ECONOMIA INTERNACIONAL: MICHAEL TANNER

Estados Unidos: el cierre del gobierno y los problemas de un Estado sobredimensionado

El gobierno federal de EE.UU. ha cerrado. Y, hasta este momento, nadie sabe exactamente cuándo volverá a operar.

11 de Octubre de 2013
El gobierno federal estadounidense ha cerrado. Y, hasta este momento, nadie sabe exactamente cuándo volverá a operar.
 
Conforme nos acercábamos a este momento fatídico, el miedo se esparció alrededor del Capitolio, de una forma que no se había visto desde... bueno, los temidos recortes automáticos al gasto público en marzo de este año. Los noticieros contaban solemnemente las horas que quedaban antes de la media noche. Los conductores de noticias hablaban en tonos sepulcrales acerca de la inminente “crisis”, o “desastre” o “catástrofe”. El líder de la mayoría demócrata en el senado, Harry Reid, advirtió que estaba en juego “el destino de nuestro país”. ¿De verdad? ¿El destino del país?
 
Dejaré que otros discutan las tácticas legislativas involucradas. La insistencia de los republicanos en realizar cambios a Obamacare frente a la intransigencia de los demócratas provee múltiples oportunidades para jugar a culparse unos a otros. Una pregunta mucho más importante —y que es más  trascendente para el futuro de este país a largo plazo— es cómo llegamos al punto en el que una suspensión temporal de algunos servicios del Estado es vista como el fin de la civilización.
 
Téngase en cuenta que los servicios estatales más esenciales (y muchos que no lo son) han continuado funcionando normalmente. Esto incluye no solamente las responsabilidades principales del Estado, como la defensa y la seguridad doméstica, sino también cosas como el control del tráfico aéreo, la atención médica en los hospitales de Asuntos de Veteranos, las operaciones para el cumplimiento de la ley, las inspecciones para la seguridad de los alimentos, la seguridad nuclear, entre otros. Los cheques de Medicare y del Seguro Social siguen siendo enviados y la gran mayoría de otras prestaciones sociales del Estado también han continuado. Alrededor de 80 por ciento de los trabajadores federales han continuado yendo a sus trabajos.
 
Además, no es que esto no haya sucedido antes. De hecho, entre 1977 y 1996 hubo dicesisiete cierres del gobierno, que duraron entre uno y veintiún días. Aún así y de alguna forma, la República sobrevivió.
 
A pesar de esto, no hay duda de que un cierre del gobierno causará un malestar generalizado e incluso podría afectar a la economía. ¿Por qué?
 
Los Padres Fundadores pretendían que el gobierno federal tuviera un impacto mínimo en nuestras vidas. Como Thomas Jefferson dijo en su discurso inaugural, “un gobierno sabio y frugal, no permitirá que los hombres se perjudiquen unos a otros, los dejará en otros casos libres de regular sus propias búsquedas de ocupación y progreso … Esta es la definición de un buen gobierno”. A uno se le dificulta imaginarse a Jefferson temblando de terror frente al prospecto de que el gobierno federal pueda reducir su actividad durante algunos días.
 
Hoy, sin embargo, el gobierno federal se ha convertido en un Leviatán que afecta prácticamente cada aspecto de nuestras vidas. Como mi colega Chris Edwards ha señalado, “El problema no es que el Partido Republicano esté tomando como ‘rehén’ al presupuesto para derogar Obamacare, lo es que el gobierno esté tomando de rehén a una porción demasiado grande de la economía estadounidense”.
 
Este año, el gobierno federal gastará $3,46 billones, alrededor de 21 por ciento de nuestro PIB. Considere esto: más de un quinto de todos los bienes y servicios producidos en este país a lo largo de un año son consumidos por el gobierno federal. ¿Hay alguna duda de que un cierre del gobierno afecta a toda la economía?
 
Durante el debate de 2011 acerca de la elevación del límite al endeudamiento, el Presidente Obama indicó que el gobierno federal de EE.UU. envía 70 millones de cheques al mes. Así de tenebroso como pueda parecer este número, es casi seguro una subestimación. Según el Washington Post, el cálculo del Presidente incluía al Seguro Social, los beneficios de los veteranos y el gasto en contratistas y proveedores no relacionados a la defensa. Pero no incluyó en su cálculo a los reembolsos para los proveedores de Medicare, o las transferencias electrónicas a los 21 millones de hogares que reciben cupones para alimentos (Así como tampoco incluyó gran parte del gasto del Departamento de Defensa, que tiene una nómina de 6,4 millones de empleados activos y jubilados y que, en promedio, realiza alrededor de 1 millón de pagos y 660.000 pagos por viáticos al mes). La cifra verdadera probablemente esté cerca de los 200 millones.
 
Según los cálculos del profesor de economía de Harvard, Greg Mankiw, basados en los datos de la Oficina de Administración del Presupuesto, alrededor del 60 por ciento de los estadounidenses reciben más en beneficios del Estado que lo que pagan en impuestos federales. Un estudio de la Tax Foundation sugiere que, luego de que sea implementada la ley de atención médica del Presidente Obama, hasta un 70 por ciento de los estadounidenses serán beneficiarios netos de la generosidad estatal. Alrededor de un tercio de estadounidenses reciben más de la mitad de su ingreso del Estado.
 
También hay más de 80.000 páginas de regulaciones federales, supervisadas por aproximadamente 456 agencias federales y más de 4,3 millones de empleados federales. Nos hemos convertido en una nación de Julias, el personaje ficticio de la campaña de Obama, para quien todas las decisiones de su vida eran subsidiadas, reguladas o dirigidas por el Estado. Uno ciertamente puede ver cómo un cierre del gobierno causaría terror en su vida.
 
A todo esto el Presidente agregaría Obamacare —2.500 páginas de legislación y más de 12.000 páginas de regulaciones, dándole al Estado el control sobre otro sexto de la economía estadounidense.
 
Y esto solo empeorará. Según la Oficina para el Presupuesto del Congreso, para 2050 el gobierno federal “continuará creciendo más rápido a lo largo del siglo, eventualmente llegando a niveles que son totalmente insostenibles e incompatibles con el crecimiento económico y la prosperidad”.
 
Dada la creciente tinta roja en las cuentas a las que se enfrenta el país a largo plazo, y nuestras profundas diferencias filosóficas acerca del papel del Estado, esta crisis presupuestaria difícilmente será la última. A menos que deseemos dedicar más tiempo a preocuparnos acerca de si esas batallas por el presupuesto perjudicarán al país, deberíamos incrementar nuestros esfuerzos para mantener al Estado fuera de nuestras vidas. Si devolvemos el Estado a su tamaño y sus funciones adecuadas —un Estado más parecido al de Jefferson y menos parecido al de Julia— los futuros cierres del gobierno serían menos probables y, si suceden, serían menos dolorosos.
 
Este artículo fue publicado originalmente en The National Review Online (EE.UU.) el 2 de octubre de 2013.
 
 
Michael C. Tanner | The Cato Institute, sitio web en español