INTERNACIONALES: MATIAS E. RUIZ

Obama, con ayuda de Romney y los subsidiados

Apuntes sobre la reelección del presidente estadounidense. Un país dividido y con su economía en franca quiebra.

07 de Noviembre de 2012

Al final, se dio el escenario más previsible: el presidente estadounidense Barack Hussein Obama se impuso en unos comicios presidenciales signados por la división, las dudas de los electores y coloreados por un marco de execrable pobreza en los debates.

Se dirá que el escenario no cambió mayormente: el Partido Demócrata quedó en control del senado y los republicanos consolidaron su regenteo de la Cámara de Representantes. El jefe de estado se aseguró su reelección tras haber capturado los electores de los denominados 'swing states' (Colorado, Iowa, Wisconsin, New Hampshire y Nevada, entre otros), aunque por escaso margen porcentual. Los números devueltos por la victoria presidencial -y los resultados mostrados por los 'exit polls' o bocas de urna-, finalmente, certifican la falta de criterio y coherencia de los votantes a la hora de contestar a las consultas, en tanto que configuran el espectro de un país fuertemente dividido.

Aquí en Washington, los analistas coinciden en que el ex gobernador Mitt Romney fracasó en su empresa debido a que su partido jamás supo interpretar las necesidades de, por ejemplo, el voto latino, mientras que su retórica previa jamás se alejó del clásico ataque contra el estado de la economía. En la imposibilidad de desmarcarse, no era menos cierto que Romney jamás tuvo oxígeno verbal para contrapesar soluciones de cara a la áspera cuestión de los cuarenta millones de ciudadanos estadounidenses subsidiados, columna vertebral electoral de peso para el triunfo de Obama. Sostenidos por la generosa carga de obsequios emanados del gobierno federal desde 2008 hasta la fecha, esos votantes temieron que el eje republicano les quitara aquellos beneficios de la noche a la mañana. No en vano, hoy las conversaciones en reuniones sociales en DC y otros distritos se centran en cuál es el nuevo subsidio al que el ciudadano podrá acceder esta semana. Y esas charlas no pueden analizarse desde la lupa del prejuicio ni la estratificación social estereotipada, porque incluso las clases medias sacan provecho de esas ventajas.

Con justicia, cabrá refrendar que lo de Mitt Romney era una misión imposible, aunque también supo empujarse a sí mismo hacia el cadalso y la derrota, de la mano de la falta de contenido real y de propuestas creíbles en su estratagema. Afectado en alguna medida por los desparpajos otrora compartidos por George Bush hijo, parecía lógico que el jolgorio electoral se escaparía de sus manos. A última hora -aquí, en los Estados Unidos, no existe veda electoral-, eligió presentarse en público en el estado [demócrata] de Pennsylvania, como parte de una táctica perdidosa que evaluaba morder los tobillos del presidente en esa geografía si las cosas no le salían bien en Ohio y otros territorios.

El ciclo de debates televisivos entre candidatos, previos a los comicios, incluso orilló el ridículo, como la ocasión en que Obama y Romney se trenzaron en una discusión inclaudicablemente bizarra sobre equipamiento militar. El presidente destacó entonces que 'los barcos ya no eran necesarios' y el hombre de Massachusetts replicó con dosis de ignorancia igualmente supina. Claramente, el voto militar del país comprendió que, el 6 de noviembre, la abstención se consolidaría en la mejor alternativa. Era como si ambos aspirantes jugaban no solo a perder el tiempo, sino a comprometer sus chances.

Barack Hussein Obama no la tendrá fácil, principalmente porque deberá hacer frente a desmadres autoheredados. En este panorama, destaca la importancia de una nación financieramente quebrada, carente de dirección y liderazgo. En lo que asoma como una victoria pírrica, el presidente no conserva una base electoralmente sólida, porque el vuelco fue dado por aquellos que pensaban en 'el malo conocido', aquejados permanentemente por la posibilidad de la pérdida del subsidio. No existieron argumentos grandilocuentes de parte de Obama para retener a su caudal: solo se esgrimieron apelativos emocionales relativos a los sueños, el cambio y derivados. Peor resulta la ecuación cuando una mayoría de ciudadanos afroamericanos contestaban, sin tapujos, que votaron por Obama 'porque es negro'.

La pregunta del millón en la ciudad capital, por estos momentos, es: ¿qué hará el primer mandatario, que no ha hecho hasta ahora? Es uno de los subtítulos de importancia, por ejemplo, en el prestigioso Washington Post -del centroizquierda- (¿Puede el mismo presidente construir un nuevo panorama? | Can the same president build a new landscape?). Por supuesto, el riesgo para Barack es que, si acaso no torciere sus propios mecanismos de indecisión a lo largo del próximo año, su respaldo societario podría desmoronarse como un castillo de naipes. Y existe margen para una suerte de 'efecto vergüenza', en donde los propios partidarios terminen renegando del sufragio que firmaron este pasado 6 de noviembre. Por algo es que las victorias a lo Pirro nunca suelen redondear gran negocio.

Para los republicanos, el desafío durante el próximo periodo de cuatro años coincidirá con explorar a consciencia las formas para llegar de una manera más criteriosa a ciertas minorías; precisamente, allí donde suele ser vencido por los prejuicios. No sería justo, a los efectos de fundamentar esta elección, afirmar libremente que el 'voto latino' fue el que definió la partida, porque ese mismo principio podría aplicarse a otros espectros sociales o minorías. Sin embargo, sí es certificable que esa porción del electorado crecerá en cinco puntos porcentuales hacia 2016, y es una variable a tener en cuenta por cualquier candidato que se precie de acusar algún tipo de conexión neuronal verosímil.

En el cierre, pudiera ser que Hugo Chávez y su 'eje bolivariano' en Latinoamérica celebren -junto a otros rogue states- la victoria de los obamistas. Pero sería prematuro subirse a ese indefinido jamelgo. Especialmente, cuando la propia Administración Obama y el Pentágono ya tenían consensuado endurecer la postura de Washington, D.C. frente a aquellas naciones que no observan respeto alguno por el concierto internacional. Después de todo, el presidente estadounidense también debe ocuparse de responder a las presiones de sus socios europeos, y es esa la falta de liderazgo que se le endilga desde el frente interno.

Barack Obama no ganó un comicio: ganó una oportunidad para explicarle al desorientado pueblo estadounidense de qué se trata realmente su agenda. Lo cual podría constituir una verdadera arma de doble filo para el presidente.

 

Matías E. Ruiz | Editor