Castelar: la corrupción vuelve a matar
Por estas horas, una nueva tragedia ensombrece el escenario del transporte público en la Argentina, mientras que las heridas compartidas por los eventos de Once hace ya más de un año todavía supuran...
Por estas horas, una nueva tragedia ensombrece el escenario del transporte público en la Argentina, mientras que las heridas compartidas por los eventos de Once hace ya más de un año todavía supuran. Más allá de cualquier distinción plausible entre las causas que dieron lugar a ambos desastres, la opinión pública ya comienza a extraer sus propias conclusiones, a saber, que los cadáveres que continúan apilándose son resultado inevitable de la connivencia entre el Gobierno Nacional y la empresa prestadora (TBA, familia Cirigliano) y del eterno esquema de corrupción ligado al poder de la mano del obsequio irregular de subsidios.
En Castelar, la corruptela ha vuelto a abultar la cifra de estadísticas de fallecidos. Conforme todo lo indica hasta el momento, la Administración Kirchner ha echado mano de un modus operandi calcado del infortunio de Once: trasladar culpas se vuelve, otra vez, un imperativo categórico. Es así como el discurso oficial ya se orienta -de manera lenta pero segura- a descargar la propia ineptitud en la figura del motorman que conducía la formación que terminó colisionando contra la que se hallaba detenida. Dicho sea de paso, y a criterio de prevenir incidentes y anticiparse a cualquier expresión de furia por parte de vecinos o de familiares de las víctimas, las fuerzas de seguridad rápidamente montaron un despligue en el lugar, con numerosos efectivos que -tal lo reflejaron las cámaras de tevé- portaban escudos. El kirchnerismo apostó a sus figuras (y éstas acudieron con sus respectivos dignatarios) con el objeto de adelantarse a las críticas recibidas en ocasión de la anterior catástrofe del Ferrocarril Sarmiento, y que estaban llamadas a reproducirse aquí. En aquella oportunidad, condolencias y explicaciones brillaron por su ausencia.
En Castelar, se lo vio a Daniel Osvaldo Scioli -que no pudo evitar anotarse una renovada catarata de insultos-, junto a su Ministro de Salud, el Dr. Alejandro Collia. El Gobernador, quien también supo recibir severos cuestionamientos por eludir referirse a los decesos de Once, hizo uso de la puesta en escena para volver a falsear la realidad: "Acá estamos, como siempre, poniendo la cara". Triste papel, por cuanto, a sabiendas de que la dinámica política y su carácter sumiso le impiden criticar la trama de corrupción involucrada, se aproxima apenas para lamentarse por un derramamiento de sangre en el que es cómplice por omisión. Para colmo, la gestión del hombre de La Plata también ha sido puesta bajo la lupa por el ocultamiento de damnificados en las inundaciones y por esconder bajo la alfombra el número real de afectados por la gripe de tipo A. Mal que le pese, su carrera política se encamina rápidamente hacia el más pútrido camposanto.
La bufonada mediática -como no podía ser de otra manera- quedó a cargo del Teniente Coronel y Médico Sergio Berni. Destinatario natural del anillo de protección policial, recorrió la zona de desastre a raíz de que la presencia de los móviles de los noticieros (al menos, eso cree él en su librillo) así se lo demandaba. Pocas horas antes, había protagonizado una melodramática visita a la casa de la familia de la recientemente asesinada Angeles Rawson, en el barrio porteño de Palermo.
Sin sombra de dudas, la peor parte en este sonado capítulo de desdicha se la lleva el Ministro de Transporte, Florencio Randazzo. Presa de un amateurismo sin paralelos, el otrora Militante de Chivilcoy aceptó gustoso el nombramiento a la cabeza de la cartera que acarreaba las más elevadas chances de volver a multiplicar mortandad, y las leyes de la probabilidad no le fallaron. Hoy, le tocará hacer frente a cualquier responsabilidad penal que los damnificados se propongan endilgarle, sin chistar, en tanto que los pedidos de renuncia se acopiarán con total justicia. Randazzo había prometido una "revolución" en el área, que llevaría no más de sesenta días en cumplirse. ¿Habrá querido referirse, no sin subrepticia mordacidad, a una revolución de aniquilamiento?
Lavado de dinero, corrupción exponencial, muerte, desolación, perjurio e indolencia son parte de un irritante cóctel que viene a refrendar con contundencia numerosas hipótesis. Una de ellas refiere que las sociedades que escogen a los representantes incorrectos terminan, al final del día, jugando a la Ruleta Rusa. La supervivencia, en todo caso, sería la excepción. Sino un milagro.
Notas relacionadas: 'El gemido de los perros apaleados', en http://www.elojodigital.com/contenido/12191-el-gemido-de-los-perros-apaleados