Finalmente, la Reina se derrumba
Después del 54%, todo lo que hizo, lo hizo mal, viéndose resquebrajado su su poderío. ¿Podría decirse lo mismo sobre su impunidad?...
02 de Octubre de 2013
Después del 54%, todo lo que hizo, lo hizo mal, viéndose resquebrajado su su poderío. ¿Podría decirse lo mismo sobre su impunidad? La Presidente condujo el país sin escuchar a nadie, salvo a algunos del propio entorno; esos que la arrastraron a un callejón que acabará en un ilustre desorden. Aún cuando algunos pretendan menguarla, esta crisis terminal devolverá consecuencias impredecibles. Ya se verá.
La bonanza de un largo período -pero también temporal- soslayó su placidez. Encerrada en su jactancia y en su exigua visión de futuro, Cristina se aferró a su imperio. Empujó a la Argentina hacia el desperdicio de la gran oportunidad para proyectar un prominente futuro. Lo tuvo todo para subirse a ese convoy histórico, pero no lo quiso entender así.
En el olvido, van quedando horas de interminables y perturbadores discursos; en los corrillos, comienza ya a apagarse el bullicio de los forzados aplausos. Los asesores de imagen -confundidos- se inscriben ahora en el sonido del silencio: la sala va quedando vacía.
Un nacionalismo hueco, sobrecargado de fantasías, y un progresismo indocumentado fueron las coordenadas dominantes pensadas para instalar un sistema de gobierno cubierto de fanatismos y carente de sensatez, confundiendo a una sociedad castigada por interminables sacrificios.
Todo lo que la jefe de Estado olfateaba de sus adversarios era triturado en el sagrario de su intolerancia; incluso se apoderó de proyectos correctores para resolver la pobreza. Ensimismada, los aplicó mal, y con rigor clientelar. La Presidente jamás prestó atención a las advertencias que presagiaban su final.
Humillada por su misma soberbia, Cristina suele replegarse al compás de sus derrotas. Nadie quiere oírla, porque molesta. La sonata reiterativa energiza el fastidio. Y se le antoja seguir insistiendo.
Ella se esfuerza por lograr que la entiendan; su voz marcial se pierde en un débil fragor, que ya se apaga. Su luto descolorido se ha transformado en cábala: ya no conquista ni a los distraídos. Sus esfuerzos para volver a tomar empuje retornan curiosidades: aparece en calzas.
En su último discurso ante la Asamblea General de Naciones Unidas, la platea estaba desierta. CFK se dirigió a un grupo reducido, que acaso comulgue con sus pensamientos. Fue allí con el objeto de justificar un tratado vergonzoso con un país peligroso que se niega a entregar a los supuestos culpables de un atentado bestial. Los argumentos de la primera mandataria fueron débiles, abundantes en paradojas. "Después de esto, Irán acepta el memorándum", habrá pensado.
A la Presidente, estos nuevos tiempos la acorralan; el poder se le escapa, y ella se impacienta. Desde esa impotencia, intuye Cristina que su autoridad está estropeada, y su preponderancia queda herida por el desgaste de la intransigencia. El destino le depara el desarraigo de su trono y el abandono de sus privilegios; volverá al llano, y los juzgados federales se encargarán de hacerla desfilar por sus estrados.
Las malversaciones de sus sabuesos -que tanto esconde- concluirán en los tribunales. No existirá relato ni ingeniería jurídica que cubran esos delitos. Los abrumadores ilícitos terminarán en juicios perentorios, porque la Justicia dictará sentencia y los fallos serían condenatorios, a pesar de que ésta es demasiado lenta.
Una sucesión de rarezas cubrió su gestión, y un rosario de acusaciones recaen hoy sobre quienes denuncian esas maniobras. Como siempre, para desvirtuar lo sucedido, Cristina Fernández le echa la culpa a esa prensa que jamás ha podido domesticar. No explica, por ejemplo, porqué más de diez millones de personas viven con $40 por día, ni por qué cerca de un millón de jóvenes no trabaja ni estudia (los Ni-Ni).
Cansada de no poder sobrellevar tantas acusaciones y portadora de un malestar palpable, decide una torpe reforma judicial. También se propuso terminar con la libertad de expresión, modificando la Ley de Medios para poner término -dice ella- a "maniobras destituyentes". Pero no puede lograrlo, porque el derecho constitucional es severo. Una sucesión de cautelares puso freno a sus arremetidas.
Un gobierno que malgasta fortunas en publicidad, que temporiza medios, que soborna leyes y a periodistas es la señal más contundente de su autoritarismo y de la derrota que le sobrevendrá. Los reveses judiciales -uno tras otro- fueron acorralando al Gobierno Nacional. Mientras tanto, una combinación de acusaciones cruzadas embistieron contra la Corte Suprema, y una catarata de críticas desestabilizadoras quedaron vacías.
Las últimas medidas económicas que anunció para encausar la economía fracasaron en su totalidad, lo cual fue incluso admitido por los mismos funcionarios de la Nación. A los ciudadanos se nos ha vendido una rosperidad frívola; ahora, abandonan al pueblo a su suerte. Pero habrá que pagar esta fiesta, y el concierto ya empezó.
No serán suficientes las dádivas oficiales para sobrellevar la derrota; el castillo de arena ha empezado a crujir. La merecida paliza ya se sintió en todo el país y, próximamente, el dolor será peor. La ciudadanía ya le ha dado al espalda a Cristina. Ella, incómoda, se desentiende. Entrampada en los propios fracasos, hoy decide conceder entrevistas (lo cual remite a una verdadera farsa) con reporteros elegidos "a dedo". En un giro apurado, la mayoría de sus voceros corren a participar de programas políticos que se emiten, según ella, por la "cadena del desánimo".
Es el todopoderoso que malgastó su fortuna y no encuentra la forma de encausar el barco que naufraga pide auxilio. Este pueblo manso los recogerá, para pedirles explicaciones sobre las cuentas pendientes y, acaso, para enviarlos a la cárcel, con la idea de dar inicio a una nueva reconstrucción de la Patria castigada. Porque todo llega.
En la vida, nunca es tarde para empezar de nuevo. En política, siempre es temprano para caer de rodillas.
* El autor es productor agropecuario, y reside en Malabrigo (Santa Fe, Argentina)
* El autor es productor agropecuario, y reside en Malabrigo (Santa Fe, Argentina)