Heredarás el viento
El poco auspicioso panorama que heredará el próximo presidente. Un perturbador -aunque necesario- vistazo hacia el abismo.
Otra vez, la Argentina transita una temporada preelectoral, con el agravante de que el proceso electivo vuelve a caracterizarse por un agudo desinterés. Es que, para el argentino medio, el acercamiento a las urnas solo parece contribuir a forjar la sensación general de futilidad: se multiplican nombres y discursos grandilocuentes. Se elude -a la manera tradicional- el tratamiento de las respuestas a problemáticas de fondo, mientras que el voto sobreviene reforzado por penas para aquellos que se propongan eludirlo. Sin importar que la Justicia Electoral reprima con penas económicas de hasta $150 a quienes hoy exteriorizan su rechazo al hecho de verse forzados a optar entre el malo y el menos peor. Se asiste a una democracia con pies de barro, a falta de más filosos eufemismos.
Proceso electoral mediante, la ciudadanía comienza, al menos tibiamente, a poner sobre la mesa la que sería la proverbial pregunta del millón. Con la supervivencia del subsistema kirchnerista hecha añicos -conforme asoma la debacle definitiva del oficialismo todavía en control del poder-, ¿cuál de los candidatos de oposición ha invertido tiempo de campaña en exponer soluciones de cara al escenario apocalíptico que la Presidente Cristina Elisabet Fernández Wilhelm legará en 2015?
Los siguientes son solo algunas de las variables que brillan por su ausencia en los debates de comités, unidades básicas y afines. Derivaciones -claro está- pergeñadas por el oficialismo a lo largo de la última década:
- La reconversión de la matriz económica nacional de índole semiindustrial a un sistema protocapitalista en donde mandan el subsidio y el empleo generado por un sector público esencialmente deficitario, corrupto y prebendario. Subproducto de la orden de Balcarce 50 tendiente a someter a una porción cada vez mayor de ciudadanos por vía de la limosna (planes sociales e incentivos con miras a percibir remuneraciones sin contraprestación alguna). La estadística remite a millones de individuos sin ocupación que, finalmente, deben ser subsidiados -ampulosa presión impositiva de Ricardo Echegaray mediante- por estratos de la población que sí producen. El empobrecimiento compartido por este círculo vicioso ha terminado por empujar a los excluídos a ampararse en la delincuencia común y el crimen organizado, dando lugar a una explosión de la que sí podría enorgullecerse el claustro presidencial: la del narcotráfico y el lavado de dinero a una escala espeluznante.
- La diagramada aniquilación del sector privado, gentileza del equipo económico compuesto por Axel Kicillof y Guillermo Moreno. Nefasto tándem que ha depositado todo su esmero en obstaculizar el comercio exterior del país, al punto tal en que a las firmas extranjeras (generadoras de empleo, conviene recordarlo) les ha sido vedado remitir divisas al extranjero, mientras se les fuerza a comerciar en pesos insanablemente devaluados. En consecuencia, subsidiarias locales de marcas de renombre internacional o bien ya se han retirado de la Argentina, o bien mantienen sus oficinas solo para resignar decisiones y criterio a manos de las sucursales sitas en el vecino Brasil. Ofician de meras consultoras que desde hace tiempo ya no demandan ejecutivos, pues carece de sentido convocarlos. Otra consecuencia lógica de este procedimiento ha derivado en la abrupta caída en la oferta de empleo y, en concordancia, al desplome en el nivel de remuneraciones ofrecidas.
- La interrupción definitiva del rubro de negocios de cuyo crecimiento otrora supo vanagloriarse la Administración Néstor Kirchner, esto es, el sector inmobiliario. El cepo cambiario ha reducido las operaciones al mínimo, desde el capricho oficial del tándem que impone -nuevamente- que aquéllas se realicen solo en pesos. Antes que los compradores se desvanezcan del mercado (tras la prohibición de facto para adquirir dólares estadounidenses), los dueños optaron por retirar de la venta sus unidades. El negocio de bienes raíces naufraga en su propia paralización.
