Argentina: el populismo es, esencialmente, inmoral
Infinidad de veces me han preguntado por qué el gobierno comete las barbaridades económicas que vemos a diario...
19 de Septiembre de 2013
Roberto Cachanosky es Profesor titular de Economía Aplicada en el Master de Economía y Administración de ESEADE, profesor titular de Teoría Macroeconómica en el Master de Economía y Administración de CEYCE, y Columnista de temas económicos en el diario La Nación (Argentina).
Infinidad de veces me han preguntado por qué el gobierno comete las barbaridades económicas que vemos a diario. ¿Por qué el Secretario de Comercio Interno, Guillermo Moreno, patotea a los empresarios, cierra la economía y otras torpezas más? ¿Por qué desde el Banco Central de la República de Argentina (BCRA) destrozan la moneda? En fin, ¿cuál es la razón de esta política económica destructiva?
Responder a este interrogante no es tan sencillo. Algunos lo explicarán desde la ignorancia, y otros, por cuestiones de resentimiento. Es posible que exista una mezcla de estos dos factores, pero, aunque parezca mentira, creo que en el fondo hay un problema sobre cómo razonar la economía. El kirchnerismo-cristinismo considera el proceso económico como una lucha por la distribución del ingreso. Estiman que, si un sector tiene ganancias, es porque otros salen perdiendo. No entienden que, en la economía, todos pueden salir ganando sin que el Estado se meta a hacer las burradas que ellos cometen a diario.
Esta visión de la economía -como si fuera una guerra- queda en evidencia en los discursos oficiales. Nos quieren invadir con productos importados. Tenemos que defender la producción nacional. Los empresarios tienen que moderar sus ganancias. Todo el discurso se da en un tono de conflicto, el cual solo es solucionado por la “sabiduría”, “bondad” y “ecuanimidad” de la Presidente. Es decir que, si algo bueno sucede en la economía, es porque ellos son los iluminados que imparten justicia desde sus políticas, y no porque la gente sea eficiente y competitiva. Sin dudas que parte de este discurso puede obedecer al populismo que intenta captar votos diciendo: “Gracias a mí, ustedes, los marginados, tienen un ingreso mejor”. Y, cuando el populismo se complica debido a la falta de recursos para mantener la fiesta de consumo, jamás acepta los gruesos errores cometidos. Todo se limita a denunciar conspiraciones ocultas que vienen a destruir la construcción de un proyecto bondadoso y encarnado en una sola persona. Eso es parte del discurso político populista qué -vaya uno a saber- qué fundamentos psicológicos tiene.
En rigor, la economía no se trata de una guerra donde unos ganan y otros pierden. Sí existe competencia entre empresas, para ganarse el favor del consumidor. Esa competencia consiste en invertir para vender los mejores productos a los precios más convenientes para, finalmente, cosechar la atención del público. Para ello, se requiere inversión, capacidad de gestión y agregar valor. En ese proceso de inversiones, se crean nuevos puestos de trabajo que aumentan la demanda de mano de obra y conducen los salarios al alza.
Al mismo tiempo, mientras más se invierte, más unidades se producen (se incrementa la productividad), lo cual hace bajar los costos fijos por unidad producida; los bienes y servicios resultan más abundantes y baratos, y mejora el nivel de ingreso de la gente. Pero no porque las empresas ganen menos. Las empresas ganan más porque venden más, a precios más bajos y mejores calidades. Su ganancia se encuentra en el volumen. El ejemplo que podemos dar es el de las computadoras. Cada vez tienen mejores procesadores, más capacidad de almacenaje de datos, etcétera, y los precios bajan, o bien se mantienen. Con la telefonía celular, sucede algo similar. Obviamente, estoy hablando del resto del mundo y no de la Argentina donde -gracias al modelo de sustitución de importaciones- los 'empresarios' (que, en rigor y en su mayoría, son cortesanos del poder de turno) obtienen privilegios para no competir y perjudicar a los consumidores, vendiéndoles productos de baja calidad y a precios más altos que en el resto del mundo. Basta con hacer una simple recorrida por los portales de internet para advertir las notebooks que se venden en EE.UU. y en Argentina, comparando precios y calidades.
