Una historia de terror: Hospital Militar Central o "Criminal Center"
En esta crónica de una muerte anunciada, aprovecharemos para referirnos a lo que quien esto escribe considera como una auténtica excursión al modo de vida de los indios ranqueles...
09 de Junio de 2013
En esta crónica de una muerte anunciada, aprovecharemos para referirnos a lo que quien esto escribe considera como una auténtica excursión al modo de vida de los indios ranqueles. El lector presumirá que, a tal efecto, el autor se dispuso a recorrer los kilómetros que en su oportunidad proponía -en sus crónicas- don Lucio Mansilla. Pues, no, Señores; no ha sido necesario incursionar en territorios plagados de aventuras y adversidades para remontarnos al siglo XIX. El epicentro de este relato se ubica bastante más cerca de lo que Ustedes imaginan.
Me refiero al edificio que, en la jerga castrense, es conocido como "HMC" (Hospital Militar Central). Instalación que se erige en el coqueto barrio de Palermo, en inmediaciones de Las Cañitas y del shopping center Solar de la Abadía. Este regreso al pasado se vio motorizado por obligaciones mayores, relativas a una intervención quirúrgica de un pariente del autor. Este se encontró con un hospital digno de una triste parodia al mejor estilo MASH; su estado linda con la más paupérrima de las miserias y la abyección. No podría estudiarse sino como un depositorio de inmundicia, ratas y desperdicios. Verdadero generador de una miríada de septicemias a cielo abierto.
En la porción trasera del nosocomio, se ubica lo que uno presume fue, al momento de su inauguración, una playa de estacionamiento de vehículos. A los efectos de ingresar hoy al perímetro, y si de estacionar el propio móvil sin destruir sus trenes delantero y trasero se trata, debería uno desplazarse en un blindado M1A1 Abrams de última generación. Ello, en virtud de que el sitio que describimos remite a una instantánea de Kosovo en 1995, o al apogeo de la guerra civil libanesa que diera inicio en 1975. La Siria de don Basher al-Assad tampoco tiene para envidiarle al escenario presente del HMC. Y -por qué no- quienes entienden de qué hablo, verán que también sería válido rememorar el 'Hanoi Hilton', espacio donde eran destinados los prisioneros estadounidenses (POW) durante la Guerra de Vietnam.
Al arribar cualquier ciudadano en horario nocturno, llaman la atención la ausencia absoluta de iluminación y de la más mínima seguridad: no existe soldado que custodie, no solo la playa, sino también el perímetro. Los valientes facultativos que allí se desempeñan relataban a quien esto escribe que los robos son moneda corriente; aquéllos invitan a resguardar con especial cuidado elementos tales como notebooks, billeteras, dinero y otros efectos personales. Triste capítulo que también tiene correspondencia en el Complejo Churruca (situado en el vecindario porteño de Parque Patricios), y en otros tantos establecimientos sanitarios de la órbita pública.
Hace un aproximado de quince años -conforme lo compartido por una fuente consultada por el autor de este trabajo-, llevóse a cabo un estudio general (si así se lo puede denominar) del HMC ese Hospital. Encargado por la superioridad, el relevamiento y las anomalías exhibidas por éste fueron reportados al EMGE de aquel momento -bajo la conducción del General Martín Balza-. Ya en ese entonces, el robo de marcapasos era tan común como el de las cubiertas de los vehículos aparcados en la playa. Reza una colorida anécdota (compartida por un Coronel médico) que debió recepcionar a un paciente también de grado Coronel. Al serle tomada la temperatura, al individuo le fue insertado en el recto una birome Bic mientras -prosigue el capítulo- manos anónimas se llevaban el televisor. Tal vez hubiese sido agradable contemplar al oficial superior padeciendo aquella situación, salvajemente penetrado, tal como viene sucediendo con el sector desde hace no menos de dos décadas.
