Armagedón 2013: la avanzada definitiva de Balcarce 50 contra intendentes y gobernadores rebeldes
Alcances (y marco teórico) de la cruzada de tinte épico que el Gobierno Nacional antepondrá a cualquier intento de confluencia entre sectores opositores, de cara a las Elecciones Legislativas del año que viene. Una batalla a todo o nada, en la que la Presidente Cristina Fernández Wilhelm de Kirchner se jugará a perpetuarse o a perderlo todo.
A lo largo de cientos, sino miles de años, la ciencia del conflicto se ha ocupado de exponer fielmente que -dado cualquier escenario bélico- el bando con mayores chances de alzarse victorioso en una batalla es siempre aquel que se encuentre dispuesto a apostarlo todo. En tanto los estudios al respecto se han centrado, en los últimos tiempos, en la explotación de las debilidades psicológicas del oponente, el enfoque del "doble o nada" continúa siendo relevante. La Argentina de los últimos diez años puede dar fe de que ha sido esa construcción abstracta denominada kichner-cristinismo la que mejor se ha aferrado a estos principios.
A la postre, se ha visto que el oficialismo (sin importar se presentare en distintos envases, bajo Néstor Carlos Kirchner o su Señora Viuda) ha recurrido a maniobras que, en esencia, no revisten originalidad, pero que han sabido destacar por su implacabilidad en el terreno operacional. Célebres maniobras como la que predeterminara la caída en desgracia política del puntano Adolfo Rodríguez Saá en ocasión de la mise-en-scène menemista -puesta a punto entre cuatro paredes- quedan hoy para el recuento de anécdotas entre ingenuos.
En los tiempos violentos que ilustran el presente de la agenda nacional, se asiste a un cristinismo dispuesto a todo y que procede hacia adentro y hacia afuera de su espectro con igualmente mensurables decibeles de virulencia. Intendentes y gobernadores de provincia son convenientemente demolidos desde tres flancos: a) el ataque personal; b) la asfixia financiera, y, c) la prefabricación de delitos graves en distritos seleccionados a discreción (hechos a posteriori disfrazados como "episodios de inseguridad"). En la perspectiva indoor, se multiplica la generación y puesta a punto de comisarios políticos. Estos no solo prefiguran sus operaciones desde la vigilancia in situ de la "persona de interés", sino que también cuentan con los buenos oficios de un aceitado mecanismo de vigilancia electrónica. Así, pues -y a título de ejemplo-, algunos citarán el caso de la manera poco elegante como se le hiciera conocer al Vicepresidente Amado Boudou que era inapropiado hablar mal de la jefe de Estado a sus espaldas, en forma peyorativa. Desde luego que, a los efectos de completar un artículo periodístico, la mención exacta de los improperios no aportaría demasiado para ilustrar el punto.
En rigor, deberá apuntarse que la metodología bajo estudio en el presente material no es de reciente aplicación. Bien vale destacar, entonces, que la variante está dada por la violencia a la que se recurre cuando se trata de implementar tales prerrogativas. Hacia afuera del espacio oficialista, podrá citarse la furibunda oleada de asaltos acontecida en perjuicio de instituciones bancarias ("salideras") en ciertas localidades del conurbano o el GBA, en tanto que otros recordarán la repentina voladura del frágil sistema de provisión de agua potable en Mar del Plata. Operatoria que tuvo como fin primigenio asegurar la fidelidad del alcalde Gustavo Pulti, en tiempos previos a las famosas testimoniales. Toda vez que elementos de las Fuerzas de Seguridad han prestado colaboración -o bien continúan haciéndolo-, con miras a consolidar los objetivos políticos de Balcarce 50, no será atrevido referir que ciudadanos y dirigentes que se atreven a hacer uso de su derecho de libre expresión para disentir son hoy, técnicamente, rehenes de un sistema consabidamente autoritario o, al final del día, de una dictadura. Si acaso el manual de procedimientos de Carlos Zannini observa ribetes analizables desde lo deontológico, ello no interesa verdaderamente. Puesto que, como se desprende de columnas anteriores a la que Usted está leyendo ahora, en su oportunidad nos hemos referido al ADN hegeliano de la agenda oficial. Valga -en tal sentido- otro refresco. Creación del Problema: se potencian el rango de alcance y las herramientas de que dispone la delincuencia común en un distrito determinado; Reacción: la población exige medidas concretas; Solución: el Gobierno Nacional decide el envío de decenas de miles de elementos de Gendarmería Nacional a la Provincia de Buenos Aires. Resultado final: el territorio termina virtualmente intervenido y su Gobernador, operativamente estrangulado (lo cual concuerda perfectamente con un objetivo político de la Administración). La fórmula es fácilmente reconocible: tesis, antítesis y síntesis.
