Una inmoral en calesita
Quien esto escribe pertenece -con enorme orgullo y humilde abnegación- a la cadena nacional del miedo y del desánimo.
Quien esto escribe pertenece -con enorme orgullo y humilde abnegación- a la "cadena nacional del miedo y del desánimo".
Si esta terrible inmoral que dice dirigirnos nos dicta lecciones deontológicas desde su atril, cabe todo el derecho a rebelarse. Y no sólo a pertenecer a la referida "cadena nacional del desánimo y del miedo", sino también a tratar de invitar a más gente a sus filas.
Pero la mayoría de la gente no se percata del salvajismo político reinante. Y una minoría poco significativa, en cambio, acaso se da cuenta de eso. Pero actúa como si le importara, realmente, un bledo.
Entre todos ellos, se halla la masa crítica de los que votan en este país y que, así -lenta pero inacabablemente- va marcando nuestro destino, eligiendo por el método de “prueba y error” entre la caterva de sátrapas que integra la dirigencia política.
Hace ya nueve años que esta mujer se encuentra en el poder, y este es el país del que se está excusando cada 24 horas. Como si recién empezara, después de haberse enriquecido ilícitamente.
Y llega, cada dos o tres días, a cualquier escenario en el que levanta su dedo admonitor y -desde su moral de letrina- nos reta y llena de amenazas. Mintiéndonos con su cara de mármol, sólo porque le señalamos sus trapacerías.
Desde un atril bordeado de una plétora de inmorales como ella, escoltada en todo sitio por un vice que ella misma eligió y que es un terrible tránsfuga de la moral, ladrón y filibustero internacional. Este la escolta, mientras ella vomita admoniciones e insultos a diestra y siniestra. Pero también, a pocos metros, la acompaña su cuñada. Otra ladrona que compra terrenos a seis pesos el metro y que, si no fuera por su pelo largo, sería un perfecto holograma fantasmagórico de su difunto hermano, profesor del latrocinio.
¿De qué "cadena del desánimo" nos habla? ¿Qué derecho cree tener, para darnos lecciones desde el sumidero moral en el que reina?
Mucho antes de que los científicos actuales lo confirmaran, el genio de Michel de Montaigne declamó que la inmoralidad –esa pasión extraña– es lo que más puede trastornar el juicio de una persona. Describe una serie de situaciones en las que un inmoral desarrolla conductas que, en principio, se advierten en el colapso de su dignidad, que muchas veces mezclan cinismo, falsedad abierta y -especialmente- cobardía. Ponen, en suma, al desnudo, una deshonestidad sin límites.
El inmoral es esencialmente cobarde. Su cobardía estalla frente a cualquier circunstancia desconocida, o bien se pone de relieve frente a hechos que constituyen una amenaza -de cualquier naturaleza- que intuye no poder vencer. Tal como sus ojos ven las cosas.
No cuesta casi nada advertir -bajo la ropa negra de ella- a una gran déspota, totalitaria y demagoga. Con la inmoralidad cobarde como yacimiento único de su falsa retórica y como sostén endeble de su prédica de burdel.
No cuesta casi nada indignarse, al verla repujar semejantes infamias perpetradas a los ponchazos con esa semblanza teatral de directora de escuela. Y con su admonición burlona armada para niños ingenuos. En suma, con su hipocresía impúdica salida de una novela de Molière.
En esta vorágine de inmoralidades, pues, navegamos todos.
La Tierra es un planeta que se desplaza, en su órbita espacial, a 29,7 kilómetros por segundo. Es decir que, a 29,7 kilómetros por segundo vamos viajando todos, como en una calesita. También usted y yo.
Y, en ese vuelo, también viaja con nosotros esta terrible inmoral, los muertos de hambre que ella no ve, la ola de delincuencia, los índice truchos de su Indec, los grandes ladrones que ella hizo perdonar, los piqueteros premiados, el desviado mental que ya no puede controlar precios... y los muertos en la masacre de Once.
