Elecciones en Venezuela, decadencia de la revolución corrupta
El 7 de octubre próximo, los venezolanos irán a las urnas para elegir a su presidente. El oficialista Hugo Chávez y Henrique Capriles, el opositor, representan dos visiones antagónicas de la sociedad. Capriles y un cada vez más importante sector de la población harta del chavismo bolivariano podría darle una estocada que podría ser mortal para el futuro del régimen bolivariano.
Víctor Pavón es Decano de Currículum UniNorte (Paraguay) y autor de los libros Gobierno, justicia y libre mercado y Cartas sobre el liberalismo.
El 7 de octubre próximo, los venezolanos irán a las urnas para elegir a su presidente. El oficialista Hugo Chávez y Henrique Capriles, el opositor, representan dos visiones antagónicas de la sociedad. Capriles y un cada vez más importante sector de la población harta del chavismo bolivariano podría darle una estocada que podría ser mortal para el futuro del régimen bolivariano.
No me agrada decir que Chávez tiene las de ganar. Y no porque sea una alternativa positiva para los venezolanos. Por el contrario, la continuidad del régimen bolivariano de Chávez es el peor mal que podría darse. La realidad es que Chávez no juega limpio en estas elecciones. Su régimen populista y corrupto fue imponiendo a través de los años un modelo político económico centralista, comparable con el de Cuba de Fidel Castro.
El gobierno de Chávez hace rato que dejó de ser una democracia basada en el Estado de Derecho. Chávez con su revolución bolivariana consiguió lo que casi todos los malos políticos desean: terminar con la separación de poderes, mandar por decreto, contar con un Congreso domesticado, restringir la libertad de prensa y hacer que el gasto público no tenga rendición de cuentas.
Además, ¿por qué no dejar que un solo hombre dirija la administración estatal en lugar de unos cuantos que ni siquiera se ponen de acuerdo en temas tan sencillos como la educación y la salud? Este es el pensamiento profundo y hasta subyugante del llamado socialismo del siglo XXI inaugurado por el mismo Chávez desde que por primera vez accedió al poder en 1998. Pero nada de esta idea podría llevarse a cabo si no se avanza contra la propiedad privada para volverla dependiente de la llamada justicia “social”, así como tampoco aquella idea se daría sin un control estatal arbitrario sobre la economía. Sobre este control, cuánta razón tenían Hayek y Mises cuando advertían hace muchos años atrás que los gobiernos terminan por convertirse en los peores enemigos de la libertad cuando la economía se vuelve dependiente de las órdenes de los mandamases de turno.
A partir del control económico que Chávez fue imponiendo se añadieron los famosos planes sociales. Similar a lo que también se hace aquí en Paraguay con la Secretaría de Acción Social (SAS) por el que se otorgan ayudas a las familias más pobres, el chavismo por supuesto avanzó mucho más. Utilizó a los militares en un programa que denominó con el encantador nombre de “trabajo social”, de manera a alivianar el drama de tanta gente necesitada. Al igual que con la SAS paraguaya, cualquiera que se oponga a este programa es tildado de "insensible e inhumano" ante la realidad de tanta gente menesterosa.
A los venezolanos enceguecidos por Chávez —como también ocurrió con los alemanes nazis con Hitler en los años 30 del siglo pasado— les encantó que los militares se vuelvan parte del pueblo. La realidad emperoes que este programa social, al igual que nuestra SAS no es más que una fuente inagotable de corrupción y de arbitrariedad por parte de funcionarios y de la gente adepta al partido gobernante de turno. Hoy, los programas sociales se han extendido a todas las esferas de la sociedad venezolana. Ahí están los banqueros elegidos a dedo por el régimen que salieron gananciosos con la adquisición de bonos argentinos, a lo que se agregan las adquisiciones públicas sin licitaciones o simplemente amañadas. A esto se agrega la utilización del dinero proveniente de la venta de petróleo para comprar lealtades y otros casos más.
El resultado está beneficiando impunemente al régimen de Chávez; pero, como acertadamente decía Fréderic Bastiac: "Las personas están empezando a darse cuenta de que el aparato de gobierno es costoso. Pero lo que no saben es que la carga inevitablemente recae sobre ellos".
Confieso que la última parte de la frase trascripta de Bastiac ya no se está cumpliendo en Venezuela, por fortuna. Ya muchos, demasiados, saben que la carga del gobierno chavista recae sobre las espaldas de todos los venezolanos. Es el inmenso costo de una corrupción que se deberá pagar. Este es un costo que ya está doblando las espaldas del ciudadano común venezolano que hoy no encuentra respuesta a los problemas de trabajo y seguridad en su propio país.
Desde que la revolución chavista se consolidó una cosa es cierta: Los cambios que fueron realizando los revolucionarios son definitivamente una amenaza contra la libertad y la propiedad, y cuando esto ocurre ya nada está a salvo. Se enardecen las pasiones políticas y el Estado empieza a adquirir un valor exponencial que todos prefieren ser parte del gobierno. Para terminar con la perjudicial revolución bolivariana que cae como una pesada carga sobre las espaldas de los venezolanos, resulta necesario acabar con el gobierno de Chávez y con todo lo que representa. Chávez debe irse y hay un modo de hacerlo. Henrique Capriles y los patriotas venezolanos que desean votar por el cambio el próximo 7 de octubre tienen la brillante oportunidad para lograr aquel cometido.
Pero no hay que ser ingenuos. La oposición deberá cubrir y defender cada urna en cada rincón de su país. El régimen de Chávez prepara toda una artillería electoral viciada por la ilegalidad en el uso de los fondos públicos para lograr su reelección. Por ahora, en Venezuela la revolución corrupta bolivariana va en decadencia.
Este artículo fue publicado originalmente en la revista ABC Color (Paraguay) el 10 de septiembre de 2012.