- La inapelablemente onerosa distorsión de precios y salarios que ha dado lugar a un proceso inflacionario elevado pero igualmente reprimido, que no prosigue su ascenso vertiginoso sencillamente porque la caída real en términos de poder adquisitivo haría derrumbarse la escasa actividad económica remanente, obsequiándole el tiro de gracia al comercio minorista. Los argentinos han aprendido recientemente -y por las malas- el verdadero significado de la estanflación.
- El exterminio de la actividad agropecuaria, sobre cuyas retenciones supieron cabalgar -sin admitirlo- el "modelo" y su gemelo bastardo, el relato oficial. La persecución contra el agro ha derivado no solo en una explosión recurrente en los precios de los productos cárnicos -a partir de la disminución en la cantidad de cabezas de ganado y la faena prematura-, sino también en el sobrecalentamiento de la dependencia del cultivo de soja. Oleaginosa que ha comenzado a ver caer su precio unitario en el mercado de Chicago, y comprometiendo -por propiedad transitiva- los recursos del Tesoro Nacional.
- La consabida demolición de la matriz energética, en gran medida a causa de las políticas de subsidización diseñadas por la Presidente y su comité de notables. Directivas que han empujado a la Nación a la importación obligada de recursos en cifras cercanas a los US$ 12 mil millones; gas y combustibles -cuando no escasean- han observado un crecimiento virulento en su comercialización ante los consumidores en todo el país. Instalaciones fabriles se ven obligadas a detener sus cadenas de producción por interrupciones de electricidad o de gas.
- El desmanejo en clave militante de los recursos del Banco Central de la República Argentina (BCRA). La institución -regenteada por la mano dubitativa y temblorosa de Mercedes Marcó del Pont- ya computa reservas líquidas peligrosamente similares a las que exhibiera la Administración De la Rúa, previo a la crisis de diciembre de 2001. Ello, después de contabilizar obligaciones, bonos y pagarés, y según rezan informes que aún no han llegado a conocimiento público, puesto que se exige evitar una espiralización del pánico que conduzca a una corrida cambiaria de proporciones.
- La masacre de las reservas de credibilidad internacional de la República Argentina -y que llevará décadas reconstruir-, alineada hoy con el seno de un espectrograma no solo bolivariano (Venezuela, Cuba, Ecuador, Nicaragua, Bolivia) sino de raigambre antioccidental, conforme lo expuesto cabalmente en la serie de dudosos acuerdos con líderes de filiación terrorista en la República Islámica de Irán. El imperativo categórico del modelo demanda, incluso, desconocer obligaciones externas, a criterio de que el Gobierno Nacional no vea interrumpido su flujo de fondos hacia la distribución de subsidios con reconocible objetivación electoral. Pero, al mismo tiempo, engrosando el problema del financiamiento para futuras Administraciones.
Sobre este breve recuento de los artefactos explosivos enterrados en este verdadero campo minado -se insiste-, pocos o ningún aspirante a ocupar cargos públicos parece reconocer responsabilidad alguna (pasada o futura). El delicado contexto bajo análisis, sin embargo, quizás no represente la peor de las noticias per se. Lo verdaderamente peligroso -en la óptica del gobernado- es que cualquier futuro heredero de la presente escenografía considere, como único camino, mantenerse en la negativa plausible del cristinismo a la hora de echar un vistazo a la realidad y se decida a prorrogar las políticas legadas.
Acaso porque, de un solo golpe y por ejemplo, se tornaría imposible eliminar las restricciones al comercio exterior o liberar la adquisición de moneda norteamericana, porque ello podría dar origen a una creciente fuga de capitales. En otro orden, un presidente por venir podría juzgar que el intolerable índice de presión impositiva existente debería tenerse a buen resguardo porque, si aquélla se redujera, solo provocaría un desorden fiscal de importancia. Y así con todo lo demás.
Extrapolaciones simples que invitan a considerar que las peores consecuencias compartidas por el kirchnerismo no necesariamente cobran forma en un espectáculo para el tiempo presente, sino que ganaría tiempo de exhibición, hasta alcanzarnos el día de mañana.