Los reeleccionistas de por vida, los gobernadores corruptos del norte, los del sur, los marginales de las villas, los exportadores de soja, los buitres contaminadores de la megaminería, las empresas que no se sabe a quién pertenecen, los monotributistas de Puerto Madero, los imbéciles, los ideólogos de la patagonia, los carpetazos, los travestis políticos... y el centenar de ladrones y criminales que están a su lado en la cloaca del poder.
A todas estas personas, las acompañan, en ese vuelo increíble, los negadores de la crisis inflacionaria, los empresarios que le temen y se arrastran a sus pies, la AFIP apretando gente por opinar diferente, y las cláusulas de la ley antiterrorismo.
Viajan todos: la Constitución molida a patadas por las decisiones de su inmoralidad, el sarcófago bruñido del mausoleo y el féretro de todas las instituciones de la República, la seguridad jurídica en coma, los asaltados anónimos de todos los días, los culpables de la bomba de la AMIA, la declaración jurada de bienes que nos muestra ella cada año, los superpoderes prorrogados hasta el 2015, y su rimmel negro... enmarcando la iridiscencia de su mirada oblicua.
Todos, sin excepción, van a 29,7 kilómetros por segundo en la calesita espacial argentina. No se salva nadie.
Pero el sueño de nobleza, la Patria -o acaso los restos de ella- permanecen incólumes, sin que los afecte el vértigo de ese viaje alucinante, sin que las partículas del viento solar les produzcan el desgaste de locura que ha dejado a los seres humanos en este país en estado de estupidismo crónico... o de criminalidad latente.
El arte, el talento, la solidaridad y la templanza en las sociedades como la nuestra no están en ningún escaño del Congreso, ni tampoco en los bolsillos del vice, viajando a esa velocidad infinita. La honestidad y la rectitud de los ideales no se trasladan en ese viaje circular y alucinante. Se encuentran quietos... en alguno de los puntos de la elipse que marca el recorrido de ese vuelo, y flotan allí. Esperando subir al tiovivo.
Pasamos por esos puntos todo el tiempo. Y los tenemos allí -ofrecidos como sortija en calesita- para tomarlos algún día y salvar algún pedazo de pellejo de la condición decente que podría servirnos para poner a nuestro país a brillar alguna vez, a darnos orgullo alguna vez. A confiar en él... alguna vez.
La sortija de la calesita está en la elipse y nadie la ha tocado todavía.
La Cadena Nacional -y las cadenas con las que quien esto escribe se siente atado- viaja con nosotros a 29,7 kilómetros por segundo, dejándonos a perplejos y mirando desde nuestra calesita con este maldito escepticismo que a nadie le gusta, pero que forma parte de una mirada muy realista a la que nos tenemos que obligar a cada mañana, de cada día, de cada hora de nuestras vidas.
Con ese gran pesimismo que le queda a cualquiera después de tanto apaleo de engaño, viéndolos salir a todos ellos, al final del cuento, retrocediendo en cuatro patas sin terminar su mandato, o en los helicópteros, por las azoteas de palacio. Dejándonos a todos transidos de asco por haber creído en ellos una y otra vez, acaso sólo por una sofocada angustia, o por la infantil necesidad de creer en algo.
Del mismo modo en que los marginales son capaces de quemar un edificio entero, habitado por mucha gente, con tal de borrar dos huellas digitales, ella hoy hace algo un poco más refinado: trepana el cráneo de la República para vaciarla de las instituciones que podrían perfeccionar su ajusticiamiento... cuando decida huir.
Por todo eso y mucho más, pertenezco con orgullo a la "cadena del desánimo y del miedo".
Y porque ella, sin lugar a dudas, es una gran inmoral. Una inmoral en calesita.
Lic. Gustavo Adolfo Bunse | El Ojo Digital Política
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