SOCIEDAD: RAUL ZORZON

8 de septiembre, Día del Agricultor: un festejo triste

El 8 de septiembre, se conmemora el Día del Agricultor, en todo el país. Se trata de un homenaje a aquellos inmigrantes aventureros que -hace más de 150 años- desembarcaron en la Argentina.

12 de Septiembre de 2013
El 8 de septiembre, se conmemora el Día del Agricultor, en todo el país. Se trata de un homenaje a aquellos inmigrantes aventureros que -hace más de 150 años- desembarcaron en la Argentina. 
 
De distintos lugares de la antigua Europa, arribaron aquellos sufridos seres humanos, buscando nuevas expectativas con miras a construirse su promisorio porvenir. Traían consigo la ilusión y el conocimiento para seguir haciendo lo que mejor sabían: trabajar la tierra y producir alimentos, apostando a la cultura del trabajo y del esfuerzo.
 
Cuando fueron ubicados en distintas regiones, solo hallaron miseria y desolación. Con todo, no claudicaron: hicieron del coraje, la valentía, y la esperanza un modo de vida. La honradez fue la base de su juramento.  
 
A partir de esa instancia histórica, y con el transcurrir de los años, la agricultura pasó a convertirse en una de las actividades más importantes del país. Desde esos comienzos, con rudimentarias herramientas y, por sobre todo, desplegando un esfuerzo sobrehumano, comenzó a amoldarse el engranaje conductor que sentó las bases de una incipiente y próspera economía. Así fue como un modelo agroexportador se instaló en el Río de la Plata, e hizo de atractivo para que numerosas empresas del viejo continente se radicaran en el país.
 
Las fértiles praderas de las pampas fueron el escenario adecuado para que los colonos obtuvieran grandes resultados en producción, abasteciendo el consumo interno y, a la postre, exportando los excedentes. Vale recordarlo: con arados tirados por bueyes, y luego por caballos, se llegó a producir más trigo que en durante este último año.
 
Fueron, aquellos pioneros, los grandes protagonistas de nuestra escarmentada historia; ellos se empecinaron sanamente en ese complejo desafío, con la certeza de que era posible. Fueron el hambre y la escasez los motores que los empujaron hacia la aventura. Diversas corrientes migratorias fueron diseminadas en diferentes lugares de nuestra geografía. En los parajes donde iban estableciéndose, solo los esperaba la nada.
 
El tiempo se hacía eterno, aguardando por el fruto de esas simientes; las distancias obligaban a transitar duros caminos con el fin de entrelazar el mercadeo necesario para la subsistencia. Había que hacerlo todo, y nada dejó de hacerse. Con el tiempo, llegó el tractor. Colonos, peones rurales, estibadores, cosecheros, etc. conjuntamente con anónimas pero valientes mujeres, fraguaron los destinos de una gran Argentina. Esfuerzo y solidaridad eran las banderas que se izaban con el comienzo de cada día. La inquebrantable fe en un ser superior los forjó implacables ante las adversidades. Sabían de sus condiciones humanas, de su soledad y de su angustia. Se entregaron a su fe, en busca de protección y ayuda. 
 
Hicieron de esto un culto inquebrantable, poniendo en el altar de sus vidas viejas costumbres unidas a los nuevos aprendizajes que recogieron con el devenir de los tiempos. El respeto y la palabra eran los documentos inalterables que no conocían firmas. Quienes somos sus descendientes conocemos estas verdades.
 
La injusticia -personificada en sus explotadores- castigaban sus entrañas con impotencia. Solo sabían bajar la cabeza y aceptar imposiciones. También los maltrataba el dolor de la estafa. Con el tiempo, unieron su esfuerzo en cooperativas.
 
Fueron estos avatares los que los forjaron valientes y reflexivos. Jamás negociaron su honestidad e integridad ante la perversión de los aprovechadores de turno. Podría afirmarse que fue éste el cimiento de una comunidad rural sana y trabajadora. Convertida hoy en incuestionable y verdadera reserva moral -acaso no la única-, en un país desgraciadamente sobornable. 
 
La primera colonia agrícola se instaló en Esperanza, Provincia de Santa Fe, en el año 1853. Esa obstinada profesión de fe hizo que un consejo designara a la Virgen María como Patrona del asentamiento. El día del nacimiento de la Madre de Dios (hoy, patrona declarada de esos luchadores) se celebra el 8 de septiembre; por consiguiente, esa fue la fecha elegida para decretarse Día del Agricultor. 
 
Así fue como se construyó la Patria grande. Así fue como se desarrolló una eficiente actividad agropecuaria, digna de los mayores elogios a nivel mundial. Todo ello, realizado con con esfuerzo, grandeza y constancia. A tal punto que no tardó en ser la mayor fuente de ingresos del estado nacional. 
 
De tal suerte que, hoy día, es imposible comprender por qué se destrata con tanta saña y salvajismo a quienes cargan en sus hombros con la tarea de la producción de alimentos; rubro que, dicho sea de paso, representa -por lejos- el mayor aporte de capital para el desarrollo de la nación. 
 
Poco tienen hoy para celebrar o conmoemorar los productores rurales de la Argentina, a pesar del nuevo aniversario. El cúmulo de padecimientos, otrora repetidos, no hace más que desalentar y sobrecargar con trabas a la actividad. La renta agropecuaria es devorada por un gobierno opresor y voraz; éste, a su vez, dilapida recursos necesarios para el sostenimiento de una agricultura eficiente, acorde con las circunstancias de un mundo que evoluciona, y que continuará haciéndolo en los tiempos que vendrán.
 
Se asiste a una cruel malversación de fondos succionados al campo; ahora, sabemos que el grueso de ese aporte fue a parar a paraísos fiscales. Realidad que empuja al sector a un estado de quebranto que dejará a muchos más en el camino.
 
En un “paseo” memorioso por esta última década, el gran monumento que puede hacerse para reconocer al productor agropecuario es tener bien presente su esfuerzo: no agredirlo y dejarlo trabajar en paz. El mejor homenaje, liberarlo del yugo de las retenciones injustas, pedirles disculpas por tanto mal trato, y devolverles -cuando menos- una porción de lo saqueado.  
 
Los hechos de nuestra Argentina actual demuestran que el Campo tenía razón. Ese malestar se tradujo en las históricas protestas ciudadanas que terminaron desembocando en un notable resultado electoral. El 27 de octubre -no caben dudas-, las diferencias se ampliarán. 
 
A fin de cuentas, mejor que tanto palabrerío es buscar canales de solución, sin demagogias. El diálogo es el camino; es la interlocución que el actual gobierno (a pesar de los profetas oportunos) jamás quiso aceptar. 

 
Raúl Zorzón | El Ojo Digital Sociedad