Otra vez, esos incorregibles
La irrupción de Sergio Tomás Massa en el firmamento político nacional y su holgado liderazgo en las encuestas, a menos de un mes de las elecciones primarias, remiten a un nuevo signo del cambio de época que se abate sobre la Argentina...
21 de Julio de 2013
La irrupción de Sergio Massa en el firmamento político nacional y su holgado liderazgo en las encuestas, a menos de un mes de las elecciones primarias, son un nuevo signo del cambio de época que se abate sobre la Argentina, que –ahora sí- parece inevitable.
Un triunfo de Massa en el principal distrito del país, unido a las derrotas que sufriría el Frente para la Victoria en la Ciudad de Buenos Aires, Mendoza, Santa Fe y Córdoba terminarán con el proyecto de perpetuidad en el poder que anima el kirchnerismo.
Más aún, en la Provincia de Buenos Aires, tras las primarias, el voto opositor se concentrará más en las elecciones de octubre, volviendo más contundente el triunfo del intendente tigrense.
Más allá del cálculo de cuántas bancas quedarán para el FPV tras la elección, cualquier intento de reforma constitucional será políticamente inviable. Además, se producirá una borocotización al revés: numerosos legisladores actuales y electos del FPV cambiarán de camiseta una vez que el rumbo de los acontecimientos se torne inequívoco.
Todo ello, a pesar de que los actuales números en el Congreso son nítidamente favorables al oficialismo. Si tenemos en cuenta las últimas votaciones cruciales en ambas cámaras (confiscación de YPF, pliego de Daniel Reposo, reforma judicial, etc. ), el FPV está aproximadamente a cuarenta votos en Diputados y a ocho en el Senado, de obtener los dos tercios necesarios para la declaración de necesidad de la reforma constitucional.
Además, la elección del 2009, que es la que se debe tener en cuenta para comparar la renovación de bancas en Diputados, resultó pobre para el oficialismo (30% aproximadamente) lo que, en teoría, sería fácil de igualar.
Pero el candidato oficial Martín Insaurralde aún no llega al 24% de intención de voto. Será la primera vez que la elección consistirá en un choque de aparatos: el nacional y provincial con el FPV, y 21 intendentes (hasta ahora) con Sergio Massa. ¿A quién "pertenecen" los votos?
Siendo el kirchner-cristinismo un movimiento excesivamente personalista y vertical, y al no tener sucesores naturales con capacidad de liderazgo, la imposibilidad de la reelección equivale al fin de su ciclo, y el nacimiento de algo nuevo, aún por determinar.
Nuevamente, el peronismo es sujeto activo y pasivo a la vez de un cambio de época, fenómeno difícil de entender para el hombre común de cualquier parte del mundo.
Neoperonchismo y neogorilismo siglo XXI
El kirchnerismo, a través de su consabido relato, se apropió primero del Partido Justicialista para vaciarlo. Siguió con gobernadores e intendentes, a quienes sojuzgó desde el manejo arbitrario de los recursos financieros. Lo propio hizo con sindicalistas y referentes sociales. Luego, aplicó idéntico rigor a los símbolos, la historia, los personajes y los mitos del peronismo, haciéndose pasar por una versión presuntamente superadora del movimiento creado por el Gral. Juan Domingo Perón.
En ese relato, más que rescatar los verdaderos logros justicialistas (los que con los hechos negó, como la justicia social, la independencia económica, la política exterior, etc.), el kirchnerismo se encargó de hacer apología de los rasgos, episodios y acciones más condenables del peronismo: sus actitudes autoritarias, su excesivo personalismo, su agobiante propaganda, su intolerancia o sus desaciertos económicos, entre otros. Estos rasgos fueron comunes en el ocaso de la primera época peronista, entre 1953 y 1955.
En su relato histórico, el kirchnerismo omite los hechos que no le convienen: la integración de los militares, empresarios y religiosos al "proyecto nacional", la sádica violencia de los grupos armados, el abrazo Perón-Balbín, la expulsión de los montoneros de Plaza de Mayo, la degradación de Cámpora, la política frentista de Perón, el carácter nacional, humanista y cristiano de la doctrina justicialista, y muchos más.
A esa versión malversada del justicialismo, algunos la denominan neoperonchismo.
Frente a esa acción promovida por los intelectuales asalariados del gobierno, surgió una reacción lógica de la vereda no peronista: el neogorilismo.
¿Quiénes eran los gorilas, allá por los años cincuenta? Quienes detestaban al peronismo, pero no por sus falencias –algunas indefendibles- sino por sus evidentes logros políticos, económicos y sociales, razones que justifican su vigencia a setenta años de su nacimiento y a cuarenta de la muerte de su líder y fundador.
Entendido así, el gorila era un ser verdaderamente despreciable.
