SOCIEDAD | OPINION: PABLO PORTALUPPI

La Argentina y Shakespeare: la balada triste de un reino de opereta

Cuesta admitirlo, pero hay que aceptarlo: nuestro país es una colosal puesta en escena. Y viene siéndolo desde hace muchísimas décadas...

15 de Enero de 2014
Cuesta admitirlo, pero hay que aceptarlo: nuestro país es una colosal puesta en escena. Y viene siéndolo desde hace muchísimas décadas, aunque el fenómeno se ha acentuado durante los últimos años. La dirigencia toda: kirchnerismo y oposición, empresarios y sindicalistas, movimientos sociales y piqueteros, artistas e intelectuales. Y los demás, el rebaño de turno, somos parte de esa trágica obra teatral. Como personajes extraidos de alguna burda copia de una tragedia de William Shakespeare, pero sin esa pluma tan aguda y genial.
 
La Reina, guardada y escondida, teme. Acaso por su salud y por su futuro. Ausente por convicción, miedo, o bien invadida por una incertidumbre que quizás jamás experimentó realmente, salvo por la muerte del Rey. No se sabe y, en realidad, poco importa. Su reinado se encamina sin tapujos hacia un abismo sin que nada pueda hacerse. Cualquiera sea el camino que tome -la abdicación, la delegación, el ajuste, o tan solo la nada-, todo se encamina a un mismo final. Ya ni siquiera baila ni golpetea el bombo, ante la consabida tristeza de sus acólitos y seguidores, que extrañan ver a su musa erotizándolos y marcándoles el camino. Esta puesta en escena extraña a su principal protagonista, otrora una mujer bella, ahora sexagenaria, que invita a la ensoñación y a la furia en casi idénticas proporciones. Se asiste a la agenda de una mujer que emplea la tragedia como política de Estado. "Los pueblos son peligrosos, porque son manejables", reza una vieja frase. Vaya si lo sabrá ella.
 
Por su parte, ahí esta el Gobernador impávido, luciendo un optimismo exasperante en las ciudades a orillas del mar, posando en fotos junto a dudosos arlequines -una turba de trovadores que recita estrofas de poemas perdidos mientras el reino se derrumba, como la Dinamarca de Claudio y el mustio Hamlet. Sonríe el Gobernador junto a las fuerzas del orden que invadieron dichas comarcas nadie sabe bien para qué, montando una escena digna de Tito Andrónico, esa parodia brutal e hiperviolenta sobre la Roma imperial. Y, a pocos metros de allí -en la vida real, como suele decirse-, hordas de menores soplan bolsitas, provocando el pánico en los desprevenidos turistas, que buscan un poco de distracción pero que terminan haciéndose los distraídos a la hora de enfrentar la verdad. Pero nada de esto importa, pues lo único que sirve es aparentar; porque el Gobernador impávido sabe que, si se mantiene en el centro de la escena desde su cáscara vacía, acaso esto le alcance para llegar a ser rey, en dos años o quizá antes. Como Macbeth, a quien las brujas le introdujeron el deseo de serlo, mucho antes de lo previsto. El escocés usurpó el poder. El Gobernador impávido quizás también lo logre, con el voto de los desprevenidos y distraídos ciudadanos: éstos celebran al Gobernador, sin indagar demasiado en las razones. Y, entonces, el impávido pacta con dios y con el diablo, en su ambición por llegar a la Corona. Mientras día a día se acopian las muertes seguidas de crímenes en el extenso territorio que hoy hace de cuenta que gobierna.
 
El Diablo se aparece fragmentado en muchos cuerpos. En la existencia física de seres casi humanos que, a su vez, se venden por cada vez más y más riqueza. Mercenarios en nupcias con mercenarias bastante más jóvenes que ellos, que gustan mostrarse en tapas de revistas y en programas de "chimentos", con tal de estar. Aunque no sean más que garrapatas que succionan la sangre del Estado, que viven de éste, y que luego se autoproclaman empresarios alegremente. Los mercenarios hacen hijos con sus compañeras femeninas, mientras se cobijan bajo el sol de un único diablo, materializado en un partido político que ya va por su cumpleaños número setenta, precisamente, durante el emblemático 2015. Son marsupiales insaciables, que maman de la teta de un Estado que no saben que esta a punto de hacer eclosión. Pero tampoco interesa: porque los países no quiebran. Tambien en Haití, la nación más pauperizada del continente, existen millonarios. Aquí, mientras los pudientes logran hacer buenos negocios, no importa que en el trono haya un rey tuerto o una reina bravucona, o quien sea. Y con eso alcanza. Al fin y al cabo, la gente hace al Estado, y esto remite al "Pan y Circo". Shakespeare también escribia comedias; "Mucho ruido y pocas nueces", se intitulaba una de ellas.
 
La Argentina es abundante en Polonios, como el pobre idiota de "Hamlet" -el obsecuente del rey asesino, Claudio, cuya existencia acelera hacia el colapso, oculto tras una cortina, permitiéndose ser muerto de una puñalada, si de lo que se trata es de quedar bien con el monarca. Y son suicidas. Polonio se vendía por idiotez. Aunque, en la Argentina, no revistan solo idiotas; también se cuentan cortesanos y vivillos de baja estofa, que hablan en público pero, en realidad, se dirigen a la Reina. Desconociendo que su soberana se esconde tras bambalinas, fósforo encendido en mano. "Todos tienen un precio; decime el tuyo". Ponen la cara para explicitar una variada gama de disparates, para congraciarse con la emperatriz egoísta, midiendo cada acto suyo con un solo objetivo: la propia supervivencia. Revalidando la sentencia "Nunca es triste la verdad; lo que no tiene, es remedio".
 
Mientras tanto, pequeños terruños y comarcas continúan regenteadas por barones de sueños grandilocuentes y contados escrúpulos, mutando el discurso cuando la conveniencia así lo determina. Poco interesa si alguna vez -no hace mucho- fueron cortesanos de la dama. Menos aún si, además de haber pertenecido, defendieron a capa y espada sus políticas, en posición de altos cargos y peleándose con quien fuera. Porque el tiempo todo lo olvida, y todo lo perdona. Seamos piadosos: la Historia siempre les tiene reservada una última oportunidad para redimirse de sus pecados ("Mi reino... Mi reino por un caballo").
 
Sobran príncipes con hambre de ser reyes pero sin saber para qué; cortesanos berretas cuyo única pretensión es sobrevivir; vividores lamiendo la sangre del Estado que, en rigor, somos todos; gobernadores que adoran salir en fotografías mientras sus territorios son consumidos por el fuego; barones que pretenden hacer de sus quince minutos de fama una eternidad.

Detrás de estos protagonistas, se muestra ese gigantesco rebaño. Conformista y mediocre, llevado de las narices y acostumbrado a todo. Como el Rey Lear, el monarca que, luego de notificarse de que la hija desterrada era la única que lo amaba sinceramente, vio que era ya demasiado tarde.
 
 
Sobre Pablo Portaluppi

Es Analista en Medios de Comunicación Social y Licenciado en Periodismo. Columnista político en El Ojo Digital, reside en la ciudad de Mar del Plata (Provincia de Buenos Aires, Argentina). Su correo electrónico: pabloportaluppi01@gmail.com. Todos los artículos del autor, agrupados en éste link.