Cristina Kirchner y la pérdida del respeto
Sobre el accidentado periplo de la Presidente de la Nación en el devastado territorio platense.
El apocalipsis que se abatió sobre la Ciudad de La Plata comenzaba a compartir las primeras instantáneas de devastación y muerte, desnudando -fundamentalmente- la evidente inacción estatal. Esta incómoda variable reposa, por estos momentos, en los escritorios de muchos analistas políticos, que se esfuerzan por compilar con precisión la cadena de errores no forzados en materia de obras de infraestructura que dio lugar a la geometrización de la tragedia.
Acaso sin permitirse mayor tiempo para mensurar los efectos potenciales de la iniciativa, Cristina Fernández Wilhelm se apresuró para montar su propia mise-en-scène -"a lo Berni", dirán algunos-, arribando a la localidad de Tolosa. A priori, se esbozó como argumento/excusa que la jefe de estado se dirigió al sitio de marras para corroborar que su madre se encontrara en perfectas condiciones tras el desastre. Pero el intimismo oficial decidió -raudamente- amortiguar la fuerza de esa explicación, en virtud de la interpretación no deseada que la opinión pública pudiera obsequiarse de cara a la visita.
En definitiva, la premura en la aparición pública de la viuda certificó una serie de imperdonables errores de criterio: el espectro de vecinos que la rodeó -y los insultos compartidos ante las cámaras- expuso estos tropiezos. Cristina Kirchner -asesorada, con toda probabilidad, por un hoy devaluado Carlos Zannini- decidió eludir las consecuencias nefastas de prestar oídos sordos a una nueva tragedia, tal como la sociedad le facturara oportunamente en ocasión de la tragedia de Once.
Los duros cuestionamientos de los damnificados bonaerenses constituyen hoy el centro de atención de la opinión pública, potenciado su efecto negativo a partir del ruidoso reproche que padecieran en carne propia Alicia Kirchner, Daniel Scioli y el ex espía Sergio Berni. En verdad, fueron demasiadas malas noticias en un solo día: el rigor de la carga ciudadana en perjuicio de figuras públicas se abate ahora con fuerza ya no sobre funcionarios de segunda línea, sino sobre los máximos referentes del poder oficialista. La sociedad acaba de solidificar un precedente demasiado peligroso, y sus consecuencias aún no están siendo del todo mensuradas.
Habrá que recordar que el evento de La Plata representó la segunda oportunidad en que Cristina Kirchner 'salvó la ropa' de cara a una situación potencialmente riesgosa. En ocasión del 8 de noviembre de 2012 ("8N"), decenas de miles de manifestantes se apersonaron en las puertas de la quinta presidencial de Olivos, mientras CFK se hallaba aún dentro del edificio principal. La sociedad se comportó correctamente, muy a pesar de que algún elemento de la guardia policial del ingreso (así pudo certificarse luego) sugirió a algunos de los presentes escenificar una "entrada triunfal" en palacio, por cuanto nadie tenía en mente reprimirlos.
El mal momento de la Presidente en el armagedón platense no solo invita al repaso de la credibilidad perdida por el gobierno a lo largo de los últimos años; permite retrotraerse a las instancias en la que el ex mandatario radical Fernando De la Rúa daba inicio a su caída en desgracia frente a la sociedad, de la mano del reclamo protagonizado por un hijo de un ex guerrillero que participara del fallido ataque contra el regimiento de La Tablada. Frente a las cámaras de televisión -y con el conductor Marcelo Hugo Tinelli de mudo testigo-, De la Rúa fue tomado de la solapa por el joven, que había logrado infiltrarse entre el público que asistía a la transmisión. Mientras que los custodios presidenciales reaccionaban con lentitud ante el evento, la imagen de debilidad evidenciada por el entonces presidente se tornó corpórea, ante una audiencia de millones de personas. El cordobés jamás pudo repuntar su liderazgo desde entonces, y así lo recuerda -off the record- más de un ex funcionario de su equipo. Y, en efecto, no pocos en bares y cafés se burlaron -y continúan haciéndolo hoy- del jefe de estado que se paseaba delante de cámaras para intentar ubicar la salida del estudio.
El round de Cristina Kirchner versus los nuevos pobres de La Plata no resultó tan diferente. Sin rozar las fronteras del ridículo como en el caso de De la Rúa, la experiencia tornóse preocupante no solo porque contribuye a devaluar la imagen presidencial, sino porque conlleva un efecto tan inmediato como importante: la gente está perdiendo el temor. Y esta percepción ciudadana difícilmente se equivoque: la otrora gran líder que ordenaba acallar a la prensa por vía del escrache o del ataque premeditado y que aleccionaba a dirigentes 'propios' y 'ajenos' por Cadena Nacional se ha salvado por un pelo de ser atropellada por un puñado de vecinos con poca predisposición a escuchar sobre moralidad. Peores serán los resultados, cuando Alicia Kirchner invierte tiempo en endilgarle a los desposeídos del temporal la condición de "violentos" y "agitadores". Complementariamente, la ironía del asunto es que esa masa de personas -considerados como parte del núcleo 'duro' de votantes del Frente Para la Victoria- ahora requerirá un esfuerzo sobrehumano de subsidización.
El enfoque extremista en el seno del razonamiento del cristinismo ha ido mutando de modos interesantes, acusando primero a la Iglesia, a la "oligarquía", a las Fuerzas Armadas y a las corporaciones primero, y a víctimas, pobres y carenciados después. Carencia de enemigos o desesperación flagrante, el criterio quedará a cuenta del analista o lector de oportunidad. Tanto ha abusado el oficialismo de este diabólico axioma que, transcurrido un tiempo, sus personeros obviaron evaluar cuánto de la sociedad ha quedado en la vereda de enfrente. Lo cual conduce a otro error de juicio, en tanto que esa expresión contraria no necesariamente se corporiza -ni debe hacerlo- en la estructura formal de la partidocracia de oposición. La ambivalencia y los espasmos de la frágil estratagema gubernamental invitan, a la postre, a engrosar movimientos ciudadanos que ganan decibeles fuera de la competencia política, y que ya han visto su expresión más cabal en el 13S y el 8N. Al final del partido, solo resta que alguien encienda la mecha. Si hoy la Presidente debe hacer frente a improperios de ciudadanos comunes, ¿qué quedará para los funcionarios de segunda y tercera línea y para su militancia, una vez que ya no los proteja el confortable cobijo del poder?
Poco después del desvanecimiento del respeto, el miedo -la última herramienta efectiva de que dispone el poder central- se aproxima a su punto de quiebre. Luego, cualquier cosa caerá dentro del margen de lo posible y lo probable. Los cerrojos que mantenían a salvo el contenido de la caja de Pandora acaban de ser violentados pero -todavía- pocos dirigentes se atreven a mirar esta realidad de frente.