INTERNACIONALES: ANTONELLA MARTY

La pobreza como legado populista

Hoy día, la pobreza y la miseria son protagonistas de una puja. Por un lado, la globalización ha logrado disminuírlas en varios países y, por otro, éstas se han visto incrementadas exponencialmente por acción de los populismos. Se trata, en rigor, de sistemas sustentados en la ideología que, en tanto pregonan mejorar el estilo de vida de los ciudadanos, la empeoran desde el terreno.

20 de Marzo de 2013

Hoy día, la pobreza y la miseria son protagonistas de una puja. Por un lado, la globalización ha logrado disminuírlas en varios países y, por otro, éstas se han visto incrementadas exponencialmente por acción de los populismos. Se trata, en rigor, de sistemas sustentados en la ideología que, en tanto Twitter, Antonella Martypregonan mejorar el estilo de vida de los ciudadanos, la empeoran desde el terreno. Esencialmente, las construcciones populistas necesitan de la pobreza dado que, sin ella, las frágiles bases teóricas sobre las que reposan se desmoronarían de inmediato.

Lo que precisamente el populismo se esmera en ocultar es que sus referentes -mientras ofrecen dádivas, subsidios y asignaciones, y promocionan conceptos tales como "redistribución de la riqueza"- es que, tras la bandera que izan en nombre de los pobres, subsiste la perpetuación de la miseria. En su constitución, los movimientos populistas reniegan del crecimiento individual y trabajan para eternizar la dependencia del ciudadano/súbdito de cara a los gobiernos.

Rara vez -o ninguna- las ideologías latinoamericanas emparentadas con el "Socialismo del Siglo XXI" ponen el foco en el crecimiento económico y el desarrollo comprobables. Cabe la pregunta: ¿cómo puede alcanzarse la bondad económica y una mejora en el estilo de vida si, en lugar de generar un ambiente propicio para las relaciones y el intercambio voluntario entre individuos, solo se persigue la multiplicación del clientelismo, el odio, la división, la inflación, la deuda, la censura, la corrupción y la inseguridad?

Es aquí cuando nos encontramos con uno de los argumentos empleados recurrentemente por estos sistemas: la promoción del mal llamado "trabajo para todos" y la siempre dudosa "reducción de la desocupación". Por cierto, existe cierta tendencia entre los políticos populistas a creer que la desocupación se combate solo con "empleos públicos", y no de la mano de inversiones privadas y una apertura de los mercados.

Lo expuesto anteriormente se corporiza en un informe desarrollado por la Fundación de Investigaciones Económicas de Latinoamérica (FIEL). Este refiere que, desde arribados los Kirchner al poder en 2003, y hasta fines de 2011, en la Argentina, el desempleo se vio reducido en casi dos millones de personas. Pero este dato se encuentra bastante lejos de echar luz sobre las supuestas bondades del "modelo": en los hechos, fue el sector público el que sumó alrededor de un millón de nuevos puestos de trabajo, cifra que remite a la creación de casi trescientos puestos en la órbita pública por día. Durante la Administración de Néstor Carlos Kirchner, la cantidad de empleados públicos orillaba los 2,21 millones; luego, hacia fines de 2011 –ya durante la Administración Fernández de Kirchner-, el número alcanzaba los 3,13 millones.

En tanto el empleo en el sector público es claramente opuesto al verdadero crecimiento de la economía, solo lograble a partir de la generación de riqueza (dado que la inversión destinada al pago de esos sueldos es financiada con el cobro de impuestos a los contribuyentes), el recorte de esos puestos de trabajo se vuelve de estricta necesidad. El crecimiento del gasto público desemboca –y eso sin mencionar la emisión monetaria ordenada por el gobierno- en impuestos más elevados. Es, a fin de cuentas, la ciudadanía la que termina haciéndose cargo de la ineficiencia de su estado y su gobierno.

El verdadero desarrollo y la prosperidad solo pueden alcanzarse combatiendo a las causas de este escenario, esto es, la corrupción, el elevado índice de crecimiento de precios -la Argentina exhibe el índice de inflación más elevado de la región, solo después de Venezuela-, la emisión monetaria descontrolada, y sus varias herramientas, como el control de cambios y el control de precios.

El estado intervencionista en América Latina -que ya se ha extendido durante una década- ya ha compartido sus resultados, y estos están lejos de ser alentadores.

 

Antonella Marty | El Ojo Digital Internacionales