Pero el Gobierno Nacional no considera a la competencia como un proceso en el cual los empresarios deben invertir y competir para ganarse el favor del consumidor. Por el contrario, las autoridades consideran que la competencia no funciona y la producción, los precios de venta, los salarios y lo que tiene que producirse depende de una mente iluminada para ser exitosa. Hoy es Moreno el supuesto “iluminado”. Como en otro momento, con otros modales, fueron Bernardo Grinspun, José Bel Gelbard y tantos otros ministros de economía que consideraban que solo la “bondad” de los gobernantes lograba mejorar el ingreso de la gente frente a la avaricia de los empresarios, al tiempo que esa “avaricia” empresaria es alimentada, cerrando la competencia a los bienes importados. Un razonamiento realmente para psiquiatras.
Dentro de este pensamiento autoritario en materia económica, que es una especie de iluminismo económico y monopolio de la bondad de los políticos, no existe espacio para comprender que la competencia es un proceso de descubrimiento: descubrir qué demanda la gente, qué precios está dispuesta a pagar por cada mercadería y qué calidades exige. Por ello, el populismo económico inhibe la capacidad de innovación de la gente y los “empresarios” millonarios son, en su mayoría, simples lobbistas que hacen fortunas con negociados turbios gracias a sus influencias con los corruptos funcionarios. Es en este punto en que el intervencionismo deja de ser ineficiente, para transformarse en esencialmente inmoral, debido a que los beneficios empresariales no nacen de satisfacer las necesidades de la gente, sino de esquilmar los bolsillos de los consumidores. Y, dado que para esquilmarlos necesitan el visto bueno de los funcionarios públicos, ese acuerdo se transforma enorme corrupción, donde la riqueza surge de expoliar a la gente mediante pactos corruptos.
Dado que los populistas no son tontos, entonces comienzan a redistribuir ingresos en forma forzada, a criterio de intentar tratar de calmar a las masas tirándoles migajas de aumentos de sueldos. Mientras tanto, funcionarios y pseudoempresarios pesan bolsos de dinero.
Desde el punto de vista estrictamente económico, la tan denostada economía de mercado es más eficiente que el populismo y el intervencionismo, puesto que, para poder progresar, el sistema exige que -inevitablemente- el empresario tenga que hacer progresar a los trabajadores con mejores sueldos y condiciones laborales, al tiempo que también hacen progresar a los consumidores, porque éstos solo les comprarán si producen algún bien de buena calidad y a precio competitivo. No es por benevolencia que ganan dinero los empresarios en una economía de mercado, sino por esforzarse con miras a obtener el favor de los consumidores. En clara contraposición del intervencionismo populista, en el que se acumulan fortunas sin invertir y se expolia a consumidores y trabajadores, conformándolos con migajas que “bondadosamente” les otorga el autócrata de turno.
Pero, además de ser más eficiente la economía de mercado, su gran diferencia con el intervencionismo es que está basada en principios morales y éticos en que nadie se apropia de lo que no le corresponde. No se utiliza al Estado y a sus funcionarios para que, con el monopolio de la fuerza, se desplume a trabajadores y consumidores. No se hace de la corrupción una forma de construcción política en que las voluntades se compran.
Por eso, y para ir finalizando, el drama de los pueblos es que, cuando se instala el populismo, se van cambiando los valores de la sociedad: la cooperación pacífica y voluntaria entre las personas es dejada de lado y se imponen la prepotencia, el robo legalizado, la corrupción y el vivir a costa de otra como forma de vida.
Como se ve, no estamos hablando solo de eficiencia económica cuando hablamos de capitalismo versus populismo. Estamos afirmando que la economía de mercado es un imperativo moral frente a la inmoralidad del populismo intervencionista, dado que en este último imperan la corrupción y el saqueo. La decencia, la honestidad en la función pública y la transparencia en los actos de gobierno no son la esencia del populismo. Por eso, el populismo no solo es ineficiente como organización económica, sino que es fundamentalmente inmoral porque su funcionamiento así lo requiere.
Este artículo fue publicado originalmente en la web del autor, Economía para Todos, (Argentina) el 15 de septiembre de 2013.