El prestigio de Chile, a la guillotina
Si en Chile estamos cruzando el umbral del desarrollo, no ha sido por suerte ni por intervención celestial. Ha sido gracias a nuestro modelo económico y político, injusta e imprudentemente maltratado por políticos, intelectuales y periodistas...
Rafael Rincón es investigador asociado en la Fundación para el Progreso (Chile).
"El mundo conoce mis actos más vituperables, y puedo afirmar que soy mejor de lo que predica la fama" (Mary I of Scotland en Maria Stuart de Friedrich von Schiller).
Si en Chile estamos cruzando el umbral del desarrollo, no ha sido por suerte ni por intervención celestial. Ha sido gracias a nuestro modelo económico y político, injusta e imprudentemente maltratado por políticos, intelectuales y periodistas. También, gracias a la positiva imagen que tenemos entre gobiernos, inversionistas y socios, así como en la opinión pública extranjera en general. Solo el incomprensible fatalismo nos oculta nuestro propio prestigio, el de un país serio, estable, libre y próspero, regido por la cordura y la responsabilidad.
Sin embargo, semanas atrás, la revista británica The Economist, a propósito de la destitución de Harald Beyer de su cargo como Ministro de Educación, asoció a Chile a las peores prácticas políticas y concluyó que 'los chilenos merecen algo mejor de sus legisladores, y ellos lo saben'. Para el buen nombre de un país hasta ahora visto como un ejemplar y excepcional caso de éxito en una región de abundantes fracasos, semejante referencia, fea pero no del todo injusta, ha sido muy dañina. Lo peor es que este evento no es más que uno entre los varios que están corroyendo las buenas percepciones de Chile en el mundo.
Uno de los más seductores atractivos del país ha sido el consenso que se logró en torno a lo que queremos ser y a cómo queremos llegar a serlo. Pero hoy, sectores de la izquierda han embestido retórica y rabiosamente contra los pilares del desarrollo y contra nuestra reputación. Salvo pocas individualidades, incluso la centroizquierda de la Concertación, en otros tiempos moderada y moderna, parece sumarse irreflexivamente a la crítica y mirar con satisfacción, o cuando menos con sospechosa condescendencia, el espectáculo de violencia y destrozos que pone a la capital y a otras ciudades en estado de sitio cada vez que el entusiasmo radical sale a la calle.
Con una crispación inquietante, se ha llamado a derribar el sistema político y económico —el que una vez administró parte de la izquierda con razonable responsabilidad— con el peligroso método de la asamblea constituyente y la convocatoria de una “nueva mayoría”. Un importante asesor constitucional de la candidata y ex presidente Michelle Bachelet, académico de una prestigiosa universidad privada muy lejana del discurso altisonante, ha dicho que la “tramposa” Constitución Política debe ser cambiada 'por las buenas o por las malas'. De hecho, la propia Concertación, en busca de la “nueva mayoría social”, se ha hermanado con el Partido Comunista, creyendo que mudando su residencia a coordenadas más radicales deberá forjar su nueva identidad y, por lo visto, convencida de que allí están las claves del Chile de mañana.
Cambiar nuestra estrategia de desarrollo y la Constitución Política, por cierto ya reformada por el entonces Presidente Ricardo Lagos en 2005, no es un experimento de ocio, como parecen pensarlo quienes juegan a la revolución y se sienten en la Cuba de 1959, creyendo que en La Moneda está Fulgencio Batista. Y la legitimidad de las acciones, decisiones e instituciones políticas no nace del circunstancial “clamor popular” ni del carisma de algún líder, despreciando los resultados y el racional equilibrio entre fines y medios. Esta no es la actitud del país serio que somos y que, presumo, queremos seguir siendo. No es así la vida de una sociedad abierta y próspera de individuos libres y responsables. Es, por el contrario, la de aquellas que se han arruinado por la furia populista, la arrogante violencia revolucionaria y la actitud de “nueva mayoría” aplastante que se comporta como llamada a pasar por el filo de la guillotina a los “enemigos del pueblo”. No son el juego de suma cero ni el “estás conmigo o contra mí” las lógicas propias del país que aspiramos, pero sí las del que podemos ser si nos dejamos llevar por los arrebatos suicidas que llaman a hacer saltar en pedazos lo construido, comprometiendo seriamente el legado de nuestra generación.
El Ministro de Hacienda, Felipe Larraín, advirtió recientemente que la propuestas radicales de la sociedad Concertación-Partido Comunista “ya han provocado efectos negativos sobre la inversión” porque ésta “responde a señales, no responde solo al dinamismo de la economía”. No sería extraño y, probablemente, no exagera. Los últimos tiempos han sido desastrosos para quienes trabajan por llevar a Chile al primer mundo y por proyectar una imagen positiva.
A Chile le va bien y le irá mejor gracias a su institucionalidad, a su transparencia y a las políticas económicas de libre mercado que han puesto a esta larga y angosta franja de tierra ad portas del desarrollo. Pero la mala fama puede costarnos carísimo mañana mismo, contribuyendo a convertirnos en un penoso caso de desarrollo frustrado. Que la pluma de Schiller, como en Maria Stuart, no escriba nuestro lamento.
* Nota relacionada: 'Michelle Bachelet y la tentación chavista' en http://www.elojodigital.com/contenido/12199-chile-michelle-bachelet-y-la-tentacion-chavista