POLITICA | OPINION: PABLO PORTALUPPI

De 1975 a 2014

El kirchnerismo es, claramente, hijo directo de la crisis de 2001.

07 de Febrero de 2014
El kirchnerismo es, claramente, hijo directo de la crisis de 2001. En el plano económico, debido, por un lado, al 'trabajo sucio' pergeñado por Duhalde, Remes Lenicov y Lavagna en 2002, y por otro, al precio de la soja, Néstor Kirchner se valió de un dólar alto y una capacidad industrial ociosa producto de los cuatro años previos de recesión para recaudar y llenar las arcas del Estado. Con ello, logró apaciguar los ánimos de la ciudadanía. En el plano político-social, restauró la autoridad presidencial, después de las nefastas experiencias de Fernando De la Rúa y la sucesión de cinco jefes de Estado que desfilaron por la Casa Rosada en tan solo siete días.

La enorme implosión política que fragmentara la totalidad del espectro partidario hizo que un casi desconocido gobernador del Sur, atractivo por su poca agraciada figura -que contrastaba con la de su entonces bella esposa, de gran oratoria ella- se convierta en Presidente, con poco más del 22% de los votos y beneficiado por un juego de carambolas políticas. Los argentinos precisábamos una figura que nos rete y que nos indicara el camino. Sin la poco feliz experiencia de la Alianza y la gran crisis económica -dirán algunos-, el kirchnerismo jamás hubiera existido. Pasamos del "Que se vayan todos" al aplauso de cada acto producido por el kirchnerismo, aunque el santacruceño se aliara a figuras públicamente denostadas como el sindicalista camionero Hugo Moyano e intendentes y gobernadores impresentables; precisamente, aquellos a quienes la gente pedía que volvieran a su casa. Y sin querer ver que, en rigor, el hombre que vino del Sur no era otra cosa que el cabecilla de una banda que solo se mostraba interesado en acumular más y más dinero desde la cumbre del poder. Y vaya si lo logró, aunque la muerte lo sorprendiera en octubre de 2010.

Lo cierto es que jamás no ha importado el país, solo nuestro propio bienestar. "Todos son iguales", se escucha a menudo. ¿Nos hemos olvidado ya del "Roban pero hacen" que el público sostuvo durante el menemato? Así nos fue. Hoy, nos está yendo exactamente igual, descubriendo que la nación vuelve a irse a pique; hemos 'descubierto' que Kirchner, lejos de ser la figura patriótica que se promocionó, en verdad era un hombre denodadamente ambicioso, siempre acompañado de testaferros como Lázaro Baez, Rudy Ulloa Igor, y compañía. Primaban los negocios espurios configurados gracias a la estructura estatal, es decir, de todos nosotros.

Nos hemos notificado, asimismo, de que Cristina Kirchner -viuda de Néstor y actual Presidente- regentea los negocios de su difunto esposo más de lo que se conoce, conforme lo destacara la periodista de La Nación Laura Rocha (co-autora de un libro sobre la familia presidencial, previo a la asunción de Néstor en 2003): aquello no se trataba de un matrimonio en el estricto sentido del término: ambos eran, principalmente, socios.

Una vez que la opinión pública se percata de la verdadera naturaleza de sus gobernantes, suele ser demasiado tarde. Y grandes porciones del periodismo y de los analistas políticos tienen su parte de la culpa. La mayoría de ellos nada comentaba sobre esto en 2003. Antes bien, se mostraban enamoradizos del liderato. Con escasas excepciones -allí está la tapa de Revista Noticias, intitulada 'Kirchnerlandia'-, el grueso de la ciudadanía y los comunicadores aplaudían a rabiar, acaso argumentando que las críticas no serían oídas -y esto podría ser fatalmente certero. Asistimos hoy a la antítesis de aquel escenario, viendo cómo la Administración hace todo para irse, tomando medidas aisladas y contraproducentes, y con una primera mandataria demasiado afecta a refugiarse en un puñado de doscientos "pibes": la exégesis del rock star. Y, en alguna medida lo es: para certificarlo, alcanza con analizar las patéticas puestas en escena en la Casa Rosada, asomada al balcón interno (nunca externo), y retando a todo el mundo. Siempre desde una extrema cobardía, y a sabiendas de que los destinatarios de su furia y su desagradable ironía no pueden responderle mientras ella se ubica en ese atril.