Las habitaciones de este lúgubre centro de detención (perdonará el lector la ineludible crudeza) datan de los años cuarenta. Se esbozan en una verdadera reliquia del pasado no tan reciente, y computan el agravante de la carencia absoluta de mantenimiento; los camastros son de hierro forjado, a manija e inocultablemente oxidadas; siendo que, en cualquier clínica privada, son confeccionadas con material acrílico e incluyen control remoto para efectuar cambios de posiciones. Acaso estas unidades hayan sido aportadas por los buenos oficios de la Fundación Eva Perón -o así, al menos, lo sugería entre carcajadas un enfermero-: -"Pero, mire Usted el estado de esta habitación. Deplorable, destruída, con cables eléctricos expuestos... Las cañerías que se tuvieron que cambiar por las pérdidas de agua fueron reacondicionadas por fuera de los azulejos. Obviamente, para no romper la mampostería. Los azulejos de los baños, de tal manera que no tienen mejor idea que colocar los caños de reparación por fuera y a la vista... Todo estéticamente deplorable y de mal gusto y he visto sacar enfermos de habitaciones porque les empezó a llover en la cabeza, hasta en Terapia Intensiva. Y esto no es lo más grave: tenemos baños desbordados de materia fecal que debieron ser clausurados, porque tenían las heces esparcidas y en contacto con los pabellones. ¿Se entiende?". Recuerde el sufrido lector que asistimos a la tenebrosa descripción de un hospicio que debiera destacar por la más prístina de las asepsias.
Y, para qué remitirnos a la intimidad de los pacientes y de sus respectivas visitas: no existe siquiera un simple biombo de separación de las camas para personas que, de hecho, han sido operadas y que demandan así sea una cuota ínfima de pudor. No se exigen complejas divisiones del tipo durlock; apenas, un biombo. En vistas de que una Mayor de profesión médico nos comentó que, para contar con ese artículo 'de primerísima necesidad', el paciente debía encontrarse -cuando menos- en estado terminal, mi memoria se retrotrajo a los más suculentos retratos de "Macondo". Por cierto, estos pequeños "lujos" se destinan solo a las esposas de los generales; estas cuentan con bonitas habitaciones de ocupación individual, lo cual invita a captar la atención del INADI.
Adentrémonos, pues, en el capítulo 'entretenimiento' de esta historia. Es también normal encontrarse (en las habitaciones donde el aparato funciona) con televisores de 14 pulgadas que datan de los tiempos del Mundial de Fútbol de 1978. Si Usted se propusiera echarlo a andar, debería insertar monedas de un peso por cada hora de sana diversión. Pero nunca más de una a la vez, por cuanto el artefacto se las devorará más velozmente de lo que sucede con las máquinas tragaperras de Cristóbal López en el Hipódromo Argentino de Palermo. ¿Quería Usted disponer de señal Wi-Fi en el HMC? Ni lo sueñe: ni los pacientes ni sus visitantes lo ameritan.
A criterio de profundizar en esta dolorosa descripción, cualquier reportero acaso debería inspirarse en la imaginación de nuestro autor de ficción Jorge Luis Borges. De otro modo, se tornará imposible proseguir en el entramado de este culto a la estulticia hospitalaria, al que pomposamente denominan "Hospital Militar Central". En el humilde parecer de este relator, el mote que mejor le cabría es el de "Criminal Center".
Pero sí nos pareció necesario indagar sobre instalaciones sanitarias castrenses en el resto del globo, aún a sabiendas de que la Argentina hace tiempo ha dejado de pertenecer al mundo civilizado. En los ejemplos compartidos por el denominado Primer Mundo, los hospitales militares no solo son centros de excelencia, sino que dan cuenta de la salud de presidentes. En lo que a nuestro HMC respecta, lo aconsejable es que ningún ser humano vaya a parar a sus habitaciones.
Asimismo, téngase bien presente que el único motivo para que la referida institución continúe en pie debe rastrearse en la estoica labor de su personal (médicos y enfermeros). El staff se condice con el más alto nivel en materia de profesionalismo y formación. Cada uno -desde su puesto de combate- pone a disposición su más encumbrado esfuerzo, y hasta de su propio peculio, para que este anacrónico y anquilosado paquidermo no exhale su último suspiro. Vaya dedicado a ellos este informe, pues la reputación del Hospital es inspiración para su orgullo; y así lo dejan asentado en cada minuto que invierten en ocuparse de los pacientes.
