”) hoy en un mundo globalizado es descabellado pensar que podemos prescindir de todo y de todos, que somos capaces de autoabastecernos de todo lo necesario, insumos básicos, tecnología, energía (solo este último rubro nos pone en evidencia la desaprensión con que hemos encarado el tema), por este camino terminaremos comiéndonos nosotros la soja o vendiendo, con suerte: dieciocho tractores en Angola (contarlo como un operación económica espectacular y aplaudirlo sin dimensionarlo).
Se parte de conceptos anacrónicos: “de los intercambios no hay uno que pierde lo que el otro gana”, eso es concebirlos como de “suma cero” y en verdad es que los intercambios – cuando se hacen de buena fe: ambos ganan!! (cada uno saca su propio provecho según sus preferencias y necesidades: es de “suma positiva”).
Salvo cuando uno actúa de mala fe –cuestión que por vía de la corrupción ya somos bastante conocidos– y ello nos conduce al aislamiento creciente.
El modelo keynesiano, tan admirado por la Sra. Presidente y alguno de sus consejeros (Axel Kiciloff, entre otros), fracasó porque subestimó la estanflación y no porque la burguesía haya hecho una interpretación interesada de él. Aunque él mismo haya dicho: “... Este modelo es para el Reino Unido de hoy y apenas para dar respuestas en el corto plazo, en el largo plazo estaremos todos ya muertos.”
Creo que merece agregar: tal vez lo estemos nosotros, pero los que no estarán muertos serán nuestros hijos o nietos, cuyo futuro el gobierno está comprometiendo hoy.
El gasto público se ha hecho insostenible, pero la política continúa su camino sin mirar para atrás, así que recurre a cualquier artilugio de coyuntura para mantenerlo y hacer valer el poder de “la caja”, pero esta vez el camino adoptado supera los límites de lo racional y convierte a sus cultores en anómicos [4].
Tal vez las consecuencias puedan disfrazarse durante algún tiempo (las Malvinas no pudieron ser un objetivo distractivo,. o el Boudougate que puede durar un poco más, el Schiavigaffe que debió ser el primer fusible, el Macrifight: “vale-todo” que llevará varios rounds, etc.), pero no será por demasiado. Las consecuencias se verán pronto.
Espero que siendo tan autorreferencial como siempre la Sra. Presidente, cuando llegue el momento (que no deseamos), nos diga: “... Esto también lo hicimos nosotros...".
Pero, seguramente, encontrará algún culpable (más allá de alguna supuesta conspiración o distorsión de los medios, o algún adversario político, etc.) y se permitirá otra deformada explicación de coyuntura, que abrirá las puertas de nuevas expectativas a futuro, con los correspondientes aplausos de quienes se identifiquen con solo “un modelo retocado” (¿Alguna nueva sintonía? ¿Otra FM?).
Porque, en el fondo, cualquiera que fuere le vendrá bien, ¿o no inauguró el “vamos por todo” explícitamente en Rosario?, lo que hace innecesaria cualquier explicación.
Aunque las consecuencias las paguemos todos –en pequeñas cuotas– desde hoy.