Un día como hoy -pero hace ya treinta años-, las fuerzas armadas argentinas invadieron las Islas Falkland, territorio soberano de ultramar en el Atlántico Sur.
Un brutal régimen militar en la Argentina computó que una Gran Bretaña debilitada -recurrentemente despojada de elementos de defensa nacional- se encontraría imposibilitada de responder a un fait accompli militar. La recuperación de las Falklands [Malvinas, para los argentinos], sobre las cuales la nación sudamericana había reclamado soberanía durante décadas, sería -creyeron los generales- sinónimo de un despertar para la unidad nacional y una alternativa para rescatar la popularidad decreciente de un régimen que había llevado adelante una Guerra Sucia de desapariciones y tortura contra sus propios conciudadanos.
La entonces Primer Ministro Margaret Thatcher galvanizó a su país desde la resistencia a la invasión y organizando la campaña al Atlántico Sur para liberar a los habitantes de las islas de la ocupación argentina. Se trató de una respuesta clásica a una agresión "no provocada", y de una victoria de la autodeterminación. Para su fortaleza, la determinación de la nación y sacrificio, la “Dama de Hierro” cosechó un reconocimiento global determinante, para granjearse un liderazgo internacional decisivo.
Al momento de la invasión, las Falklands habían sido un enclave colonial permanente desde 1833. El primer arribo conocido se produjo en 1690, por parte de un capital naval de la Gran Bretaña, John Strong. Las islas fueron bautizadas en honor del Visconde Falkland, prominente abogado británico. Ingleses, franceses y españoles supieron mantener colonias en las islas en varios puntos determinados, hasta que el último enclave europeo fue abandonado en 1811. Ello dejó al archipiélago deshabitado. En 1833, el Reino Unido restableció una colonia, que se mantuvo allí desde entonces.
Al día de hoy, el argumento más sólido en relación a la soberanía de las Falklands continúa refiriendo al principio de la autodeterminación. Los tres mil residentes son preponderantemente británicos y desean continuar siéndolo.
Treinta años después, la Argentina ha vuelto a diseñar una campaña para ganar soberanía sobre las islas, a costo de los isleños. La campaña actual de Buenos Aires involucra una elaborada serie de presiones diplomáticas, económicas, y psicológicas, orientadas hacia lograr el aislamiento de los habitantes del territorio e incrementando sus costos para permanecer libres y observar viabilidad desde lo económico.
La mayoría de los analistas, incluyendo al periódico The Economist, consideran que la Argentina prefiere la presión y una agresión pasiva antes que la violencia y la guerra. La presidente argentina, Cristina Elisabet Fernández Wilhelm de Kirchner, "ha previsto ejercer la fuerza como táctica y ha presionado enérgicamente para presentar el caso por otros medios (algunos piensan que su meta es distraer la atención de los votantes frente a la alta inflación y otros problemas económicos)”. La política, concluye Andrés Oppenheimer -Miami Herald- se encuentra "diseñada para ganar el aplauso fácil a nivel local, antes que para recuperar las islas".
Predispuestos a evitar el conflicto, pasado y presente, los líderes de Estados Unidos optan por eludir el tema de la soberanía y aconsejan negociar, en una visión que se percibe como inexplicable al otro lado del Atlántico. Incluso después de obsequiar una vergonzosamente cargada cantidad de elogios a la Administración Obama en su reciente visita, el Primer Ministro británico David Cameron aún no se encuentra cerca de recibir un apoyo explícito de Washington, de cara a su argumento de soberanía sobre las Islas Falkland. Esto remite a una lamentablemente desconsiderada actitud para con la Relación Especial.
Treinta años más tarde, quienes tomaron parte en la guerra y las familias de las víctimas recordarán el conflicto como una "agresión no provocada", ejecutada por una banda de generales desesperados. Aquellos más consternados podrán, incluso, aprender una importante lección sobre las incertidumbres que suele ofrecer la Historia. En un mundo peligroso, una defensa fuerte continúa representando la más importante salvaguarda contra cualquier forma de agresión. Esta es una de las lecciones más perdurables del conflicto de las Falklands.
Por el Dr. Ray Walser / The Heritage Foundation
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El autor es historiador. Ex funcionario del Servicio Exterior de los Estados Unidos de América, y Analista Senior en Políticas en The Heritage Foundation. Experto en temas de América Latina y Africa.
* Traducción al español: Matías E. Ruiz