Pero Cristina siempre ha sido igual, adicta al reto y a "levantar el dedito". Muy a pesar de ello, recibió un masivo apoyo de parte de los votantes, cosechando el 54% del padrón hace apenas dos años y tres meses. Es que el consumo crecía, el dólar se mostraba quieto, y la oposición no se atrevió a tomar el toro por las astas y a confrontar con la pobre viuda. Hace dos años, el último discurso de la Presidente no hubiera dado espacio para tanta discordia. Hoy resulta indignante, y además, genera serias dudas sobre la capacidad de Cristina Fernández de gobernar el país en un contexto de crisis. Argumentar que ningún argentino pasa hambre, que los trabajadores compran dólares, pedirle a la gente que no nos roben los bolsillos, es la verdadera definición de vivir en otro planeta. Más indignante todavía es la existencia de un auditorio llevado por la fuerza, para que aplauda las "grandes verdades", como si de una estadista se tratara.

¿No será hora de gritarle "Basta"? ¿Hacia dónde está llevándonos este gobierno? Aún resta un año y medio de gestión con reservas en caída libre, paritarias que se negocian en medio del fuego, y una inflación desbocada. Inevitablemente, es menester profundizar el trabajo sucio del ajuste, mal que nos pese. Puesto que la salida no ofrece espacio para medidas mágicas como acuerdos de precios, ni para ordenarle a la gente cuándo no salir a comprar lo que necesita -decisión con tufillo oficialista-, o a los empresarios que suspendan despidos por 180 días. Del berenjenal, se sale con un costo. Por allí pasa la discusión.

La bomba de tiempo ya fue activada: cuanto más semanas pasen, más violenta será la explosión. ¿No sería útil poner manos a la obra para que aquélla exhiba el menor carácter expansivo posible? El peronismo -y sus vertientes- se proponen evitar que la caída de Cristina lo arrastre, y la oposición no desea repetir la experiencia de la Alianza, que debió lidiar con el peligroso cóctel legado por Menem. El ex Senador Nacional del FPV, Jorge Yoma, declaró que el 90% del peronismo reclama la renuncia de Cristina. ¿Salió el ex legislador riojano a hablar por propia cuenta, sin consultar previamente? Sería difícil creerlo: los movimientos en el parlamento que pugnan por definir la línea sucesoria ante una eventual salida del Vice Amado Boudou -recientemente llamado a indagatoria por la causa Ciccone- se multiplican. Algo está pasando. Entretanto, el temporizador del explosivo prosigue su marcha.

¿Qué definir en primer término? ¿La salud económica del país o su institucionalidad? Es responsabilidad de la dirigencia cuidar la institucionalidad; especialmente, aquellos que gobiernan. Y el kirchnerismo no ha mostrado mayor apego a esa cuestión. Sin embargo, se encuentran aferrados al poder desde hace más de diez años, gracias a nuestro voto. La etapa cristinista, en lo particular, siempre ha compartido una tendencia clara al castigo, la extorsión y la reprimenda: contra el campo, los empresarios, los sindicatos, los gobernadores, la oposición, la Corte Suprema, los medios de comunicación, los países desarrollados. Ninguno de esos sectores, con la sola excepción del campo en 2008, replicó con la misma vara. Existe un límite para todo: y tal vez sea hora de ponerlo sobre la mesa. Están en juego el país, y su futuro. Cuando el equipo de fútbol no funciona y corre riesgo de irse al descenso, el primero que sale es el Director Técnico. Si un actor no da la talla para representar a un personaje determinado, el director lo reemplaza por otro. Desde luego que la comparación puede sonar exagerada, pero existen mecanimos constitucionales que contemplan situaciones complejas como la actual. La cobardía y las formas protocolares quizás deban quedar al margen de esta historia.

En 1975, ante una nueva licencia de la por entonces Presidente Isabel Martínez de Perón, la dirigencia en pleno y el poder militar salieron a exigirle a Italo Lúder, a la sazón presidente provisional del Senado y primero en la línea sucesoria, que asumiera la primera magistratura del país ante la ya evidente incapacidad de la Jefe de Estado a cargo en el ejercicio de sus funciones. Lúder se negó. Si el ex candidato a presidente por el PJ en 1983 hubiese aceptado -léase: se hubiese puesto los pantalones-, el golpe de 1976 podría haber sido evitado. La historia argentina hubiese seguido otro sendero, muy diferente.
 
 
Sobre Pablo Portaluppi

Es Analista en Medios de Comunicación Social y Licenciado en Periodismo. Columnista político en El Ojo Digital, reside en la ciudad de Mar del Plata (Provincia de Buenos Aires, Argentina). Su correo electrónico: pabloportaluppi01@gmail.com. Todos los artículos del autor, agrupados en éste link.