Sir Hew Strachan, consejero para el Gabinete de Defensa británico, conmovió las aguas del estanque con su juicio sobre la política exterior del presidente estadounidense: "Obama no tiene idea sobre qué quiere hacer en el mundo", dijo Strachan.
Viniendo de un historiador militar de renombre mundial, la definición de Strachan remite a una reprimenda sorprendente.
Strachan le otorga a la política de Obama respecto del Medio Oriente -en especial, en lo que tiene que ver con la confusa aproximación de la Casa Blanca a Siria- dos pulgares hacia abajo. La iniciativa de Obama en ese país, comenta Strachan, ha llevado a la situación en el terreno "a retroceder en lugar de avanzar". Y esa es solo una de las conclusiones que dará a conocer en su próximo libro, 'La Orientación de la Guerra', que evalúa los modos en que los líderes políticos modernos recurren a la estrategia.
Retratar a Barack Obama como el Inspector Clouseau de la política exterior podría empujar hacia arriba las ventas del libro de Strachan (después de todo, también le sirvió a Robert Gates, ex Secretario de Defensa, crítico del presidente). Pero su evaluación parece salirse de lo tradicional.
Desde el inicio de su segundo período, el Señor Obama exhibió una idea bastante clara de lo que desea hacer en el mundo -y ésta coincide con tener cada vez menos que ver con él hasta que le toque abandonar la Casa Blanca. El objetivo primario del presidente estadounidense parece ser "No más Bengasis" -simplemente, completar su segundo período, construir una biblioteca, y clonar la expresión de su antiguo Secretario de Defensa: "¡Pero, oigan! ¡Las cosas estaban bien cuando yo me fui!".
Una inclinación hacia la aversión al riesgo parece ser la seña particular de la política exterior estadounidense en este momento. La "línea roja" o "línea definitiva" frente al uso de armas químicas por parte de Siria -objetivo específico del desdén académico de Strachan- es un tema puntualmente tratado. Se trató de una manera de no hacer nada frente a la guerra civil espiralizada de aquel país. Nadie se exhibió menos preparado que el presidente cuando resultó que la línea definitiva requeriría, en rigor, que Estados Unidos se viera más comprometido. De igual manera, saltear el acuerdo sobre armas químicas fue una jugada demasiado predecible: ofreció a la Casa Blanca una salida rápida, ante la eventualidad de verse más involucrada en el conflicto.
Pero Obama enfrenta un dilema recurrente. Conforme se viera en Siria, mientras él se proponía alejarse del mundo, el mundo no pareció proceder de igual manera respecto de los Estados Unidos. Es que, sencilamente, hay demasiado tiempo invertido en el gobierno como para sobrellevar el tema hasta el final, empacar el Premio Nobel, y mudarse a Hawaii. La Oficina Oval ha descubierto que debe hacer algo para llenar ese vacío, abriendo espacios para que otras esferas de influencia se ocupen de los asuntos externos -en tanto no alejen demasiado al presidente del sendero por el cual eligió transitar.
De tal suerte que un segundo vector ha surgido para orientar la dirección de la política exterior de EE.UU., una no muy alejada del corazón del presidente: un enamoramiento con el proceso multilateral. Y esto sirve para rascar la comezón del Señor Obama. Es un ítem de fe progresista que, en tanto estemos "involucrados en un proceso" y ello conlleve buenas intenciones, entonces significa que estamos haciendo progresos. Con todo, el proceso multilateral constituyó una solución fallida para Siria, ni bien la "línea definitiva" cedió terreno. Estados Unidos se encuentra actualmente involucrado en conversaciones multipartitas sobre Siria en Ginebra. En igual sentido, la Administración se muestra optimista frente al "progreso" logrado entre israelíes y palestinos, porque el Secretario de Estado John Kerry ha trabajado duro para volver a poner en marcha las "conversaciones" de paz. Así, pues, se llega al objeto reluciente definitivo: las conversaciones nucleares con Irán.
Un tercer vector también está saliendo a la superficie: una suerte de pensamiento mágico entre los funcionarios de la Administración que sostiene que los vectores primero y segundo están funcionando tan bien que, hacia el final del período presidencial, el Medio Oriente en su totalidad habrá atravesado una transformación. Entonces, y por ejemplo, se asiste a una conversación feliz que versa que el acuerdo con Irán conducirá a trabajar en conjunto con Teherán para ayudar a que Estados Unidos se desentienda de Afganistán, acomode las cosas en Irak, y ponga punto final a la guerra en Siria.
De momento, el presidente se muestra contento en fusionar estos tres vectores para guiar lo que él ve como una perspectiva cohesionada de bajo riesgo y portadora de una estrategia de permitir que corra el reloj.
A contramano de lo afirmado por Strachan, el presidente sí tiene una idea de lo que está haciendo. El único problema del presidente estadounidense es que no hay señales de que los tres vectores converjan en nada que logre que la región pueda parecerse a una tierra de miel y leche.
Las probabilidades de que las conversaciones de Ginebra jueguen un rol decisivo para resolver la guerra civil siria son cada vez más remotas. Los crueles combates entre grupos insurgentes y el apoyo escalonado del régimen de Basher al-Assad por parte de Moscú y Teherán cuentan con más chances de alterar el resultado. Así las cosas, el escenario "más potable" es el de una Siria balcanizada, con un santuario para al-Qaeda, grandes porciones de la población desplazadas, y una afluencia ocasional de vehículos cargados con explosivos desde Damasco hasta Beirut.
En lo que a Irán respecta, mientras la Administración piense que ha comprado seis meses de tiempo para "esperar y ver", la realidad indica que, cuando el reloj se detenga, Occidente no se mostrará con más confianza que ahora, de cara a clausurar el programa nuclear iraní. Mientras tanto, el régimen de sanciones, otrora efectivo, se habrá desmoronado, y la largamente buscada reconciliación entre EE.UU. e Irán quedará relegada al mundo de los sueños.
Entretanto, la política presidencial de alejamiento de Irak está reconfigurándose en un desastre. Reafirmando la verdad de perogrullo de Henry Kissinger: "El retiro unilateral no es una victoria". Y el proceso de paz palestino-israelí quedará moribundo. No hay conversaciones; solo hay funcionarios estadounidenses llevando adelante conversaciones sobre las conversaciones.
Si Egipto llega a implementar con éxito su nueva constitución, elige un gobierno y pone a la Primavera Arabe de nuevo en marcha, ello no será gracias a una Casa Blanca que ha vacilado entre mostrar una completa indiferencia y producir silbidos molestos al margen de los eventos.
Foto de portada: Pete Souza | Casa Blanca | Polaris