Uno de los capítulos del catecismo kirchnerista es tildar de gorila a todo aquél que se oponga a su larga lista de desatinos: la guerra contra el campo, contra el grupo Clarín, contra la Justicia y la pretendida reforma constitucional, etcétera.
El kirchnerismo sigue la tesis de Ernesto Laclau, quien sostiene que para la construcción de poder es necesario generar un conflicto tras otro permanentemente, aunque sea de manera artificial y aparentemente innecesaria. Así, siempre es indispensable la existencia de un enemigo: en este caso, el gorila, personaje resucitado y reformulado por el relato.
Mamá, mamá, los peronistas son malos
El neogorilismo se mezcla –como un componente claramente minoritario- dentro de la ola de rechazo a la actual gestión que creció a partir de las movilizaciones populares del último año. Pero tiene amplia cabida en los medios de comunicación, dándoles pasto a las fieras del kirchnerismo.
En los medios y las redes sociales, empieza a expresarse cierto desencanto ante la posibilidad de que nuevamente, sea una fracción del peronismo la que desaloje a la otra del poder.
“Son todos iguales”, “vas a ver que Massa es K, ya arregló todo con Cristina”, “¡no! otra década peronista, no tenemos arreglo” y similares. Se sitúa, así, al PJ con el movimiento peronista, e integrando al Gral. Perón, Isabel Martínez, Carlos Menem, Adolfo Rodríguez Saá, Eduardo Duhalde, Néstor Kirchner y Cristina Fernández Wilhelm –es decir a todos los presidentes peronistas- dentro de una misma bolsa.
Desde un lugar por momentos patético, en el que suelen caer los antiperonistas, se llora ante la ambición de poder del peronismo, viajando en vuelo directo al desencanto y al nihilismo político. Una posición que implica comodidad, pereza, y a veces, cobardía.
El poder se conquista. Con lucha, con inteligencia, con agallas, con política.
Por su concepción brutal y descarnada del poder, solo el peronismo sería capaz de imprimirle límites al kirchnerismo; nadie más lo lograría.
En política, la lucha por el poder no es lo único que interesa, pero es un elemento indispensable. Muchos radicales, socialistas, liberales e independientes no lo asumen y se lamentan cuando un peronista les gana de mano, por más vivo, más fuerte, más valiente o más capaz.
La dialéctica amo-esclavo no alcanza para comprender a cualquier proceso (político, económico, social, personal). Pero sí lo explica la capacidad de construcción de poder que cada uno puede hacer desde su lugar y con lo que tiene.
En la cultura presente, los números gozan –sin razón- de una fama de garantes de certezas. Las ideas y los conceptos, en cambio, son sospechados de ambigüedad y falta de precisión. Lo cierto es que ambos son manipulables.
Los números refieren que, en la Argentina de los últimos 66 años, desde su nacimiento, el peronismo gobernó 33 años. Y, en los últimos 25, ya en plena democracia, gobernó 23.
Se cuestiona al peronismo, acusándolo de que, cuanto más tiempo y de la peor manera gobierna, más se consolidan en el poder. Ello, debido a que, al pauperizar a la clase media e incrementar el número de pobres, el peronismo incrementa su "clientela".
En rigor, la pauperización constante de la sociedad puede rastrearse desde 1955. Hasta entonces, el 50,8% del PBI contabilizaba a trabajadores; hoy, esa cifra representa a menos de la mitad. Responsables de ellos fueron gobiernos peronistas, radicales y militares. Desde luego que, antes de 1943, la situación social era bastante más injusta que en los años siguientes.
Por otro lado, la clase más empobrecida suele apoyar al oficialismo de turno, sea del signo que fuese, por ser dependiente de la ayuda estatal. El ejemplo es la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, cuyas franjas más humildes votan al PRO o al FPV, según la elección sea local o nacional.
Nuestra sociedad -y en especial la clase media- "cree", idealiza y se decepciona luego de los políticos como muchas personas lo hacen con sus parejas. Se enamoran, idealizan, chocan con la realidad, se decepcionan y -tras una acumulación de fracasos- concluyen en que "son todos/as iguales". Terminan recluyéndose en largas temporadas sin sexo ni amor. Con en la política sucede algo similar, algunos apuntan que nuestra sociedad se caracteriza por conservar rasgos típicamente adolescentes.
Jamás existirá el político ideal; tampoco, el hombre o la mujer ideales.
Una Argentina sin peronismo
No pocos logros se obtuvieron bajo distintos gobiernos peronistas; algunos de ellos durante la permanencia de Perón en el poder, hasta 1955. Estos factores -a veces relativizados- podrían explicar por qué un 70% del electorado suele terminar optando por variantes peronistas. Imaginemos por un momento cómo sería la Argentina sin haberse llevado a cabo esas realizaciones.
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