Entrevista con una bruja
El enjuiciamiento a las brujas de Salem (de 1692) fue escrito por Arthur Miller, para su obra de teatro "The Crucible", hace sesenta años.
El enjuiciamiento a las brujas de Salem (de 1692) fue escrito por Arthur Miller, para su obra de teatro "The Crucible", hace sesenta años.
Decidí trasladarme a una comarca, en la cual -según me aseguraron- quedaba viva una de esas almas en pena.
Una bruja aún viva. Y hacia allí partí con mi aeronave pequeña. Cuando llegué, las calles se encontraban atestadas de gente muy angustiada y protestando. Pregunté si alguien conocía a la famosa bruja…
Todos me dijeron, en modo unívoco: -"Esta multitud es justamente para protestar por su maldad".
Fue difícil, pero llegué a su palacio. Lo hice, disfrazado de alfombra, que era el único uniforme que la bruja reconocía como “amigable”.
Ingresé a un salón negro, con las paredes cubiertas de terciopelo de ese mismo color y con un escritorio de diez metros encuadrado por varios candelabros. Cada uno, portando una sola vela. Aquella era toda la luz que había.
En el centro, se hallaba “ella”. Cubierta de ropajes negros y lanzando flamas por los ojos. El olor a azufre ya no me dejaba respirar.
Quien me había acompañado hasta esa cámara, me empujó y cerró una inmensa puerta tras de mi. Caí de rodillas y avancé lentamente.
-'¡Póstrese, plebeyo infame! Qué rayos desea? ¿Y cómo se atreve a interrumpirme?', exclamó la bruja.
Me acosté boca abajo, envuelto en una buena alfombra Kalpakian, que había traído a efectos de disfrazar mi cuerpo... y para que la bruja no dudase de mi voluntad de reverencia absoluta. Y -balbuceante- le dije:
-'Quería preguntarle, Señora, ¿cuál es su objetivo en esta comarca?'
Una carcajada sonora y prolongada me congeló la sangre.
-'Su pregunta es absolutamente retórica, plebeyo! Usted conoce muy bien la respuesta! ¿Sí o no?'.
-'Pues, no, Señora. No la sé. Vengo, precisamente, por esa respuesta'.
Mi ánimo se hallaba en estado de prevención. La información respecto de que se trataba de una asesina serial me hacía temer por la aparición de algún grupo de esbirros que pudieran degollarme en medio segundo... ni bien ella lo ordenara.
-'Mi objetivo es el mal', contestó con una voz tenebrosa.
-'¿Puede Usted, Señora, explicarme en qué consiste... y cómo hace para lograr su objetivo?'.
-'Pues, muy sencillo, infame plebeyo. Trátase únicamente de hacer daño, y de provocar a todo aquel que se me ponga a tiro, un sufrimiento que sea proporcional al fastidio con el que me haya despertado a la mañana. Aún cuando, como Usted ve, en mi inframundo sólo permito la existencia de la noche. He decretado... la inexistencia del sol!'.
-'Pero... Señora, afuera está el sol!', le repliqué. Con un candor que no admitía la menor compasión por parte de semejante monstruo.
-'JAJAJAJAJAJA!'. Otra carcajada espantosa resonó en la sala. -'El sol no existe por mi orden, imbécil!'.
-'Señora, no sé si sabe Usted. Hay cientos de miles de personas protestando allá afuera, debido a todas sus maldades!'
-'Lo sé. Verlos sufrir es, casualmente, uno de los placeres que alimentan mi manufactura del mal', contestó la bruja, poniéndose de pie y empuñando un báculo de oro que apretaba tan fuerte que sus nudillos se habían puesto blancos.
-'¿No teme Usted que la ajusticien?'.
-'La justicia es mía, infame plebeyo. Y ya me ha cansado. Así que lo dejo que me haga la última pregunta'.
Tuve que pensar bien lo que iba a decir. Y decidí expresarlo de un modo sencillo y sin solución de continuidad: '-¿Qué derecho tiene Usted, bruja de una Comarca convertida en polígono de tiro, a despertarnos cada mañana, desde hace nueve años, con una nueva crispación, con una nueva angustia... con una renovada laceración a la nobleza republicana, a la ley. En suma, a la condición elemental de un Estado del que todos habíamos esperado era la vocación general de vida en común, y en armonía?'.
-'¿Es acaso cierta esa monumental imbecilidad de la democracia que nos quiere vender, acerca de que, si hay un delincuente en el poder... un parásito de la escoria social, o una gran canalla como usted, debemos todos aguardar mansamente a que termine su mandato y prosiga tranquilamente con sus tropelías? ¿Es ese el verdadero espíritu de la Constitución? ¿Sacralizar el cumplimiento del mandato, aún cuando ya hemos descubierto que es Usted una gran mercader de la infamia y de la deshonra?'.
-'Y qué derecho tiene Usted, bruja ladrona, a subir la apuesta de un modo tan salvaje y a hacerlo, además, en cualquier acto, desde lo extravagante a lo simple, y con cualquier uso interpretativo de la ley magna, como una perversa que luce con la peor tara mental?'.
-'No se da cuenta, terrible degenerada, que, si acaso esquiva la cárcel después de la montaña de odios que Usted ha sabido despertar, será solamente por un milagro? ¿No se percata siquiera de su propia frustración? ¿No ve que se le viene cayendo a pedazos la estantería y que, ahora, su miserable apuesta es tratar de no ser tragada por la realidad que avanza hacia Usted a una velocidad alucinante?'.
-¿No se ha dado cuenta aún de su inmovilismo, mezcla de inoperancia y confusión? ¿No ha sabido Usted ver que ese es el trágico precio de los desbordes imperdonables de su propia farsa? Sepa bien que puede verse, en su prédica, la clara invitación al enfrentamiento civil entre ricos y pobres, entre los desposeídos y los especuladores... entre trabajadores y empresarios, entre los protestatarios justos y los que son conspiradores'.
-'Es imposible que Usted, Bruja de todas las brujas, haga todo esto, sino como una retorcida y maldita ofrenda de frenética adoración a Lucifer!'.
Dos tipos que habían ingresado por detrás, me tomaron con fuerza y me llevaron esposado a un calabozo. Mientras oía la estrepitosa carcajada de la bruja más bruja de todos los tiempos...
Ahora, escribo estas líneas desde lo húmedo de una ergástula terrorífica. Se oyen afuera muchos gritos...
¿Será la toma de la Bastilla?