Estados Unidos: el precipicio fiscal no es el problema
Toda la atención en Washington está concentrada en discusiones sobre cómo lidiar con el inminente aumento automático de impuestos que llegará el primero de enero cuando los recortes de impuestos de Bush expiren.
Dan Mitchell es académico titular del Cato Institute.
Toda la atención en Washington está concentrada en discusiones sobre cómo lidiar con el inminente aumento automático de impuestos que llegará el primero de enero cuando los recortes de impuestos de Bush expiren. Ese día, también, se activará el “secuestro”, que es el término que los expertos utilizan para referirse a un proceso automático que desacelerará el crecimiento del gasto público en los próximos 10 años.
Este es el llamado precipicio fiscal; es una lucha que tiene implicaciones importantes, sobre todo porque algunos de los aumentos de impuestos tendrán un impacto considerablemente perjudicial en los incentivos para trabajar, ahorrar, invertir y crear puestos de trabajo. En una economía global competitiva, por ejemplo, es extrañamente auto-destructivo tributar doblemente los dividendos y las ganancias de capital.
Tenga en cuenta que los contribuyentes ya están siendo empujados por una colina empinada. Varias subidas de impuestos relacionadas a ObamaCare también están listas para entrar en vigencia en enero, siendo de particular importancia el alza de las tasas impositivas sobre la inversión. Además, la exención temporal de los impuestos sobre la nómina de pagos seguro también expirará; pudo haber sido un truco ineficaz para crear empleo, pero si alivió los presupuestos familiares. Adicionalmente, millones de estadounidenses se enfrentan al prospecto de ser arrastrados a el indescifrable pantano del Impuesto Mínimo Alternativo si los legisladores no toman medidas al respecto.
Todas estas son malas noticias, pero no constituyen una crisis. Si superamos este precipicio, simplemente significa que la economía crecerá un poco más lento y los políticos gastarán un poco más. Y el “secuestro” en realidad sería una (modesta) buena noticia, ya que significa que la carga de los gastos del Estado sería “solo" $2 billones mayor dentro de 10 años, en lugar de $2,1 billones.
Incluso si Obama se impone en la lucha, esto simplemente significa que obtendríamos una mezcla diferente de subidas de impuestos y aumentos en el gasto a un ritmo más rápido. Claro, eso es malo para la economía, pero no es el fin del mundo.
La verdadera crisis es la bomba de tiempo que son los programas de prestaciones sociales y el Estado de Bienestar.
Esta bomba no va a explotar este año, ni el próximo. Puede ser que ni siquiera explote dentro de los próximos 20 años. Pero en algún momento EE.UU. experimentará un colapso fiscal al estilo griego si estos programas no se reforman.
Es una simple cuestión de matemáticas debido al envejecimiento de la población. Según el Banco de Pagos Internacionales y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), la futura carga del gasto público en EE.UU. llegará a niveles tan altos que estaremos en peores condiciones que los estados de bienestar europeos.
Peor que España, peor que Italia, peor que Francia. Nuestra perspectiva fiscal a largo plazo es incluso peor que la situación de Grecia, de acuerdo con estas burocracias internacionales.
Muchos se molestan por la deuda nacional, que está en algún lugar entre los $11 y $16 billones, dependiendo de si se incluye el dinero que el gobierno se debe a sí mismo. Estas son grandes cifras —pero si usted suma la cantidad de dinero que el gobierno ha prometido gastar en los programas de ayuda social en el futuro y compara esa cantidad con la cantidad de ingresos que el gobierno proyecta recaudar de esos programas, el déficit acumulado llega a más de $100 billones.
Y eso es después de ajustar por la inflación.
Algunos políticos afirman que esta enorme e implícita expansión del Estado no es un problema porque podemos aumentar los impuestos. Pero eso es exactamente lo que los estados de bienestar europeos intentaron —y no funcionó.
En palabras sencillas, ni siquiera las enormes subidas de impuestos detendrán la aparición de cifras en rojo a largo plazo si el Estado sigue creciendo más rápido que la economía privada.
Este es el problema fiscal que exige atención. La ausencia real de una reforma a los programas de ayuda social, como cederle competencia a los estados sobre Medicaid, la carga del gasto del gobierno consumirá partes cada vez mayores de nuestra producción económica con cada año que pasa.
No importará si los políticos promulgan los aumentos de impuestos a los ricos de Obama. No importará si aumentan los impuestos sobre la nómina de la clase media. Ni siquiera importará si imponen el impuesto sobre el valor agregado, que es un impuesto nacional sobre las ventas al estilo europeo. Siempre que el gasto público crezca más rápido que el sector privado, es solo cuestión de tiempo antes de que los inversores internacionales cierren el grifo dejando de comprar nuestra deuda.
Desafortunadamente, cuanto más esperemos para solucionar el problema, más difícil será resolverlo. Cada vez más estadounidenses quedarán atrapados en la dependencia del Estado a lo largo del tiempo, la economía privada estará demasiado sofocada por los impuestos como para crear empleos, y podríamos terminar como Grecia —con la mayoría de la población votante decidida a mantener el status quo.
Pero cuando este no sea sostenible, los "vigilantes de los bonos" estarán a cargo. Cuando corten la tarjeta de crédito de Washington, no será una situación agradable —especialmente porque no habrá nadie que nos rescate.
En comparación con ese escenario, el precipicio fiscal es un paseo por el parque.
Este artículo fue publicado originalmente en el New York Post (EE.UU.) el 3 de diciembre de 2012.