No resulta nada reconfortante escuchar cómo el presidente estadounidense resta importancia a las amenazas terroristas.
En una entrevista concedida recientemente a la revista The New Yorker, Barack Obama se refirió a los combatientes de al-Qaeda como el equipo “junior”.
"La analogía que usamos a veces por aquí, y pienso que es acertada, es que si un equipo junior se pone el uniforme del equipo de los Lakers; eso no los convierte en Kobe Bryant", comentó.
Esto demuestra que la vana ilusión de la Administración estadounidense sobre al-Qaeda no ha terminado. Parece que Obama y los responsables de su gobierno piensan que, si algo se menciona el suficiente número de veces, ello termina convirtiéndose en realidad.
Antes de los hechos que tuvieron lugar en Bengasi (Libia) -en un ataque perpetrado por terroristas contra una sede diplomática-, Barack Obama afirmaba que al-Qaeda estaba derrotada y en retirada. Tras los cuatro ciudadanos de EE.UU. muertos en el episodio, se comprobó que la retirada de la organización terrorista era falsa.
Luego, el presidente dijo "No podemos estar en guerra para siempre". Nuevamente, un sentimiento apreciable pero, en el mundo real, la guerra no termina hasta que ambos bandos dejan de luchar.
Al-Qaeda es distinta hoy de cómo era el 11 de septiembre; esto es cierto. Pero la nueva versión descentralizada no debe ser tomada tan a la ligera como parece hacer el presidente norteamericano. Estados Unidos aún está en guerra, sólo que, ahora, contra un enemigo al que es más complejo localizar. Por otra parte, este enemigo se muestra firme en su cometido, dispone de efectivos, recursos y capacidades que se exhiben preocupantes. De hecho, CNN informó a principios de este mes que “al-Qaeda parece controlar más territorios del mundo árabe de lo que ha hecho nunca en su historia”.
Barack Obama debe abandonar las bellas (y erróneas) metáforas, y reconocer estas graves amenazas tal cuales son.
Se ha conocido de más de sesenta complots terroristas de inspiración islamista en suelo estadounidense desde el 11 de septiembre de 2001. Cincuenta y tres de ellos pudieron ser fustrados antes de que los ciudadanos llegaran a estar en peligro, debido en gran parte al empeño coordinado de las autoridades policiales y los servicios de inteligencia de Estados Unidos.
Corresponde tomarse en serio la lucha contra el terrorismo, y equipar adecuadamente a los servicios de inteligencia, policiales y militares para que puedan llevar a cabo su trabajo adecuadamente. La seguridad de los ciudadanos y los intereses de Estados Unidos dependen de ello.