El síndrome del Niño Rey y la marihuana
Poca gente ha oído hablar del síndrome del Niño Rey; éste desnuda la conducta de los adolescentes consumidores de marihuana y que mutan los valores aprendidos en familia por una nueva postura, incomprensible para los adultos, que permite al joven manipular y acorralar a sus progenitores...
Poca gente ha oído hablar del síndrome del Niño Rey; éste desnuda la conducta de los adolescentes consumidores de marihuana y que mutan los valores aprendidos en familia por una nueva postura, incomprensible para los adultos, que permite al joven manipular y acorralar a sus progenitores; estos terminan cayendo en una trampa de la que les costará salir.
El psicólogo criminalista Vicente Garrido, autor del trabajo "Los Hijos Tiranos. El Síndrome del Emperador" -de lectura muy recomendable- profundiza en comportamientos que iremos describiendo, para tener a la mano la comprensión de conductas a las que recurre el consumidor con el objeto de doblegar a los adultos que lo rodean.
El síndrome del Niño Rey se caracteriza por la inexistencia de sensibilidad frente al dolor de los demás, la ausencia de emociones ante los sentimientos que puedan expresar los propios progenitores. Este efecto en la personalidad es producido por el consumo de marihuana, cuyo compuesto activo -el THC- adormece el lóbulo a cargo de las emociones en el individuo.
Para entenderlo más claramente, y sumergiéndonos ya en los pensamientos del consumidor, éste entiende que sus padres se encuentran obligados a otorgarle en forma permanente comida, vivienda, dinero, conexión a Internet, ropa, celular con crédito y traslado a espacios de diversión, los que deberán desaparecer de su vista al momento que él lo indique, y luego de haber otorgado bienes y servicios con la premura indicada. Cualquier acto de protesta o desagrado por parte de sus padres es considerado como una insubordinación, y éstos terminarán siendo rechazados violentamente, hasta que comprendan que no son otra cosa que sus esclavos personales de uso exclusivo.
Todo estará bien, siempre y cuando obedezcan con presteza cada una de las órdenes emanadas de su boca; éstas deberán ser cumplidas en forma inmediata dado que, si la planta de marihuana le proporciona satisfacción inmediata, su madre -que no es un arbusto- deberá proporcionar idéntica satisfacción con mucha mayor rapidez.
En caso de una rebelión imparable por parte de sus súbditos (esto es, sus padres), el adicto puede llegar a recurrir a las lágrimas como forma definitiva de manipulación, la que resulta considerablemente efectiva cuando sus ascendientes no se encuentran debidamente preparados.
Jamás un Niño Rey pide perdón: él es el rey y desde este lugar los mira. Puede perdonar si las sublevaciones impertinentes de sus mayores menguan. Su frialdad se incrementará en intensidad, otorgando afecto momentáneo únicamente en aquellos lapsos que reciba 'obsequios' por parte de sus padres.
En definitiva, entiende el adicto que lo de él es suyo, y que lo de sus mayores le pertenece de igual modo, sin que quepa discusión alguna al respecto. Este tipo de comportamiento debe observarse desde la propia niñez, cuando todos nosotros tratábamos de seducir a nuestros abuelos; éstos nos trataban con distancia y, para sacarles una sonrisa o un acto de afecto, nos veíamos empujados a llevar a cabo toda suerte de actos hasta conseguir el objetivo. De esta misma manera, tratamos de complacer a nuestros jóvenes hijos, para obtener algún tipo de acto de amor de parte de ellos. Máxime cuando notamos que no registran ningún tipo de reacción emocional al vernos sufrir por su comportamiento.
Es así como ellos se transforman en verdaderos déspotas, que gobiernan con opresión tiránica la vida familiar y trastocando -a la postre- la convivencia dentro del hogar. Este espacio desaparece, anulando la armonía otrora cotidiana, rebajando a los progenitores a la categoría de súbditos. En este escenario, la pareja pierde incluso la posibilidad de vivir la intimidad, el amor conyugal y la armonía afectiva.
En forma complementaria, la madre termina abandonando la propia vida para subyugar su existencia al adicto; se convierte en co-dependiente: cuando el individuo no está presente, pasa el tiempo angustiada por la incertidumbre que le provoca no saber dónde se encuentra su hijo, si acaso ha comido, si pasa frío en algún otro sitio, o si ha sufrido algún accidente.
El deterioro matrimonial, a estas alturas, se encuentra en una etapa de nulidad: ambos están abocados a ver de qué manera conforman al Niño Rey, ese que, dictatorialmente, gobierna los movimientos familiares.
El psicólogo Vicente Garrido explica que estos jóvenes: "tienen mayor dificultad para percibir las emociones morales, para sentir empatía, compasión o responsabilidad y, como consecuencia, tienen problemas para sentir culpa".
En efecto, la marihuana es creadora de paranoicos, psicóticos y esquizofrénicos. Corresponde comprender que el cerebro del joven consumidor ha sido modificado por las sustancias, y que su entendimiento del mundo que lo rodea termina siendo a todas luces incomprensible para nosotros. Así como usa, abusa y depende de las drogas, de la misma forma se relaciona con las personas, esto es, usándolas, abusando y dependiendo de ellas. El mejor y más efectivo remedio contra este tipo de actitud es no permitir ser explotado por el adicto. Si no hay uso, no existirá abuso y, por ende, la dependencia se desvanecerá.
Es necesario recordarnos a cada momento que ese hijo que vimos nacer y acompañamos en el camino del aprendizaje, está adormecido dentro de un cuerpo gobernado por las drogas, y que la mejor forma de ayudarlo es poniendo límites.
Esos límites no deben ser interpretados como una imposición tiránica de nuestra parte, sino como un acto de amor que coadyuvará en la concientización de que su problema no es ni la familia, ni la sociedad, sino que su peor enemigo es él mismo.