El mito del 'eterno retorno' de Perón
La idea de “eterno retorno” se refiere a la cosmovisión de una historia circular, desarrollada por Mircea Elíade, en la que el decurso de la historia...
14 de Octubre de 2013
La idea de “eterno retorno” se refiere a la cosmovisión de una historia circular, desarrollada por Mircea Elíade, en la que el decurso de la historia no transcurre de forma lineal sino de manera cíclica.
De esta manera, y como todo en la historia, Perón también vuelve. Este 12 de octubre, se cumplirán cuarenta años desde que Juan Domingo Perón jurara como Presidente de la Nación por tercera vez. Acompañado de los jóvenes, los sindicalistas, los peronistas de siempre, los nuevos peronistas, Isabel y López Rega. El “General” supo aggionarse a la época y, con ello, cambió nombres y hombres. Ya no más “socialismo de mercado”, ni jóvenes de la UES en la Quinta de Olivos, ni paseos en la Siambretta.
Perón regresó a la presidencia, a pesar de las chicanas de algunos militares que disparaban frases como “no le da el cuero para venir”; Y vino. Vino en 1972 a caballo del famoso “Operativo Retorno”, con figuras del deporte, la cultura, los sindicatos y la política. No vino en un avión negro: prefirió un vuelo de Alitalia. Pero, así como vino, regresó a Madrid. Y luego, volvió definitivamente. Para ser presidente y no una figura decorativa, como muchos pretendían.
En 1972, Perón no podía ser candidato, a raíz de una jugarreta de los militares que lo dejaba afuera del turno electoral de Marzo de 1973; y decidió jugar el juego. Volvió, bendijo un candidato, recibió los honores, el pasaporte, la gloria del pueblo, fijó domicilio en Gaspar Campos y se fue a Madrid. Volvió varios meses después, en junio de ese mismo año, ya bajo un gobierno democrático y peronista. Volvió viejo, cansado, asumiendo errores y acompañado de un nuevo entorno.
Pero Perón ya había vuelto. O mejor dicho, nunca se había ido. Se fue exiliado en 1955 con el Golpe de Estado. Recorrió Paraguay, Panamá, Venezuela y República Dominicana, hasta que recaló en España, donde se quedó definitivamente. Al abrigo de Franco, Perón vivía plácido en Madrid. Pero estaba en la Argentina. Estaba en su movimiento. Estaba en los trabajadores y en los dirigentes peronistas. Estaba en los sindicatos. Ese estar y no estar imposibilitó la vida política durante diecisiete años. Los gobiernos civiles se sucedían con gobiernos militares en un péndulo interminable. El peronismo se encontraba proscripto, pero presente en la lucha obrera, en la resistencia peronista, en los jóvenes revolucionarios.
Desde Puerta de Hierro, su residencia madrileña, Perón no sólo miraba la política nacional, la digitaba de manera arquitectural, ordenaba cambios en los sindicatos, ascensos y descensos de dirigentes. Todos estaban en el puño del “General”.
Puerta de Hierro era la nueva meca política de la Argentina. A más de doce mil kilómetros, todos los políticos, sindicalistas o militantes, querían ir a ver al “General”. Por su living desfiló la mayoría de los dirigentes peronistas que luego asumieron el gobierno en 1973, en 1989 y hasta en 2003, el arco sindical entero y hasta políticos de la oposición. Artistas, vendedores de ilusiones, e intelectuales, todos eran recibidos por el “General”, que volvía en cada uno de ellos a la Argentina. “Perón me dijo que…”, “Estuve con Perón…” y Perón volvía.
A mediados de los años sesenta, y durante el gobierno de Illia, se cansó y quiso hacerse presente, de cuerpo y alma en el país. Se escapó de España, pero en Brasil fue demorado su avión y debió regresar. De ahí en más, su regreso fue indirecto. Isabel, su tercera esposa, vino como enviada oficial en 1965. La peregrinación a Puerta de Hierro crecía día a día, y Perón también volvía en cartas. Cartas a dirigentes, a políticos, a sindicalistas, a amigos, a adversarios, a la prensa, a los militantes. En todas, atacaba al gobierno; sobre todo, luego de 1966.
Ya con Lanusse en el gobierno, la tensión creció a niveles inimaginables. Al punto en que Juan Perón decidió que volvía. Vivo o muerto, pero volvía. Y volvió a morirse en su tierra, pero gobernando y con su pueblo. Asumió, en septiembre de 1973, su tercer mandato; con la salud debilitada, y con un entorno que no era justicialista, sino “peronistas de Perón”.
Intentó diezmar a ese movimiento dividido entre la izquierda de jóvenes revolucionarios y la derecha sindical, y que él mismo había alimentado desde Puerta de Hierro. Pero ya no estaba para esos trotes. No era el mismo, era más fácil digitar y alentar las acciones de los distintos bandos peronistas desde la placidez de su residencia española, que lidiar con los problemas diarios de un gobierno, con muertes todos los días, y ataques como el que terminaron con la vida de José Ignacio Rucci.
A cuarenta años del día en que Perón se convirtió en el primer presidente en jurar tres veces para ese cargo -récord que aún detenta-, Perón vuelve todo el tiempo. Vuelve en los relatos de los viejos peronistas, en las memorias de Cafiero, en los discursos de sus dirigentes que lo citan en vano muchas veces. Vuelve en las boletas de los distintos sectores de su movimiento que hoy se debaten por una banca en el Congreso. Perón vuelve, o lo hacen volver y le roban los méritos, la astucia y la elegancia.
A cuarenta años del último retorno de Perón, Mircea Elíade reflexionaría: ¿Qué es la capacidad de aprender, sino un aspecto de la eternidad? Y Jorge Luis Borges, contestaría: "Los peronistas no son ni buenos ni malos: son incorregibles".