Ricardo Echegaray y la vida de los otros
El refinamiento de una ingeniería de corte autoritario que garantice la asfixia definitiva del "perturbador" 46%.
Puertas adentro, el cristinismo ha comenzado a moverse en torno de la maoización de sus estructuras afines. Asesorada por su fiel compañero Carlos Zannini (alias Der Kommisaar), la Presidente de la Nación se ha vuelto peligrosamente adepta al seguimiento irrestricto de sus propios soldados. En su oportunidad, se ha comprobado el modo en que su vice Amado Boudou fuera espiado en sus comunicaciones y, a posteriori, ruidosamente retado a raíz de exteriorizaciones "poco simpáticas" que compartiera ante una amplia variedad de interlocutores en el mundo político y empresarial. Carlos Blaquier, por su parte, no tardó demasiado en poner pies en polvorosa y huir a Europa, una vez notificado de que la Casa Rosada le endilgaría la responsabilidad primigenia en la tristemente célebre "Noche del Apagón". El banquero Jorge Brito también ha conocido el rigor de las presiones, una vez que los paladares negros de Cristina Fernández Wilhelm lo sindicaran como uno de los principales formadores del precio del dólar paralelo, cuando la corrida financiera del pasado verano comenzaba a cobrar forma. Al lector no le resultará extraño, ahora que el dólar Blue se ha disparado con violencia, que Carlos Heller empiece a recibir ásperos cuestionamientos de parte de cierto núcleo talibán en el seno de la juventud oficialista.
Este es el sendero que ha decidido transitar Balcarce 50. Al igual que Mao Tse Tung cuando, en los albores de su propugnada Revolución Cultural, decidió que el Partido Comunista chino debía ser purgado, echando mano de todos los medios disponibles. No pareció importarle demasiado que los jóvenes de la incipiente pero inflexible Guardia Roja recurrieran al linchamiento de muchos de los veteranos que concentraban el poder dentro de la nomenclatura. La República Popular terminó consumida por las llamas en aquel proceso. Su líder ya había pasado a mejor vida y, después de muchas décadas, Pekín aún seguía sin hallar una solución adecuada para la conflictividad heredada de la implementación del concepto de "revolución permanente".
Así las cosas, no hubo que aguardar por mucho tiempo para comprobar que el "46%" que supo despreciar la oferta electoral de la viuda de Kirchner también vería sobrecargado su bagaje de padecimientos. Con la anuencia [o bajo las órdenes] de Guillermo Moreno, el mandamás de la Administración Federal de Ingresos Públicos Ricardo Echegaray descubrió la existencia de un sexto cambio en la caja de velocidades de su organismo. En este sentido, decidió la súbita conformación de un vulgar régimen de espionaje, a través del cual los ciudadanos que se trasladen al exterior deben ahora rendir cuentas sobre los motivos que los llevarán fuera del territorio nacional. Todo con el pretexto de arrojar luz sobre el patrimonio de las personas y, a la postre, con el objetivo de poder clasificarlas de manera acorde, en el sistema tributario.
Clausurado el movimiento del billete estadounidense en el mercado oficial, Echegaray ha movido sus fichas para cerrar la única salida que quedaba: el Aeropuerto Internacional de Ezeiza. Desde luego que muchos podrán argüir que la iniciativa se nutre de la necesaria reivindicación del pago de impuestos. Pero a nadie escapará que el efecto colateral de la decisión generará un ingente volumen de información que será de suma utilidad para tomar nota sobre hábitos de consumo y actividades del ciudadano de a pie. E involucrará -como no podía ser de otra manera- a porciones de la sociedad que ha demostrado no comulgar con el "modelo nacional y popular de matriz diversificada". Si en los Estados Unidos de América, la Agencia de Seguridad Nacional -encargada de monitorear las comunicaciones a nivel país- observa numerosas dificultades a la hora de confeccionar el data mining de lo recolectado, mal podría encontrarle una solución a ese problema el gobierno argentino. Por ende, la cosecha de datos solo servirá para ser aprovechada en perjuicio de ciudadanos puntuales, claramente individualizados de antemano.
Ha llegado, pues, la hora de pagar el precio por pensar diferente. Pero también será hora de rubricar -por escrito y a grandes letras- el desacuerdo con una dirigencia que exprime al contribuyente, mientras los más encumbrados albaceas del gobierno se anotan el costumbrismo de jamás rendir cuentas sobre su malhabido patrimonio; mucho menos sobre las actividades ilegales por las que son bien conocidos en ciertos ámbitos.
No obstante, y en lo que respecta a los viajeros, cabe apuntar que el cerco todavía observa un interesante margen para el achique. La medida citada -que fuera adelantada hace tres semanas por este medio desde sus cuentas en Twitter-, aún puede complementarse con otra serie de refuerzos, hoy bajo análisis. En virtud de que las declaraciones juradas ya no resultan suficientes, existen quienes han propuesto reducir el techo de diez mil dólares que se permite portar más allá de las fronteras nacionales. Con ello, sobrevendría el ahorcamiento perfecto: clausurar definitivamente la utilización de tarjetas de crédito emitidas por bancos argentinos para efectuar pagos en el exterior. Subirse a un avión terminará convirtiéndose en un acto a la medida del particular más pudiente o del funcionario estatal que se arrogue los contactos necesarios. Raras avis con posibilidad de efectuar retiros de efectivo en sucursales bancarias del extranjero o que, simplemente, sean titulares de plásticos obtenidos en casas foráneas.
En la pasmosa exégesis del contrasentido, los mejores hombres de la Presidente aplican su envidiable ingenio para jugar a la Ruleta Rusa. A la hora de enfrentar el desafío del dólar, todo está permitido (a excepción de pegar el manotazo sobre las cajas de seguridad). En el ínterin, Cristina Elisabet continúa apostándole a su juego de propaganda de suma cero: compensar la impopularidad de sus iniciativas con algún anuncio grandilocuente, factible de ser promocionado solo ante el público rehén que componen las clases marginadas. Porque sucede que el 46% jamás chilla; hace caso de su librito como en su momento lo sugirió la Santa Biblia: poniendo la otra mejilla. Y qué bueno que así sea...
Pudiera ser que la Señora viuda y sus adláteres estén tropezando con un craso error interpretativo: contemplan a ese 46% en términos puramente electorales cuando, en realidad, el análisis que debiera primar es otro, bien distinto. En rigor, este espectro se presenta como bastante más uniforme, indivisible, y portador de un hartazgo creciente de cara a las medidas tomadas por el gobierno. De tal suerte que la "fórmulilla para el éxito" en que se apoya la Presidente de la Nación es en extremo endeble: solo basta que los desbarajustes de la economía se vuelquen sobre las porciones que le obsequiaron el voto de confianza en las Presidenciales de 2011, para que el esquema comience a exhibir fisuras.
En cualesquiera de los casos, será difícil desentenderse de una realidad bien conocida por la opinión pública nacional, a saber, que una Administración con sus recursos dilapidados termina poniendo todo su empeño en planificar sobre el dinero -y la libertad- de los demás.
Por Matías E. Ruiz, Editor
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