Cada vez menos europeos confían en la Unión Europea
El fantasma del populismo parece estar acechando a Europa. Mientras que la tendencia no está ganando las elecciones todavía...
08 de Diciembre de 2013
El fantasma del populismo parece estar acechando a Europa. Mientras que la tendencia no está ganando las elecciones todavía, Gideon Rachman -del London Financial Times- teme que “los radicales antisistema no necesitan capturar la posición de presidente o primer ministro para bloquear el sistema. Incluso si los tradicionales centristas pro-Unión Europea continúan liderando la mayoría de los gobiernos nacionales en Europa, su espacio para maniobrar en las cumbres de la UE se verá considerablemente reducida si los partidos populistas están obteniendo grandes ganancias en casa”.
Ciertamente, es el caso que un bloque diverso de grupos políticos antisistema han estado ganando ímpetu a lo largo del continente europeo desde el principio de la crisis de la deuda en la periferia de la Eurozona. En la elección de octubre en la República Checa, dos nuevos partidos populistas obtuvieron impresionantes éxitos, desplazando a los tradicionales partidos que ostentan el poder —más notablemente el partido de derecha ODS, que una vez lideró la transición del país desde una economía planificada hacia el capitalismo.
Es cierto que ninguno de los nuevos partidos checos tiene una tendencia explícitamente anti-UE —tal vez porque los checos conscientemente se han ahorrado muchos problemas eligiendo mantenerse fuera de la Eurozona. Sin embargo, es difícil encontrar cualquier otra característica común entre la gran mayoría de los nuevos grupos populistas a lo largo de Europa que la idea de que algo ha resultado mal de la integración europea. Desde el Frente Nacional de Marine Le Pen y el Partido por la Libertad de Geert Wilder, hasta el Partido de la Independencia en el Reino Unido y organizaciones similares, e incluyendo a izquierdistas extremos como Syriza en Grecia, estos difieren ampliamente en sus propuestas de políticas, en la demografía de sus miembros y sus actitudes hacia los inmigrantes o el multiculturalismo.
A medida que el nuevo populismo euro-escéptico vaya de la mano con las ideas xenofóbicas, antiinmigrantes o nacionalistas —incluso en algunos de los partidos que se consideran así mismos como de “libremercado”— es únicamente natural compartir las preocupaciones del Sr. Rachman. Sin embargo, sin importar lo que uno piense acerca de la verdadera naturaleza de las nuevas fuerzas euroescépticas, el amplio consenso centrista que está liderando el viaje de Europa hacia una unión política está siendo atacado por muy buenas razones.
Después de todo, fue la corriente política predominante a lo largo de Europa la que elevó al proyecto de integración europea al estatus de un nuevo credo. Una integración mayor y más profunda desde hace mucho ha sido considerada como algo deseable por cualquiera que desee ser respetado en los círculos políticos del continente. Aún así, mientras que la integración económica europea seguramente ha tenido sus méritos, a lo largo del tiempo la falta de pensamiento crítico acerca de la UE la ha llevado a un orgullo desmedido y una extralimitación.
La unión monetaria, atrapando a un grupo diverso de países en un sistema de tipos de cambio fijos sin ningún mecanismo obvio de salida, es un ejemplo de esto. Al reducir los costos de financiamiento de los gobiernos, la moneda común fomentó la acumulación de desequilibrios fiscales en la periferia de la Eurozona. Cuando estos se convirtieron en una crisis de la deuda en países como en Grecia y en Portugal, los políticos de la corriente predominante en Europa respondieron nuevamente de manera predecible —estableciendo un mecanismo europeo centralizado para rescatar a los países con problemas financieros—, y ocasionando una gran consternación a los contribuyentes en países que tradicionalmente habían mantenido sus finanzas públicas en orden.
La creciente desconexión entre los electorados europeos y las élites políticas no es un cliché retórico invocado por los populistas: es deprimentemente real. Según una encuesta realizada por Eurobarómetro en la primavera, solo 29 por ciento de los alemanes confían en la UE, comparado con alrededor de 57 por ciento que solían confiar en ella en 2007. Una gran mayoría de los alemanes también respalda la devolución del poder de la UE a los estados miembros y una reducción de la contribución de Alemania al presupuesto de la UE. Sesenta por ciento de los alemanes quisiera que los parlamentos nacionales sean fortalecidos suficientemente como para bloquear la legislación no deseable de la UE.
Los grupos políticos antisistema están, por lo tanto, prestando atención a electorados que cada vez son más ignorados por los partidos políticos centristas, que están comprometidos no solamente con mantener viva la unión monetaria —para lo cual puede que haya buenas razones—, pero también con profundizar todavía más la integración política de Europa, implícitamente asumiendo que ellos tienen un mejor juicio que el elector promedio.
El actual desastre económico en Europa sugiere que no poseen un mejor juicio que el elector promedio. Afortunadamente, existe un punto medio entre el actual pensamiento grupal de las élites europeas y sus alternativas populistas —que muchas veces son desagradables. Ese punto medio requeriría que los líderes europeos mantengan una conversación honesta y abierta sobre los costos y beneficios del status quo institucional en Europa y sobre la posibilidad de una devolución de poder desde un sistema de gobernabilidad que se está volviendo cada vez más rígido y centralizado, un resultado directo del paradigma predominante de integración. Si los políticos de la corriente predominante no hablan acerca de estos problemas y buscan maneras de resolverlos, los “radicales antisistema” lo harán.
Este artículo fue publicado originalmente en The Washington Times (EE.UU.) el 26 de noviembre de 2013.
Seguir en
@DaliborRohac
Sobre Dalibor Rohac
Es analista de políticas públicas en el Centro para la Prosperidad y la Libertad Global del Instituto Cato. Su trabajo se focaliza en política económica internacional y desarrollo. Antes de arribar al Instituto Cato, se desempeñó como economista en el Instituto Legatum de Londres, Inglaterra, en donde asistió en temáticas relacionadas con la crisis de la Eurozona, y la transición económica de naciones del mundo árabe.