En otro orden, es imperativo que la presente crónica destaque que, al momento de tener lugar una inspección de la denominada IGE, se monta una delicada puesta en escena, con miras a hacer creer que todo está en orden y funciona. Clásico de una obra shakesperiana, como en el decir de la Reina: "Preparadame una obra para las epifanías".
Se imponen -a estas alturas de la nota- las preguntas de rigor. ¿Cómo se utilizan los recursos de una obra social como IOSE (Instituto de Obra Social del Ejército), que recibe ingentes aportes por parte de personal activo y pasivo? En acuerdo con lo publicado por un reciente artículo del matutino La Nación, la caja completa heredada por el flamante Ministro de Defensa, don Agustín Rossi, equivale a 720 millones de pesos. Tomaremos esta oportunidad para recordarle al citado funcionario que audite como corresponde -echando mano de los respectivos mecanismos de control y gestión- los recursos que -con toda probabilidad, y a raíz de lo investigado más puntualmente- son malversados por el generalato.
Porque, cabe preguntarse, ¿quién administra esos aportes millonarios? ¿No será hora de reconocer que los aportes no solo son mal administrados, sino que no son los que corresponderían? Los salarios en el sector castrense se caracterizan por un componente aproximado del 40% en negro. Apúntese un reciente fallo de la Corte Suprema de Justicia a este respecto: el sueldo negro o "parte B" deberá computarse en la jubilación (http://www.iprofesional.com/notas/111813-La-Corte-Suprema-orden-que-el-salario-en-negro-se-calcule-en-la-jubilacin). Finalmente, ¿a quién debe adjudicarse el contundente estado de pauperización del HMC? ¿Acaso deberán ser destinatarios de la crítica generales como César Jesús del Corazón Milani, que negoció con la Casa Rosada las condiciones de escalonada indigencia del personal de las Fuerzas Armadas en actividad y retirado, mientras se pasea por las habitaciones de su casa de US$ 1 millón en La Horqueta -donde es vecino de Rudy Ulloa Igor-? O, ¿por qué no citar la identidad y eminente responsabilidad del Director General del IOSE, General Mario Luis Chretien ("R. Art. 62")?
En el personal del HMC, no pocos planteaban a "Sorge" sobre la posibilidad de aplicarse la libre afiliación -conforme lo permite y reglamenta la Ley de Obras Sociales-. ¿Por qué no poder optar por la atención de Gastronómicos o por Camioneros, de Hugo Moyano? En la práctica, las mencionadas coberturas son holgadamente superiores, especialmente en el rubro prestaciones y descuentos en medicamentos de mayor efectividad que la observada por los provistos por el infame IOSE. Es que hallar una farmacia que acepte prescripciones de esta obra social se ha convertido hoy una verdadera misión imposible.
Un pequeño párrafo, para el cierre de nuestro trabajo de hoy:
El Centro Médico Naval Nacional (National Naval Medical Center) localizado en Bethesda (estado de Maryland), Estados Unidos, es también conocido como el Hospital Naval Bethesda (Bethesda Naval Hospital), y considerado como el mejor y más importante centro médico de ese país. Se trata de una institución federal de la Armada de los Estados Unidos, pionera en la investigación médica y dental, que proporciona asistencia médica para líderes de la nación incluyendo, por supuesto, al presidente y a los miembros de su familia. En 1938, el Congreso de los Estados Unidos asignó fondos para la adquisición de terrenos destinados a la construcción de un nuevo centro médico naval, y el presidente Franklin D. Roosevelt seleccionó el sitio actual en la localidad de Bethesda, el 5 de julio de aquel mismo año. El centro médico original había sido diseñado para 1.200 camas, amén de alojar a la Escuela Médica de la Marina, la Escuela Naval de Odontología (hoy llamada National Naval Dental Center [Centro Dental Naval Nacional], y al Instituto de Investigación Médica de la Armada. En 1945, al final de la Segunda Guerra Mundial, llegó a alojarse a un máximo de 2.464 heridos marinos.