Desde luego que la configuración de este sistema trae consigo un beneficio adicional o plus, difícil de categorizar -pero no por ello poco aprovechable para el poder central-: el miedo. Habida cuenta de que la Argentina en tiempos de democracia no ha conocido gobierno que amplificara la explotación de estos efectos para propio beneficio, la dirigencia opositora (e incluso aquella explícitamente apegada al speech de la Casa Rosada) opta por recluírse, evitando expresiones públicas que pudieran atraer demasiado la atención. Las reuniones son de carácter secreto, las comunicaciones se "blindan", y los discursos se estudian a consciencia. El acabado subproducto de este no-intercambio redunda -como es obvio- en la devaluación de los mecanismos de participación democrática. La sola presencia de la amenaza y la extorsión conduce a un virulento repliegue de la expresión opositora: se concluye que es más inteligente perder, jugar a perder o -directamente- eludir la presentación de candidatos. Hace su ingreso, finalmente, la falsa oposición. Problemática que es ahora objeto de análisis en naciones tales como Venezuela, Bolivia o Ecuador: se torna complejo discernir si el aspirante rival es un topo (diseñado a piacere por quien regentea el poder) o si, sencillamente, simula confrontar mientras quita el pie del acelerador.
Para colmo, el oficialismo cristinista -más allá de las torpezas protagonizadas por alguno de sus más encumbrados personeros- sobresale en tácticas de infiltración. Proceder que no solo se observa en las Fuerzas Armadas y de Seguridad (Gendarmería Nacional, Ejército Argentino), sino que también abarca al ámbito de la Justicia, cluster en donde destaca la postura militante de los Doctores Eugenio Zaffaroni, Carmen Argibay y Norberto Oyarbide (por citar solo tres casos). Otrora respetados, los nombrados son hoy duramente criticados por sus pares, que ven en aquéllos un celo excesivo y desproporcionado en favor de la agenda del oficialista Frente Para la Victoria.
Como complemento, la redundante faena de propaganda promocionada desde medios de comunicación afines y redes sociales virtuales -escenarios potenciados por el actuar de una minoría ruidosa- procede mediante el aplauso de las más improcedentes iniciativas surgidas del seno del Gobierno Nacional. Se ha visto en ocasión de la falsa nacionalización de YPF (para culminar dejándola en manos de socios y albaceas de Balcarce 50), el bloqueo premeditado del pago del 82% móvil a la clase pasiva, la discrecional y autoritaria Ley de Medios, la liberación de presidiarios de alta peligrosidad para desempeñarse como animadores de fiestas en el Vatayón Militante, y otros arquetipos. En un orden similar, el abuso de la Cadena Nacional por parte de Cristina Fernández Wilhelm y sus pasmosas interdicciones con líderes del concierto internacional son presentados desde el andarivel propagandístico de la cruzada épica y nacional. Lo propio sucede a la hora de dar sustancia y entidad a las descalificaciones personales perpetuadas por el funcionario Guillermo Moreno, no ya contra representantes de la industria y el campo, sino en perjuicio de la actividad económica en general. Los desgastados engranajes del aparato de propaganda oficial se fuerzan al límite de lo imposible, a la hora de justificar lo injustificable. Con consecuencias previsibles, que hacen a la implosión orgánica de algunos (Julio De Vido, Ricardo Echegaray, Juan Pablo Schiavi, y la propia Doctora Carmen Argibay). El modelo exige el último sacrificio de sus protagonistas, y ese precio suele ser elevado.
Al cierre, que el presente marco teórico constituya una medida fiable desde lo analítico, para concluir que las Elecciones Legislativas de 2013 representarán -sin espacio para la duda- una batalla definitiva entre las fuerzas políticas vivas del país. Tanto la Presidente de la Nación como su círculo íntimo son perfectamente conscientes de que son protagonistas elocuentes de una guerra de desgaste. Esto, en virtud de que ni siquiera ella sabe qué acontecerá primero: si acaso el derrumbe de la credibilidad remanente de su Administración (jaqueada por la llegada de la recesión, el repunte inflacionario y una delincuencia que apila, entre carcajadas, los cadáveres de sus víctimas a la luz del sol), o el éxito que ayude al sistema a perpetuarse más allá de 2015.
Al espectro opositor, por su parte, le competerá acudir sinceramente al llamado de la ciudadanía, sin reparar mayormente en el terror que les es obsequiado desde los pasillos de la Casa Rosada. Y deberá notificarse especialmente de que el empuje de la verborragia oficial se motorizará -ahora más que nunca- a partir de la estigmatización del "Nosotros... o el Infierno". Como aquel ex presidente estadounidense quien, en momentos en que la Guerra de Vietnam comenzaba a salirse de control, dijera: "Las cosas empeorarán antes de empezar a mejorar...".
En cualesquiera de los casos, muy probablemente exista consenso a la hora de colegir que a ninguna construcción política le es posible sobrevivir por mucho tiempo en medio de una sociedad particionada a la mitad.
Después de todo, la base fundamental de la batalla épica cristinista se sostiene a base de la subsidización perpetua. Pero esa subsidización demanda ingentes cantidades de dinero, y los fondos -todo mundo lo sabe- están tocando a su fin.
Matías E. Ruiz, Editor
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