La asfixia de un país absurdo
De la culpa, no ha de poder escapar. Existe la errónea tendencia a librar de responsabilidad a la mujer que está gobernando el país. Que la asesoran mal, que la mesa chica la induce al error, que Guillermo Moreno hace las cosas por su cuenta, que ahora los sindicatos están fuera de control...
De la culpa, no ha de poder escapar.
Existe la errónea tendencia a librar de responsabilidad a la mujer que está gobernando el país. Que la asesoran mal, que la mesa chica la induce al error, que Guillermo Moreno hace las cosas por su cuenta, que ahora los sindicatos están fuera de control, que la quieren desestabilizar o que le obstaculizan la tarea.
Todo... absolutamente falso.
Ella hace y decide todo a su antojo.
Hasta manda a instruir a ciertos jueces y fiscales por la vía del abierto apriete, por conducto de dos miembros del Consejo de la Magistratura.
Le importa un bledo enviar al país hacia un escenario irreversible.
Por lo dicho, cabe dudar mucho si esta Señora sabe o no sabe que nos ha metido a todos en un problema grave. Un problema que hoy flota en el aire y que se huele mucho más nítidamente que el humo de un principio de incendio en la sentina del barco.
La inflación se le disparó por exclusiva culpa de la liturgia que ella misma decidió convalidar casi como un rasgo conyugal.
La duda resulta de su actitud. Llega a pretender justificar su agresividad en la supuesta necesidad de compensar un enorme “complejo de género” que ella misma ha instalado en cada discurso, acaso para estimular la magnanimidad de una sociedad a toda la cual (por eso mismo) enfoca como discriminadora.
Cuando tiene una masacre, una calamidad o un colapso, su primera reacción es simple: hace silencio. Y no reconoce absolutamente nada.
En línea con eso, no toma ni planea tomar ninguna medida.
Siempre oscila entre dos opciones. O tiene un diagnóstico erróneo, o no tiene la menor idea de nada.
El muy famoso pretor del mercado, Guillermo Moreno -con su explícita anuencia- sigue hoy con sus prácticas feudales de repartir docenas de prótesis de plástico para que los empresarios genuflexos hagan injertos a la realidad de los precios, o se olviden alegremente del amontonamiento de contenedores en la Aduana.
Pero las prótesis ya no alcanzan.
Todo ya ha desbordado.
Sus propios economistas le han avisado que va derecho a una piña.
Los pagos de la obra pública están parados. Ni Vialidad ni el propio cajero de Obras Públicas pagan.
Los amigos famosos, todos mudos -en particular de la Cámara Argentina de la Construcción-, aguantan una promesa diferida de pago que desconocen si, en verdad, no se trata de un aviso serio de precolapso. Un default.
La distorsión de precios es tan grave, que todo el mercado se encuentra hoy sumergido en la llamada "inflación de expectativas". Acaso la más peligrosa actitud psicológica que se asume cuando hay plena conciencia de que el gobierno no sabe, no puede o no quiere hacer nada para aplicar un correctivo drástico.
El común de la gente y también algunos grandes delirantes creen que las reservas del Banco Central de la República (ahora bajo las garras del Ejecutivo) tendrán la mágica cualidad de protegernos ante cualquier contingencia inflacionaria.
Ignoran que ni las reservas, ni el fulminado crecimiento, ni el superávit fiscal (hipertrofia de un IVA de gran inflación) tienen algún remedio ínfimo entre sus cajones.
Y así las cosas, como es natural, el clima de quiebra de la economía es hoy suficiente para encender la mecha de una crisis política entre ellos mismos... que ya empezó a cercarlos.
Su Vicepresidente es una especie de baldón ilevantable que los llena de vergüenza, por cuanto es un vulgar ladrón encaramado en el poder.
La masa crítica ciudadana arrastra los pies estupefacta frente a todo. Camina encogida de hombros, desentendida e imbécil.
Exhiben todos un catálogo excusatorio de sus brazos cruzados, que se vincula precisamente con el erial que ella misma hubo de lograr con su paciente y profundo exterminio político.
Entre las curiosas manías que tiene la presidente alucinada que tenemos, se destaca su pasión loca por jugar con petróleo, con nafta, con gas, con sus acciones testaferradas... y con encender fósforos arrojándolos al aire.
Todos los días nos cambia las imágenes y revolea por los aires una tragedia nueva que tapa a la anterior.
Y, así, van tapándose calamidades con otras mayores y estas con alguna conmoción... y así sucesivamente.
En algún circo, seguramente podría recibir aplausos por sus malabares, siendo acaso confundida con una valiente contorsionista. Expuesta a ser consumida por las llamas en medio minuto.
Frente a sus delirios extravagantes, uno tiene todo el derecho del mundo a imaginarse que se deja tentar -con enorme facilidad- por una especie de exageración mitómana.
Y, lo que es más grave: confunde la "parte" con el "todo".
Vive como en una isla.
Se entiende en base a señales evanescentes… sólo con una treintena de ciegos a los que ella misma convoca a un aplausódromo.
Habla mediante gestos de vapor que tienen un código distinto cada día.
Vive poseída por la caricatura y, peor que eso, por una caricatura insolvente y mal intencionada. Por ello, al pretender magnificar una supuesta ignorancia del prójimo, lo que persigue es escabullir la propia.
Sus seguidores -fanáticos todos ellos- desfilan a nuestro lado. Pero sin mirarnos de frente, cara a cara, dado que, por sus venas circula un brebaje que los hace caer en la vocación horrorosa de ser oblicuos para siempre.
Sería como decir que no son ellos mismos, que son otros.
Pero lo realmente dramático, lo verdaderamente fatal, es que aquí no existe ningún sustituto a la vista...
Y que, tal como dijera el maravilloso Albert Camus en "El Mito de Sísifo", se abre un horizonte que deja solamente dolorosas inviabilidades en un país donde reina lo más campante: la filosofía del absurdo.
El castigo inútil que no muestra su epílogo jamás...
El suicidio, como permanente acechanza para este país carente e inviable.
Por el Lic. Gustavo Adolfo Bunse, para El Ojo Digital Política
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