Las Mil y Una Noches de Cristina
"Uno se pregunta cómo podemos vivir en una sociedad en la que los cargos políticos son más rentables que las estructuras industriales productivas" (Julio Bárbaro)
Scheherazade -según cuenta la leyenda- sería ejecutada al amanecer por orden del sultán, como les había sucedido a todas sus antecesoras que, diariamente, eran conducidas a la alcoba real. Para evitar tal suerte, la heroína contó a su amo una historia apasionante que, cuando el sol apareció, no había llegado a su final; el soberano, intrigado, le perdonó la vida ese día, y ordenó que la llevaran a sus aposentos a la noche siguiente para saber cómo terminaba el cuento. La relatora repitió la maniobra mucho tiempo, y logró así evitar la muerte por casi tres años; nadie sabe qué sucedió después.
La Constitución argentina impide –y mal que le pese a la Araña Conti, lo seguirá haciendo- que la “vida” de nuestra primera magistrada continúe cuando amanezca el 10 de diciembre de 2015. Con la siempre comprensible vocación de prolongarla, doña Cristina ha resuelto transformarse en una Scheherazade moderna inventando -noche a noche- una ficción que, según su criterio, debiera fascinarnos tanto como le sucedió al sultán con su antecesora. Lamentablemente, los de ésta eran otros tiempos, en los cuales la relación del hombre con sus deidades era más cercana y todas las fantasías resultaban creíbles.
Hoy, de los mil y un cuentos que contiene la obra, sólo permanece como algo verdadero y actual el de Alí Babá y los Cuarenta Ladrones; Guita-rrita (¡quedó a cargo del Ejecutivo!), los chicos de La Cámpora y muchos otros funcionarios –incluida la propia CFK- se han ocupado con enorme eficiencia, la misma de la que carecen a la hora de administrar empresas públicas, salvo en su propio beneficio, de mantener la historia viva.
Sin embargo, y ahora desde hoteles, aviones y escenarios tan suntuosos que recuerdan los palacios y los desiertos dorados de la narradora original, sea en Emiratos Arabes Unidos o en Indonesia, en Vietnam o en Cuba, doña Cristina, envuelta en lujosos encajes y acompañada por una barbie a su imagen y semejanza, insiste en intentar convencernos de la veracidad de sus relatos diarios. La reiterativa enumeración de logros inexistentes, las inauguraciones repetidas dos y tres veces, los anuncios rimbombantes, la catarata de inversiones nunca concretadas, no consiguen convencer al ciudadano de a pie que, en lugar de viajar en helicóptero y a una distancia tal de la superficie como para que las lacras no se vean, debe luchar todos los días contra hechos que, durante las veinticuatro horas, demuelen el relato presidencial.
La infraestructura de caminos y ferrocarriles colapsada, los cortes de luz a viviendas e industrias, la falta de agua y cloacas, la inseguridad, el sideral desarrollo del narcotráfico, la genocida corrupción y la inflación -que se come a enormes mordiscones planes y subsidios- se han constituido en verdaderas paredes contra las que choca la fantasía con la que la viuda de Kirchner intenta conquistar la inmortalidad.
En estos días, y tal como puede verse en mi blog, he dejado de ser el único que menciona al "Rodrigazo" como futuro de este modelo económico, comandado por los más torpes funcionarios que el país recuerde, encabezados por la única persona a la cual el relato convence: ella misma; voces de próceres tan autorizadas como las de Roberto Lavagna, Jorge Brito o Ignacio de Mendiguren han sumado sus preocupaciones al respecto. Desde el exterior, ha sido O Globo, el diario más importante de América, quien ha denunciado la verdadera situación que la fantasía de la señora Presidente pretende ocultar.
Sucede que, en realidad y más allá de la prepotencia de sus modos, doña Cristina ejerce un poder débil: usó a Gabriel Mariotto para intentar destruir a Daniel Scioli y fracasó; quiso echar de su “lugar en el mundo” al Gobernador de Santa Cruz, Daniel Peralta, y también fracasó; envió al Multiuso Miguel Angel Pichetto y al Gobernador Weretilnek a destituir al Intendente Goye de Bariloche y debió soportar los desplantes de éste. Y, hasta el Intendente de Olavarría (absolutamente harto de las presidenciales payasadas), se dio el lujo de negarse a participar de una teleconferencia para reinaugurar una fábrica.
Es que, después de diez años de una bonanza y de una recaudación inédita -recomiendo una imperdible nota de Fernando Iglesias, “Apocalipsis frío” (http://tinyurl.com/ayddsms) el final del sistema ferroviario ya resulta innegable. Ferrobaires ha debido cancelar su tradicional servicio a Mar del Plata, el soterramiento del Sarmiento se ha detenido casi al nacer y sus formaciones descarrilan diariamente y el Roca, el San Martín, el Urquiza y el Mitre se han convertido en inmundicias rodantes y, por supuesto, el “tren-bala” no pasó de ocupar una noche de cuentos. Lo malo para el relato de nuestra heroína es que ya estamos encima del 22 de febrero, cuando la protesta nacional recordará en calles y plazas el aniversario del crimen de Once y, finalmente, se verá que la reina está desnuda.
La Señora Elisa Carrió ha pedido el juicio político a la señora Presidente, por su coautoría intelectual en ese horror, aún a sabiendas de que resultará imposible que prospere, al menos hasta diciembre de este año. Pero ese gesto es sumamente importante, ya que permitirá también relevar los valores individuales de cada uno de sus colegas en la Cámara de Diputados; desde esta columna y, espero, desde muchas otras, expondremos a la luz pública cómo votará ese proyecto cada uno de los legisladores disque opositores, quiénes exhibirán coraje cívico y quiénes continuarán especulando y chapoteando en este chiquero en que se ha convertido nuestra política cotidiana.
Mientras tanto, desde el Lejano Oriente, doña Cristina insiste en contarnos historias por Twitter o Facebook, intentando que los mandatarios extranjeros -¡piensa que no están informados de la realidad!- la acompañen en sus delirios mesiánicos a nivel global. Pero ya nadie -salvo sus poquitos incondicionales-, por la ideología o la rapiña, tiene interés en sus cuentos, porque todos conocemos el final.
Crédito por fotografía: La Nación.