Ciudad en default: Mauricio Macri y el dinero de los demás
Erróneamente convencido de que las mayores porciones de la atención ciudadana se centraban en los tropiezos atrileros de la Presidente de la Nación, el Jefe de Gobierno porteño ejecutó una nueva estafa -de corte distractivo- en perjuicio del bolsillo de los vecinos de la Ciudad, que cobra forma en un asfixiante incremento del ABL y la inserción de un tributo para la adquisición de vehículos cero kilómetro. Riesgoso desliz que, seguramente, le significará un remarcable costo político al funcionario que aspira a nuclear al espectro opositor.
Mauricio Macri había dejado entrever algún atisbo de sentido común pocos días atrás, extendiendo una invitación para que la dirigencia política del país se hiciera eco de los reclamos compartidos por la melodía cacerolera durante el pasado 13 de septiembre. En simultáneo, cerraba detalles para la confección de un encuentro con referentes opositores para, de alguna manera, empardar la pretenciosa cacofonía autoritaria propiciada desde Balcarce 50 y sus allegados.
Pero la impudicia y la iniquidad metieron la cola y, hace cuestión de horas, el macrismo remitió a la Legislatura su propuesta para engordar las arcas de su administración moral y financieramente deficitaria. La idea es incrementar la discrecionalidad recaudatoria del Gobierno de la Ciudad, de la mano de un puñado de pavorosas iniciativas: un aumento promedio del ABL del 24% y la manufactura de un impuesto a la compra de vehículos cero kilómetro (pasmoso brain storming que será acompañado de una suba de las tasas de transferencias de automóviles usados). En el remate de la imprudencia -gracias a la cual el bueno de Mauricio pretende hacerse de $1.200 millones extra, computados anualmente-, sobrevinieron la desprolijidad y la improvisación: la numerología del Presupuesto 2013 involucra estimaciones que prefiguran la cotización oficial del dólar estadounidense en $5.10, una inflación anualizada de menos del 11% y un crecimiento del PBI de 4.4 puntos porcentuales. Macri se ha obsequiado el lujo de dejar traslucir cierto costumbrismo cristinista: no solo se esfuerza en propinarle un cachetazo a los vecinos de la Ciudad Autónoma, sino que también pone de suyo para colaborar con la mentira estadística cuyo único arquitecto parecía ser, al menos hasta ahora, el Gobierno Nacional. En momentos en que economistas de la talla de Juan Llach -y otros tantos- ya se han ocupado de advertir que Balcarce 50 se encuentra estudiando una devaluación importante del peso argentino frente a la moneda estadounidense para antes de fin de año, el ciudadano de a pie se topará, de un plumazo, con una lógica conclusión: los aumentos de Macri resultarán bastante más onerosos de lo que se percibe a priori, implosionando numerosas economías familiares.
Si hay miseria -refiere el viejo pero siempre vigente refrán-, que no se note. Corolario: si existe improvisación, deslicémosla bajo el felpudo. La Jefatura de Gobierno ha justificado los demenciales aumentos en que le resulta imperativo adecuarse a medidas equivalentes ya tomadas por La Plata. Lo cual, en segunda lectura, reporta que el PRO se ha propuesto clonar los desbarajustes administrativos de Daniel Osvaldo Scioli, primigenio mayordomo de la Presidente. Pero lo que jamás se atreverá a decir Mauricio Macri es que la Ciudad de Buenos Aires se encuentra en un default por demás evidente. De otro modo, los proveedores del municipio no en encontrarían a sí mismos percibiendo sus pagos en bonos y toda suerte de papel pintado. Con todo, aún resta escuchar al hijo de Don Franco blanquear lo que, en los hechos, refleja su pensamiento, a saber: "Gané las elecciones porteñas con el 64%; es tarde para protestar"; "Hemos defaulteado la Ciudad, ¿y qué?"; y otras similares.
Luego, podrá apuntarse que la voracidad impositiva acusada tradicionalmente por el macrismo sintoniza a la perfección con los reparos interpuestos desde el Frente Para la Victoria, en el sentido de que la oposición [la opo] no tiene mayor idea de nada. Probablemente, en esta instancia Macri no lo vea así, pero acaba de arrojarle un soberbio salvavidas de plomo al intendente malvinense Jesús Cariglino, con quien hace poco se mostró para consensuar los términos de una ingeniería que pueda conmover el piso del oficialismo en 2013. Desde este preciso momento, los detractores de esa confluencia podrán endilgarle a sus referentes que estos arriban con clarísimas intenciones de "meterle la mano en el bolsillo" a la ciudadanía, pues otro procedimiento no conocen. Habrá, también, espacio para la inserción de otra antiquísima fraseología: "Dime con quién andas..." a criterio de contaminar a los integrantes del frente opuesto a la Rosada. Los analistas de espíritu más técnico echarán mano de la propiedad transitiva. Ya en la calle, los porteños tendrán abultados argumentos para recordarle al alcalde su colorida creatividad para hacer cosas con el dinero de los demás. Precisamente, se trata de los adormilados vecinos de la Ciudad Autónoma que -está visto- poco conocen de Alumbrado, Barrido ni Limpieza. Esos que deben ejecutar malabares de arlequín para esquivar bultos y basura acumulada y que, al final del día, terminan teniendo que ponerle la cara y la billetera al despilfarro.
Esta pequeña muestra gratis de suicidio político (que no oculta la aguda insensibilidad social atribuíble a su promotor) también se caracteriza por una dosis bien nutrida de desinterés. Pues, al parecer, el acaudalado Jefe de Gobierno se exhibe muy seguro de que protestas y cacerolazos no le son aplicables. Con el segundo semestre del 2012 en progreso, los ánimos en la Argentina ya confluyen hacia cuotas crecientes de desesperación. Tal vez el error más grosero que viene anotándose la dirigencia política del país es que aún continúa mensurando la respuesta de la ciudadanía empleando métodos y variables tradicionales. Y la brutal suba de impuestos -que no es la primera- motorizada por Mauricio Macri comulga con ese análisis refritado hasta el cansancio.
El intendente porteño seguramente contará con el voto favorable del bloque cristinista en la Legislatura (tal como, en su momento, Carlos Grosso alimentó la tristemente célebre propuesta de la escuela-shopping con apoyo radical). Aunque también es factible que los vecinos le recuerden -ruido mediante- las consecuencias de su error. Acaso la presente lección sirva para argumentar la inconveniencia de que un candidato se alce victorioso en un comicio con tanta ventaja: debe existir control.
Más nos vale que, de una vez por todas, así lo comprendamos.
Matías E. Ruiz, Editor
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