CELAC, vergüenza latinoamericana
La sucesión presidencial en Cuba es monárquica, por cuanto el comandante Fidel ha transmitido los derechos de sucesión a su hermano Raúl. Y a esto hay que agregar los efectos de la más larga dictadura del continente.
Víctor Pavón es Decano de Currículum UniNorte (Paraguay) y autor de los libros Gobierno, justicia y libre mercado y Cartas sobre el liberalismo.
La sucesión presidencial en Cuba es monárquica, por cuanto el comandante Fidel ha transmitido los derechos de sucesión a su hermano Raúl. Y a esto hay que agregar los efectos de la más larga dictadura del continente. Hace cincuenta años que millones de cubanos soportan dentro y fuera de su país los rigores de una dictadura que no parece tener fin.
Aún con estos antecedentes, Raúl Castro fue aplaudido e investido como nuevo presidente de la Comunidad de Estados Americanos y Caribeños (CELAC). Este organismo le ha dicho al mundo que las elecciones libres y el respeto por los derechos humanos son apenas condiciones secundarias; lo importante es la unidad latinoamericana. Ser antiimperialista es la licencia para matar, excluir y desterrar.
La CELAC, sin embargo, no se salva de lo que hizo. Es una vergüenza para Latinoamérica, por cuanto se ha premiado el autoritarismo. Lo ocurrido es una señal de alerta acerca del escaso compromiso moral en la región con la libertad y la justicia.
¿Por qué sucede esto? La primera respuesta es la debilidad institucional, pero no es la única. Si analizamos la historia latinoamericana, podemos notar que nuestras repúblicas adolecen de ese genuino equilibrio entre la legitimidad y la administración honesta y eficiente de la res pública.
Es cierto que, en los últimos años, muchos gobiernos latinoamericanos llegaron al poder bajo los auspicios de la libertades políticas, pero buena parte de los mismos fueron desdibujándose, al punto que convirtieron a sus estados en verdaderos botines de guerra, donde no pocos políticos se convirtieron en multimillonarios con el dinero de los contribuyentes.
Podemos notar además que, históricamente, una multitud de documentos políticos y constitucionales fueron aprobándose desde aquella época de nuestras respectivas independencias patrias. Se habló desde aquellos años de no caer más en la dependencia, de fortalecer la igualdad y valorar los derechos ciudadanos, siendo todo ello correcto.
Sin embargo, el derrotero histórico fue diferente. Sucedió más bien que en Latinoamérica los cambios de gobiernos se hicieron las más de las veces por medios violentos, con guerras civiles y golpes de estado. Los españoles -despreciados por sus políticas colonialistas- fueron suplantados por los criollos con ínfulas de dictadores.
Hasta hoy día, continuamos con el atavismo de sobrevalorar la conducta autoritaria. A muchos latinoamericanos todavía les encanta el caudillo con su traje militar y los cánticos contra el imperialismo yanqui. En suma, se declama mucho estar a favor de las libertades, pero solo de boca para afuera. Algo todavía falta en Latinoamérica para despojarnos definitivamente del autoritarismo.
Falta lo que Alexis de Tocqueville decía en su monumental obra Democracia en América (1835) acerca del portentoso avance de los Estados Unidos de entonces, asegurando que la grandeza de este país -en cuestiones materiales y de oportunidades de labrar un mejor futuro- no solo se debía a sus sólidas instituciones, sino también en particular a la coherencia moral de las ideas liberales que sus dirigentes plasmaron en la Constitución con la justicia y la libertad. La CELAC es una vergüenza para Latinoamérica. Sus representantes premiaron el autoritarismo. Bien les vendría leer algunas líneas de Tocqueville.
Este artículo fue publicado originalmente en ABC Color (Paraguay) el 31 de enero de 2013.